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"Cebiche de tiburón": nuestro comentario de la película peruana - 3
Juan Diego Rodríguez

Una comedia del absurdo. Una aventura que desafía la lógica narrativa. Una serie de enredos que confunden a personajes que habitan en un mundo infantil. Una fantasía con guiños populares (‘Chiquito’ Flores y la ‘Pepa’ Baldessari aparecen fugazmente como financistas de una campaña política). Eso y más dan forma a “Cebiche de tiburón”, cinta peruana dirigida por Daniel Winitzky.

Un hilo conductor de la película es el de la arbitrariedad. Varios personajes aparecen y se esfuman sin ninguna justificación (algunos hasta se enfrentan repentinamente en un duelo de rimas y versos), y no tiene mayor incidencia en la historia que el personaje de Sergio Galliani sea un chamán (salvo que eso le sirva al actor para dar rienda suelta a su histrionismo y gestos exagerados). A este último lo acompaña el niño Dayiro, quien hace gala de sus dotes para el baile. Su felicidad perpetua impulsa a su cuerpo a moverse con frenesí.

También hay antagonistas. El de Gustavo Bueno, por ejemplo, quien encarna a un mafioso de la industria del pescado. Su ‘leit motiv’ es: “Nadie se come un cebiche sin que yo lo sepa”. Casi siempre lo dice a los gritos.

Pero en medio del sinsentido, hay actores que logran darles consistencia a sus personajes. Ahí está el caso de Lucho Cáceres, un excelente actor capaz de sacarle provecho hasta a un papel efímero y absurdo. En “Cebiche de tiburón”, Cáceres interpreta con solvencia a un tipo matonesco que, para variar, aparece de la nada.

Por cierto, el protagonista de “Cebiche de tiburón” es encarnado por Manuel Gold. Su personaje es un repartidor de un restaurante de lujo que sueña con ser chef. Para intentar llegar a ese objetivo, el relato optará por un camino caprichoso y zigzagueante, lleno de agujeros y giros. Una película desconcertante.

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