"Cementerio General 2": nuestra crítica de la película peruana
Sebastián Pimentel

"" es la nueva película de Dorian Fernández-Moris. Se presenta como el segundo capítulo de lo que ya se ha convertido en una especie de franquicia nacional de terror, al estilo de “Actividad paranormal”, “El aro” y tantas otras cintas del género. Previamente, Fernández-Moris había intentado repetir el fenómeno de taquilla de “Cementerio general” (2013) con “Desaparecer” (2015), especie de versión local de los thrillers de salvataje de Hollywood protagonizados por Liam Neeson.

Si “Desaparecer” fue un evidente paso en falso, donde no se salvaba casi nada, no se podía decir lo mismo de “Cementerio general”, que, pese a sus carencias y errores, no dejaba de ser un ejercicio con algunos aciertos. Por eso, con esta vuelta a los predios del terror, Fernández-Moris llevaba consigo la promesa de superar, con más experiencia y recursos de producción, su ópera prima.     

Pues bien, antes de sopesar el resultado, lo primero que diremos de “Cementerio general 2” es que tiene muy poco que ver –en realidad, podría verse como una película totalmente ajena– con su antecesora. El vínculo es casi un capricho de índole comercial. Es más, ambos filmes son casi opuestos en todo: se ha cambiado Iquitos por Lima, el registro nervioso de la cámara en mano se ha convertido en un estilo clásico y de composiciones estudiadas y, en lugar de actores no profesionales, ahora tenemos a intérpretes experimentados y reconocidos (Hernán Romero, Claudia Dammert).

Pero todo esto nos tendría sin cuidado si la película realmente lograra crear un universo propio. Sin embargo, Fernández-Moris, lejos de depurar el estilo de su debut, o de mostrar madurez artística con otra variante del género, vuelve a empezar sin mucha firmeza ni coherencia. La historia de la psiquiatra Fernanda (Milene Vásquez) y su pequeño hijo (Matías Raygada), que vuelve de México para ver a su anciana madre –que sobrevivió a una extraña masacre de tintes sobrenaturales y está medio enloquecida–, parece más un compendio de trucos y técnicas de montaje, efectos especiales y citas cinéfilas que una narración fílmica que se haya tomado el tiempo de estudiar las motivaciones de sus personajes.

En “Cementerio general 2” es notorio el entusiasmo del director por crear imágenes sofisticadas con su director de fotografía, Fergan Chávez-Ferrer. Y si bien se han aprovechado las locaciones del Centro de Lima y el histórico Cementerio Presbítero Maestro para dar con un aire gótico y fúnebre de tonos grisáceos o azulados, el error ha consistido en preocuparse por la forma y no por el fondo. De nada sirve la solvencia en cuanto al acabado audiovisual si, lejos de recordar a la Mia Farrow de “El bebé de Rosemary” (1968) o a la Naomi Watts de “El aro” (2002), Milene Vásquez luce desorientada y enfundada en un personaje de pobre diseño psicológico, cuyos sustos son tan insulsos como pasajeros.

Otro problema en “Cementerio general 2” tiene que ver con los caracteres secundarios, como el reportero interpretado por Marcello Rivera, la joven que encarna Leslie Shaw –supuesto “nexo” con la primera película, cuyo desnudo es totalmente forzado y hasta absurdo– o los vecinos del edificio en el que viven los protagonistas. Sus presencias son demasiado breves y antojadizas, lo que resta tensión y unidad a un relato que hace agua por todas partes.

Si tuviéramos que mencionar los aciertos, estos tienen que ver, sobre todo, con la fotografía de Chávez-Ferrer, que logra darle un poco de palpitación siniestra al espacio lúgubre del antiguo edificio. Y, por otro lado, habría que mencionar al niño que interpreta Matías Raygada en una especie de performance llena de inocencia, asombro y complicidad con lo paranormal –personaje muy deudor, por supuesto, del fabuloso Danny Lloyd de “El resplandor”, de Stanley Kubrick–.

En resumen, “Cementerio general 2” muestra a un director que no deja de balbucear el lenguaje cinematográfico, quedándose todavía en una exploración epigonal y muy limitada en la epidermis del género. Pese a la competencia técnica, el talento visual y la cinefilia, pareciera que Fernández-Moris se vale de sus historias para ejercitarse en la fabricación de golpes de efecto, y no tanto para penetrar en el alma de sus personajes, de sus fantasmas o demonios. Esperemos que, la próxima vez, sus sustos y temores logren inquietarnos más.

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