Sebastián Pimentel

Entre los cineastas norteamericanos más sobresalientes de los últimos diez o quince años, es, sin lugar a dudas, uno de los que más ha contribuido a renovar el género de la comedia. Guionista, director, productor, su nombre es sinónimo de inteligencia y audacia para retratar los síntomas más representativos de la generación del nuevo milenio: adolescencia dilatada o madurez hiperretardada (“Ligeramente embarazada”), sexualidad desacoplada (“Virgen a los cuarenta”), y hasta cierto nihilismo crepuscular (“Funny people”).

Si los hermanos Farrelly (“Amor ciego”, “Pegado a ti”) significaron una renovación del humor radicalizando la escatología, las paradojas de las fuerzas subconscientes, el absurdo y la anarquía; Apatow es en el fondo un sentimental, y parte más bien de Woody Allen, pero para llegar a Frank Capra. Si los Farrelly jamás ceden ante la consumación del sueño americano –la reconciliación total de la pareja–, Apatow aún prefiere creer en él. Su logro ha sido mostrar el camino hacia la realización de la pareja, pero sin dejar de partir de las condiciones de existencia actuales, en las que el infantilismo crece a igual proporción que el cinismo.

Pues bien, hasta hoy, las pelí- culas dirigidas por Apatow se hacían desde un punto de vista masculino. Mucho de lo novedoso de “Esta chica es un desastre” es que se trata de una comedia romántica en la que el director-hombre cuenta la historia desde la perspectiva ultrafemenina de su actriz-protagonista-mujer: Amy Schumer. Por momentos, ella pareciera que le habla a la cámara, al espectador, en una especie de confesión privada que raya en la impudicia. Por el empoderamiento de quien también es la autora exclusiva del guion, y su protagonista absoluta –cuya presencia frente a la cámara representa el 98% del metraje–, es difícil no hablar de Amy Schumer como coautora del filme.

En este caso, la virtud principal de Apatow ha sido la de convertirse casi en un puro médium. “Esta chica es un desastre” es en sí una nueva lectura de una fórmula vieja y es la capacidad de Apatow para dejar que Schumer galvanice, con su personalidad, cada minuto del filme, lo que llega a cautivar al espectador. Porque Amy –su nombre también en la ficción, lo que subraya el tono de manifiesto que hace indistinguible la frontera de lo público con lo privado– es la concreción de un nuevo tipo de mujer: independiente e hipersexual, en vez de dejarse conquistar, ella conquista; en vez de ser receptiva, es agresiva; en vez de ser delicada y pudorosa, es ruda y desvergonzada.

(Tráiler de "Esta chica es un desastre")

Pero lo interesante es que, siendo una especie de “mujer-alpha”, y hasta cierto punto “masculinizada”, no deja de encarnar una nueva feminidad, y no deja de ser una persona profundamente frágil y sensible. Acontece toda una mixtificación de prototipos, a veces casi esquizoide, ejemplificada también por una de las parejas de Amy, un enorme fisicoculturista (que pareciera encarnar al “macho” fuerte y musculoso) que no deja de verbalizar inconscientes lapsus “homosexuales”. La inversión de roles tiene otro ejemplo con quien lucha por ser su pareja romántica: Bille Hader es Aaron, un médico de deportistas millonarios que es todo lo opuesto a Amy, más bien conservador, delicado y “pasivo”. Si Amy no cree en el compromiso ni en el matrimonio, con Aaron sucede todo lo contrario.

Lo que resulta interesante, más allá de la alteración de roles que, desde los años de Capra y Hawks, ya era visible, es hasta qué punto la sexualidad ha ganado un lugar explícito, excesivo y reiterativo. Lo “moderno” del tándem Apatow-Schumer es que, lejos de moralizar en torno a la vida sexual de la antiheroína, es vista con naturalidad y humor. El filme termina centrándose, más bien, en la crisis de Amy respecto a su padre (Colin Quinn) y el posterior esfuerzo que debe hacer por afirmar la validez de sus propios afectos.

Otra virtud de “Esta chica es un desastre”, aparte de un realismo y desparpajo que a veces roza vibraciones salvajes que recuerdan a algunas películas de John Cassavetes, es su “transparencia”. Apatow no necesita –como sí sucede en películas fatuas como “500 días con ella”– elaborar artificios formalistas para reclamar un estatuto “de culto”. Su cámara es más efectiva y artística cuanto más transparente es. El estilo está en otra parte (en la dirección de actores, en el juego de teatralización y ocultamiento íntimo, en la inflexión agridulce de la fotografía). Y por eso también, la burla a la cultura “Sundance” y al circuito “esnob” cuando Amy y su pareja de turno ven la no tan sutil parodia de una película en blanco y negro en la que un “intelectual” y afectado Daniel Radcliffe recita diálogos sin sentido en las bancas de un parque.

Si tenemos críticas, entonces, no apuntan a algún defecto argumental, de cásting o de puesta en escena. El problema es menos evidente: estamos ante una pelí- cula que prefirió limitar demasiado sus propias virtualidades. Hay un punto en que la desesperación, los dilemas vitales, que se entrevén en “Esta chica es un desastre”, se escamotean para conservar un tono ligero que se prefiere no abandonar. Es lo que también terminó sucediendo con “Funny people”, cuando sus primeros minutos parecían llegar a la altura de los mejores de Woody Allen o Billy Wilder. Todavía esperamos una obra maestra de Judd Apatow.

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