A la izquierda, Oliver Stone durante sus años en Vietnam, portada de su recientemente publicada autobiografía. A la derecha, en el Festival de Venecia junto a su amigo, el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez (2009). Fotos: Houghton Mifflin Harcourt/ Damien Meyer para AFP.
A la izquierda, Oliver Stone durante sus años en Vietnam, portada de su recientemente publicada autobiografía. A la derecha, en el Festival de Venecia junto a su amigo, el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez (2009). Fotos: Houghton Mifflin Harcourt/ Damien Meyer para AFP.
Ricardo Hinojosa Lizárraga

A mediados de los 60, en la selva vietnamita la vida podía cambiar en tan solo un parpadeo. En un instante tenías frente a tus ojos una bellísima expansión de territorio salvaje, pero fértil, en el que la vida no era más que verde y optimista. Al instante siguiente, en el tiempo que tardan las pestañas superiores en separarse nuevamente de las inferiores, uno, dos, tres estremecimientos bastan para convertir la paz en fuego y la jungla en tierra calcinada y maldita. Así recuerda sus años en Vietnam.

Si, además, eres un soldado americano, es más probable que ese parpadeo haya sido el último. Pero si también eres un soldado recio y con inquietudes artísticas, es muy probable que, al sobrevivir a los instantes posteriores a aquellas explosiones para agacharte, arrastrarte por el barro, activar tu granada y lanzarla al enemigo que te estaba disparando, no olvides jamás la imagen de su cuerpo inerte a pocos pasos de ti. La tendrás lo suficientemente presente como para incluirla en la primera parte de una autobiografía que publicarás más de 50 años después y para hacer algunas películas teniéndola como consejera e inspiración.

No he dejado de ver esa imagen (...) pero no siento culpa. Él está muerto, yo vivo. Así es como funciona”, confiesa hoy el soldado que entonces tenía solo 21 años. El mismo muchacho que, poco después, mientras patrullaba por la jungla de Camboya, vio a la muerte más cerca que nunca: tras caer en una emboscada, tuvo que protegerse del bombardeo de su propio ejército, que convirtió en un pozo de napalm aquel reposo natural entonces alterado por disparos y explosiones sin tregua. “Cuando desperté vi hombres que murieron haciendo muecas, en posiciones congeladas, algunos de ellos todavía de pie o arrodillados, con la muerte química blanca en sus rostros”, ha escrito el hombre que hoy, a sus casi 74 años, ha logrado convertir a sus fantasmas en personajes cinematográficos inolvidables. Películas como Nacido el 4 de julio o Pelotón así lo demuestran.

Tenía solo 22 años cuando, en noviembre de 1968, regresó a Estados Unidos sin saber muy bien cuál sería su destino. Hendrix, The Doors o Jefferson Airplane sonaban en el infierno de Vietnam y también en la América hippie y rebelde que recorre el joven neoyorquino que se había convertido en el soldado Bill Stone, herido y evacuado dos veces de la Guerra de Vietnam y merecedor de nueve medallas. Años más tarde, ese muchacho que sobrevivió por un pestañeo, se convertiría en el guionista y director de cine Oliver Stone, ganador de 4 Globos de Oro, 3 Oscar, 1 Emmy, 1 Bafta, 2 premios en el Festival de Berlín –uno de ellos honorario-, solo por citar algunos. ¿Cómo sucedió? Chasing the Light (Persiguiendo la luz), la autobiografía que acaba de publicar, le cuenta al mundo el proceso que lo llevó de un lado a otro del planeta, de su imaginación y de sus convicciones políticas, hoy manifiestamente de izquierda.

Luces

El soldado Stone no llegaría a Europa solo para combatir a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial: también encontraría allí el amor, en una linda y rebelde francesita. Este soldado que vio de cerca el desastre europeo no es Oliver o Bill -el nombre que prefería usar-, sino Louis Silverstein, un joven de ascendencia judía que cambió su apellido a Stone por temor al antisemitismo y que, tras la guerra, logró el éxito como corredor de bolsa en Wall Street mientras criaba a su hijo único, el pequeño William Oliver, nacido en Nueva York el 15 de setiembre de 1946. Casi 50 años más tarde, esta circunstancia sería un elemento clave en la construcción de Gordon Gekko, el despiadado personaje de la bolsa de valores más famosa del mundo que protagonizaría una de las películas más poderosas que dirigiría ese niño que acababa de nacer. Tanto Wall Street (1987), como Salvador (1986) o Nixon (1995) serían dedicadas a la memoria de Louis. Mientras el pequeño William Oliver crecía, cada pestañeo era una nueva posibilidad para una futura película suya.

Curioso año 1946. Durante doce meses, en distintas partes de Estados Unidos, nacieron bebés que luego se convertirían en nombres claves de su historia cinematográfica: David Lynch, Steven Spielberg, Sylvester Stallone, Susan Sarandon, Diane Keaton o Tommy Lee Jones, amigo de Stone y protagonista de otra de sus películas bélicas, Entre el cielo y la tierra (1993).

William Oliver Stone creció en un hogar con doble personalidad. Por un lado, el conservadurismo judío de su padre; por otro, la independencia y el espíritu libre de su madre católica. Pronto empezaría a escribir, cuando el primero, entusiasmado por notar en él inquietudes literarias que alguna vez también compartió, le pidió que escriba sobre un tema distinto cada semana. Como él ha contado antes y narra nuevamente en esta autobiografía, su niñez terminó a los 15 años, con la separación de sus padres. “Considero mis películas, sobre todo, como dramas sobre individuos y sus luchas personales. Me considero a mí mismo como dramaturgo antes que ser cineasta político”, ha dicho sobre su trabajo, el que no iniciaría hasta terminar sus estudios de cine, su periplo por algunas ciudades de Estados Unidos experimentando todo tipo de excesos en tiempos de Woodstock y su periodo en Vietnam –adonde llegó inicialmente como profesor voluntario, antes que como soldado-, decisivo para el resto de su vida.

Cámara

Siempre le interesó el cine, escribir, hacer sus pequeñas interpretaciones de historia. Cuando tenía 6 o 7 años era muy, muy gracioso. Utilizaba a su primo de actor. Todo el mundo era actor en su pequeño escenario” dijo su madre, Jacqueline, sobre sus pinitos artísticos. Stone dirigió un cortometraje de 12 minutos sobre la guerra que vivió, Last Year in Vietnam, en 1971, pero su primera incursión en el largometraje fue en 1972, con Seizure, una película de terror de bajísimo presupuesto y guion absurdo que pudo estrenar recién en 1974. Hoy solo es una rareza interesante para los más fans del director. Para algunos críticos es una joya lisérgica, consecuencia del intenso consumo de sicotrópicos con que, en aquellos años, Stone le hacía honor a su apellido, mientras veía a Luis Buñuel y Jean-Luc Godard como sus héroes cinematográficos.

Su gran oportunidad llegaría en 1978, cuando en solo seis semanas preparó el guion de Expreso de medianoche (dirigida por el recientemente fallecido Alan Parker), la historia de un joven norteamericano, Bill Hayes –adaptada de su libro autobiográfico de título homónimo-, capturado en Turquía mientras intentaba traficar hachís. Sus duros años en la cárcel, las relaciones que construye en la prisión, el difícil alejamiento de su familia y los vejámenes sufridos que lo llevan al límite de la locura son abordados con maestría por Stone, que obtiene un Globo de Oro, un Oscar y un gran prestigio. Lo demás, sucedería muy rápido. De algún modo, como el pestañeo de sus terroríficos días en Vietnam. En 1981 dirigiría a Michael Caine en The Hand, un thriller que involucra un accidente, una operación y una mano asesina como condena. En 1982 sería responsable del guion de Conan el Bárbaro (dirigida por John Milius). Luego, escribiría otro que pasaría a la historia en una película dirigida por Brian de Palma: Caracortada (1983). Más tarde, haría suyo el guion de El año del dragón (Michael Cimino, 1985) y dirigiría Salvador (1986), un proyecto personal por el que luchó mucho tiempo. Aunque no se llevó precisamente bien con James Woods, su protagonista, durante la grabación del filme, el título sería a la postre otro de los hitos de su carrera cinematográfica. Woods interpretó a Richard Boyle, un periodista norteamericano sumergido en medio del conflicto civil salvadoreño, entre guerrillas y militares. Ciertas actitudes soberbias enervaron también a Jim Belushi, su coprotagonista, creando un clima tenso en las filmaciones. En aquellos días, Oliver intercambiaba esos días de difícil rodaje con noches de cocaína y alcohol que parecen, a la larga, haber eliminado rencores. Hoy, Woods –nominado al Oscar por aquel filme- se refiere a Stone como “mi gran amigo”. A estas alturas, Oliver Stone tiene alrededor de 40 años y está por realizar Pelotón, la película que realmente cambiaría su vida. Hasta aquí llega Chasing the Light. ¿O aquí comienza realmente su historia?

Acción

El paso siguiente en su filmografía sería el ingreso definitivo al cine crítico y comprometido. Pelotón (1986), la lucha paralela a la guerra entre dos soldados que son también dos formas de verla, con humanidad o sin escrúpulos, fue uno de sus filmes más logrados. Aunque se filmó en Filipinas, Stone sintió que volvía a la tierra donde combatió en su juventud. Ese fue el inicio de su trilogía sobre Vietnam, integrada también por Nacido el 4 de julio (1989) y Entre el cielo y la tierra (1993). Estos filmes, distintas historias desde distintos puntos de vista –el soldado, el veterano, la víctima vietnamita-, rodeados de personajes dolorosamente construidos por la guerra, sintetizan mucho de su cine crítico, político, social. “A Oliver no le da miedo ser el receptor de tu ira o tu agresividad si eso contribuye a mejorar la película, porque lo único que le importa al final es la película”, dijo sobre él Michael Douglas, protagonista de las dos entregas de Wall Street (1987 y 2010). Luego llegarían sus acercamientos a expresidentes, sicópatas, rockstars, conspiraciones o líderes de izquierda, en filmes como Nixon (1995) o W (2008); Asesinos por Naturaleza (1994, sobre una idea de Quentin Tarantino); The Doors (1991); JFK (1991) o Snowden (2016) y documentales como Comandante (2003), sobre Fidel Castro; Mi amigo Hugo (2010), sobre Hugo Chávez o The Putin Interviews, basado en conversaciones con Vladimir Putin.

Antes de esta autobiografía, Oliver Stone ya había hecho un intento similar, con A Child´s Night Dream, de la que el Washington Post escribió: “El Oliver Stone de la novela, que se basa en gran medida en incidentes de la vida real, es suicida, sádico, herido, frágil y obsesionado sexualmente con su madre”. La polémica, después de todo, tampoco ha sido ajena a su vida por temas sexuales. El 2017 fue denunciado por la actriz Melissa Gilbert –la pequeña Laura de La Familia Ingalls- quien aseguró que la acosó sexualmente en un casting para The Doors. Él lo ha negado, pero unas incómodas fotos con Salma Hayek lo volvieron a poner en el ojo de la tormenta como acosador. Es probable que nada de esto se mencione en el libro. Después de todo, Stone ha dicho que solo habla de sus primeros 40 años. Aunque claro, como en muchas de sus películas, los flashbacks también pueden estar permitidos.

Es un libro profundo, iluminado e implacable. Prosa en su máxima expresión... lo que ha escrito Stone durará, porque nunca he visto nada como sus ideas sobre la forma en que funciona la industria cinematográfica”, ha dicho Werner Herzog sobre el libro de su colega. Por su parte, Anthony Hopkins, quien fue dirigido por él en Nixon, sostuvo que “Stone es uno de los más grandes directores de cine. Provoca indignación y suscita controversia. Stone es más grande que la vida misma. Chasing the Light lo dice todo”. Sin embargo, la frase más letal de todas la tiene Paul Schrader, guionista de Taxi Driver o Toro Salvaje: “La historia de Stone, es la historia de mi generación en grande.”

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