Escena de "Twister” (1996) que tuvo poder persuasivo dentro de los seguidores de este tipo de películas. (Foto: Warner Bros)
Escena de "Twister” (1996) que tuvo poder persuasivo dentro de los seguidores de este tipo de películas. (Foto: Warner Bros)
Czar Gutiérrez

Su ojo puede tener 370 kilómetros de diámetro. Es un sistema perfecto de nubes que giran en torno a ese centro con una velocidad directamente proporcional al asombroso festival de rayos y centellas que ocurre en sus paredes, mientras el monstruo viaja destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Se trata de uno de los naturales más devastadores y fascinantes, sin duda. De hecho, se calcula que solo en EE.UU. hay 400 mil personas que se dedican a perseguir huracanes, tifones y tormentas. Que Discovery Chanel, la BBC de Londres y el National Geographic se encargaron oportunamente de mostrarlos. Pero será The Weather Chanel el encargado de crear un programa especialmente dedicado al asunto y tener el dudoso honor de haber sacrificado a dos reporteros en la meseta de las Grandes Llanuras. Allí, de abril a junio, se forma el Callejón de los Tornados.

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De hecho, cuando las computadoras entraron a tallar haciendo más exactos los pronósticos del tiempo, el servicio de meteorología de los EE.UU. creó un sistema de voluntariado para que observadores debidamente entrenados informen del fenómeno. Pero cuando la televisión lo convirtió en un espectáculo, aparecieron verdaderas hordas de cazadores de tornados, que así se llaman. La mayoría de los cuales coincide en que el cine es el gran culpable de semejante afición. Concretamente, “Twister” (1996), filmado siguiendo el guion de Michael Crichton, notable escritor y pionero del tecno-thriller. Es altamente probable que su poder persuasivo, especialmente notable cuando una camioneta succionada por ese ojo se precipita desde el cielo, haya sido determinante para captar adeptos: es así, en vehículos motorizados, donde mueren o se accidentan la mayor parte de estos cazadores de tormentas.

Tormentas que encontrarían su partida de nacimiento en el entrañable “El mago de Oz” (1939) cuando Dorothy y su casa son también abducidos por un tornado y aterrizados en un paraje absolutamente mágico. Pero ocho años antes la tormenta como medio de transporte también había servido para que el doctor “Frankestein” (1931) —esa genialidad de Mary Shelley e interpretada por Boris Karloff— le dé soplo de vida a un sujeto hecho con fragmentos de cadáveres para una fabulosa metáfora de la orfandad y el descontrol tecnológico. Otro tipo de descontrol, el terror sicológico, será el que ataque a Jack Nicholson cuando aterrorice como un poseso a su propia familia encerrada en un hotel a causa de una tormenta de nieve (“El resplandor”, 1980). Ese mismo año caería otra tormenta de nieve para intentar sepultar en vano a los heróicos Luke Skywalker y Han Solo (“Star Wars: El imperio contraataca”).

Sin embargo, la producción de efectos especiales alcanzaría una de sus primeras cumbres con “Jurassic Park” (1993). En lo que nos toca, el poderoso manto de lluvia que baña a los dinosaurios enriquece algo más que la tupida floresta: incide directamente sobre el campo argumental con la potencia del meteorito que terminará por extinguirlos. Y así, pisando tierra, “Forrest Gump” (1994) se construirá teniendo como telón de fondo al huracán Carmen que en 1974 golpeó las Antillas, Puerto Rico, Chetumal y Lousiana a 240 km/h. Si ocurría en alta mar, hubiese sido una “Tormenta blanca” (1996), esa que puso a prueba el valor y la suerte de 13 marineros que de pronto vieron convertirse su buque-escuela en un gigantesco ataúd.

Un verdadero diluvio que rompe todos los diques de la ciudad es el que organiza el danés Mikael Salomon en “Hard Rain” (1998), película de acción condimentada con desastres naturales. Y volvemos otra vez al mar cuando George Clooney nos lleva más allá de las zonas de pesca tradicional sin saber que allí se originará “La tormenta perfecta” (2000), especie de aperitivo para la gigantesca conflagración que se cierne sobre la humanidad cuando llegue “El día después de mañana” (2004): una serie de eventos polares alertan sobre la realidad del cambio climático, que se confirma desde la Estación Espacial Internacional desde donde se ve la formación de tres gigantescos huracanes como partida de nacimiento de un super ciclón, el mismo que convertiría al planeta Tierra en una bola de hielo flotando inerme en el espacio. Que nada de esto sea un presagio, esperemos.

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