La rueda de la maravilla
Sebastián Pimentel

Década del 50. Coney Island, EE.UU. Península idílica en el sur de Brooklyn, es también un parque de diversiones en medio de una larga playa sobre el Atlántico. Y en un humilde hogar ubicado detrás de los juegos mecánicos, viven Ginny (Kate Winslet), ex actriz que trabaja como camarera, y su pareja Humpty (Jim Belushi), operario del parque. Hasta que un día reciben la visita de Carolina (Juno Temple), joven hija de Humpty. Ella viene de la ciudad y huye de su esposo, un miembro de la mafia. Ellos son los protagonistas de “La rueda de la maravilla”.

Este tipo de escenario no es nuevo en Woody Allen. Él puede presentar dramas con un registro realista (“El sueño de Casandra”, 2007) o insertarlos en paisajes escapistas, de trazo y cromatismo pictórico. Escenografía que es, a la vez, representación de un mundo ideal (“Medianoche en París”, 2011). Las historias de sus personajes, por supuesto, nunca refrendarán la condición utópica de las superficies. Ahora sin necesidad de parodiar a Federico Fellini (“Celebrity”, 1998) o emular a Ingmar Bergman (“Interiores”, 1978), “La rueda de la maravilla” está contada –con irónicas introducciones confidentes y mirando a la cámara– por Mickey (Justin Timberlake), álter ego de Allen, joven salvavidas y aspirante a escritor. Como buen espíritu de artista, Mickey se dedica a observar a la gente que, además, debe rescatar. Esto incluye a Ginny, mujer ya madura, bella y sensible, quien de alguna manera se hunde en la rutina mediocre que ha elegido al lado de Humpty.

Toda la cinta se articula en función a la salvación que significa Mickey para Ginny, y en las vueltas que el destino –la rueda de la fortuna del parque es un signo omnipresente en el fondo de los planos generales– les tiene reservadas. ¿Cómo acceder a la verdad del sueño americano, y no solo a su decorado? Ella es una perdedora, pero Mickey simboliza un futuro diferente, una segunda oportunidad. Y a la manera de las tragedias griegas, la mala suerte prepara una complicación más cuando Carolina conozca a Mickey. Gracias a la fotografía de Vittorio Storaro, los rayos amarillos del mediodía o los anaranjados de las tardes no solo rasgan los espacios interiores como cuchillos afilados. También hablan de un dramático vaivén entre la esperanza y la fatalidad. Ritmo constante que se acentúa con la presencia del hijo que Ginny tuvo con su anterior compromiso. Él le recuerda a su antiguo amor, perdido por una primera traición. Pero el niño es también el símbolo del incontrolable impulso autodestructivo que comparte con su madre, cuando vemos que el pequeño padece una intensa piromanía y no deja de armar incendios en Coney Island.

Desde “Crímenes y pecados” (1989) hasta la filosófica “Hombre irracional” (2015), por citar un título reciente, Allen no deja de volver sobre los límites del pecado, la culpa y el crimen perfecto. O la posibilidad de un mundo lleno de impunidad, donde la justicia divina nunca llega –un tormento muy judío–. Estos compungimientos serán lo mejor de “La rueda de la maravilla”, con el momento climático de la estupefacción de la protagonista ante una decisión clave, esa que pone en balanza el éxito aparente y la destrucción de la moral. Hay más virtudes en el filme, como la compacta urdimbre del guion, digna de un conocedor de Sófocles y de Eugene O’Neall; la actuación de Kate Winslet, quien, con su disfuerzo postrero y ataviada como diva, recuerda un imaginario glamour de las tablas: el de un pasado que, para Ginny, ya no volverá; esa teatralidad cotidiana que hace pareja con la tragedia clásica; y, por último, la luz de Storaro, de un colorismo inalcanzable y de espejismos engañosos, desgarrados. Sin estar a la altura de sus obras maestras, Allen ha logrado un triunfo más para su generosa filmografía.

​La ficha

“La rueda de la maravilla”
Título original: “Wonder Wheel”.
Género: drama.
País y año: EE.UU., 2017.
Director: Woody Allen.
Actores: Kate Winslet, Justin Timberlake, Juno Temple, Jim Belushi.
Calificación: ★★★1/2.

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