Jamás llegarán a viejos
Sebastián Pimentel

La guerra. ¿Cómo escribirla? ¿Cómo filmarla? Son preguntas que hasta hoy significan un reto tanto ético como estético para el fabricante de historias imaginarias, o para el documentalista de vocación forense. Pues bien, aunque sea por un puñado de días se proyectó, en pocas salas de Lima, “Jamás llegarán a viejos”, documental que realizó sobre la incursión inglesa en la Primera Guerra Mundial (1914-1918).



“Jamás llegarán a viejos” es en realidad un encargo del Museo Imperial de la Guerra de Londres, en el marco de la conmemoración del aniversario del fin de la primera gran conflagración bélica global del siglo XX. Y para todos fue una sorpresa –también signada con no poco escepticismo– que uno de los elegidos para recordar la también llamada Gran Guerra haya sido el cerebro detrás de la trilogía de “”.

Toda la película está hecha con imágenes de archivo. Para ello, Jackson y su equipo tuvieron que enfrentarse a 600 horas de video y 100 de audio, para hacer la selección de imágenes que se traduciría en una hora y cuarenta minutos. El realizador neozelandés también decidió contratar a especialistas en lectura de labios, con el objeto de descifrar lo que decían los soldados del metraje histórico que, por supuesto, era silente.

El objetivo de Jackson era de alguna manera sacrílego –de acuerdo a los cánones del documentalismo clásico–: en lugar de respetar el aspecto de las imágenes mudas en blanco y negro, ellas adquieren color y sonido, en una especie de reconstrucción o restauración digital de alcances revolucionarios. El efecto de realismo contemporáneo es pleno: los soldados de imágenes nostálgicas y lejanas se vuelven próximos, inmediatos, presentes.



Lo interesante del filme está en su planteamiento decididamente intervencionista en las filmaciones de noticiarios antiguos. Pero no solo eso. Además, es una especie de dispositivo poético y filosófico. Para ello, en los primeros 20 minutos las imágenes están todavía en blanco y negro, y vemos a los jóvenes ingleses alistarse como chiquillos ingenuos que buscan una experiencia aventurera y patriótica de resabios abstractos, distantes.

Lo que ocurre después de esos primeros minutos es una especie de zoom, de acercamiento vivificador al campo de batalla. Es entonces que el pasado deja de ser algo abstracto, y el espectador tiene la sensación de viajar en el tiempo para estar con esos jóvenes uniformados frente a frente. La proximidad de la devastación deja de ser un recuerdo.

Con esa mágica colorización de las imágenes de archivo, se materializa una gama vasta de angustias, miedo y sufrimiento. También horror, la experiencia de lo inenarrable. Los jóvenes ya no se están alistando con ilusiones y algo de comicidad ingenua. La guerra se ha hecho real, al igual que las imágenes, que se hacen carne y dejan su piel de estampa romántica. El color, lejos de ser un dato de la fantasía, es una puerta a la verdad de la guerra.

Pero “Jamás llegarán a viejos” no solo es una conmovedora –y muchas veces abrumadora– experiencia visual. También es un viaje sonoro hipnótico y crítico, empático y reflexivo, pauteado por las voces de los veteranos sobrevivientes que, ya ancianos, contaron su testimonio hace ya varias décadas. Los historiadores que grabaron esos testimonios humildemente, en casetes analógicos, no sabían que estaban recopilando palabras y texturas fundamentales para dar forma a una notable obra de arte. Así, “Jamás llegarán a viejos” no solo es una muestra del poder del cine para dar rostros y voces a la historia. También es una poderosa manera de hacer triunfar a la poesía y la vida, allí donde solo reside la muerte.

LA FICHA
Título original: “They Shall Not Grow Old”.
Género: documental.
País: Reino Unido/Nueva Zelanda, 2018.
Director: Peter Jackson.
Calificación: ★★★★★

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