Jim Carrey acaba de meter el dedo en la llaga: su nueva película, Kick-Ass 2, es de una violencia tal que no puede soportarlo, escribió el pasado fin de semana en su cuenta de Twitter. No me avergüenzo, pero los acontecimientos ocurridos en los últimos tiempos hacen que vea las cosas de otra manera.
Con esos acontecimientos recientes, el protagonista de Ace Ventura se refiere a la masacre de diciembre en el estado de Connecticut, en la que perdieron la vida 20 escolares. En la secuela de Kick Ass, jóvenes disfrazados de superhéroes arrementen de forma brutal contra sus adversarios.
El productor de Kick Ass 2, Mark Miller, contraatacó en su blog. Según escribió, como narrador de historias su trabajo es entretener a la gente. Y en este sentido, sus herramientas no deberían verse saboteadas por la restricción de armas en una película de acción. Y añade que nunca compró la idea de que la violencia en la ficción conlleve más violencia en la vida real.
EL CINE Y LA VIOLENCIA Como muchos otros famosos, Carrey ya se había pronunciado varias veces en el pasado contra la violencia y a favor de una legislación más restrictiva en materia de armas. Tras el tiroteo ocurrido durante una proyección de The Dark Knight Rises en Aurora (Colorado), que el año pasado causó 12 muertos y 70 heridos, todo Hollywood puso el grito en el cielo.
Y tras la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, estrellas como Jamie Foxx, Lady Gaga y Robert Redford volvieron a hacer campaña en pro del control de armas con declaraciones y recogidas de firmas. El presidente, Barack Obama, puso en marcha una iniciativa para endurecer la legislación, pero hasta ahora el Congreso ha tumbado todos los intentos.
El programa que Hollywood prepara para este verano (boreal) sigue plagado de violencia. El cartel de White House Down, de Roland Emmerich, muestra a Channing Tatum en el papel de guardaespaldas presidencial, con metralleta y pistola a la cintura. Y Denzel Washington y Mark Whalberg también aparecen empuñando sus armas en 2 Guns.
En enero, Quentin Tarantino rechazaba cualquier conexión entre la brutalidad en la gran pantalla y la violencia en el mundo real. Según el director de Pulp Fiction y Django Unchained, el problema está en el control de armas y las condiciones psíquicas de quienes las usan, subrayó en una entrevista. Ese mismo mes, también Arnold Schwarzenegger defendía los muchos tiros que se disparan en su película The Last Stand, alegando que el único objetivo es divertir al público.
EL DEBATE SIN CONCLUSIÓN Frente a ellos, Robert Redford defendía durante la inauguración del Festival de Sundance un mayor debate sobre la violencia en el cine: Creo que no es sólo oportuno abordar esta discusión, sino que llegamos tarde, dijo la estrella de Hollywood.
Entre los escritores, los frentes también están divididos. Jonathan Franzen (Las correcciones) contó en una entrevista con dpa en febrero que ya de niño su padre le puso un arma en la mano para que aprendiera a usarla. Mi padre era el mayor pacifista del mundo, pero se crió en el campo, declaró.
No obstante, el escritor abogó abiertamente por un mayor control de la tenencia de armas: Estoy totalmente a favor de más control y no poseo ningún arma, afirmó. En su opinión, la mayoría de quienes sí tienen son conscientes de su responsabilidad. Y naturalmente, a ellos les indignan las personas que por principios están en contra de las armas.
Stephen King (It, Carrie) escribió un libro sobre el asunto. Una legislación más dura sobre las armas salvaría miles de vidas, señala en el e-book Guns, lanzado a principios de año. En él, exige a los políticos que prohíban el comercio de las armas semiautomáticas. Sin embargo, King posee tres pistolas, como él mismo confiesa en el libro.
Ya en 2002, el cineasta Michael Moore planteaba la cuestión en su documental Bowling for Columbine: ¿Estamos locos por las armas o simplemente locos?, se preguntaba. El detonante para aquel proyecto fue la masacre en el instituto Columbine de Colorado, donde en 1999 dos adolescentes mataron a tiros a 12 de sus compañeros y a un profesor antes de suicidarse. Hollywood entregó un Oscar a Moore en 2003. Pero en la gran pantalla siguen volando las balas.