"Lo mejor de mi vida": nuestra crítica de la película [VIDEO]
Sebastián Pimentel

El italiano Gabriele Muccino, a quien conocemos por ese éxito internacional que fue “El último beso” (2001), se ha instalado hace varios años en Hollywood. Quizá algunos recuerden “En búsqueda de la felicidad” (2006), la historia de un padre y su hijo que, al modo de los relatos de Frank Capra, deben salir de la indigencia desde nada más que la fe en una propia convicción.

Muccino, al estilo de los viejos melodramas, no corta las tomas demasiado rápido, y se detiene en lo que sienten sus personajes. Si en un inicio –como “El último beso” o “En búsqueda de la felicidad” – se trataba de carreras contra el tiempo y pura pasión, en “Lo mejor de mi vida” todo adquiere una engañosa tranquilidad, llena de una ansiedad subterránea, menos evidente.

Por un lado, estamos en los años ochenta, el tiempo de Jake Davies () –escritor maduro que, al enviudar, debe criar solo a su pequeña hija Katie–. Por otro, ya en el nuevo milenio, una Katie (Amanda Seyfried) todavía joven, apenas salida de sus estudios universitarios, es una mujer que se resiste a dejar una soledad destructiva.

Lejos de usar los movimientos de cámara para acentuar las crisis de Jake o Katie –como Muccino hacía antes–, el director deja que estas sobrevengan desde dentro. Otra virtud del filme tiene que ver con cierta crueldad. El sufrimiento de Jack, desde que enviuda, es ejemplar. La cámara lo presenta entrando a un hospital de rehabilitación, encarando a la familia política que le quiere quitar a su hija, o asumiendo la quiebra económica. Podría decirse que, desde el rigor de una mirada impasible, y de una forma pudorosa de ver al héroe, el ensañamiento del destino se acentúa, al igual que el dolor.

Pero si hay algo que hace de este filme una especie de arte moderno es su juego de los tiempos. La de “Lo mejor de mi vida” es una estructura bifaz. En ella, las dos caras del tiempo (el presente de Katie / el pasado de Jack) se miran una a la otra. Lejos de extremar –o agotar– el vínculo emocional que se establece con el espectador, esta especie de suspensión temporal logra un efecto meditativo, interrogativo, en tanto se ha construido un puente que no deja de poner en diálogo ambas vivencias.

Russell Crowe vuelve sobre ese estilo seco, de pocas palabras, y a la vez volcánico. Solo que, esta vez, atemperado por el regocijo de la paternidad y la autoimpuesta disciplina de un escritor reconocido. También destacan Kylie Rogers como la niña Katie, y Bruce Greenwood como el pérfido esposo de la hermana fallecida de Jake. Amanda Seyfried cumple, mientras que Jane Fonda, como la agente literaria de Jake, tiene un papel interesante, aunque quizá poco aprovechado.

No sorprende que la crítica norteamericana haya rechazado el filme con la acusación de “estar pasado de moda” –fue el mismo veredicto que recayó, salvando distancias, sobre “Jersey Boys” (2014), una de las últimas obras maestras de Clint Eastwood–.

Lo mejor de mi vida” tiene un dulzor melancólico e hiriente. Sus protagonistas luchan contra sus propias debilidades y no dejan de mirarse en el espejo mórbido del tiempo. Es una película adulta, fuera de época, y que se permite algo inédito hoy en día: observar los sentimientos de sus personajes.

“Lo mejor de mi vida”
Título original: “Fathers and Daughters”.
Director: Gabriele Muccino.
País: EE.UU., 2015.
Género: drama.
 Elenco: Russell Crowe, Amanda Seyfried, Bruce Greenwood, Aaron Paul.
Calificación: 3/5.

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