RODRIGO BEDOYA FORNO
Hacia finales de los años sesenta, el cine de EE.UU. languidecía. Las películas no recaudaban lo esperado y había una cierta noción de que las ideas se le habían acabado a la industria. Pero, en la década de los setenta, Vietnam y el descontento con el estado del mundo le devolvieron a Hollywood fuerza. Una fuerza que bien puede ser representada en el rostro y presencia de Robert de Niro. Hoy este gran actor cumple 70 años.
Los setenta trajeron consigo una camada de jóvenes cineastas que representaron el espíritu descontento de una nación. Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, Michael Cimino, y otros, decidieron centrarse en personajes duros, heridos, con una incomodidad reflejada a flor de piel.
Y De Niro, con su rostro adusto, duro, casi siempre molesto, sentaba como anillo al dedo. Así lo aprovechó Coppola en El Padrino II, como el joven Vito Corleone que debe, en un momento sublime de puro cine, demostrar que puede matar a alguien. El rol le valió, con toda justicia, el premio a Mejor Actor de Reparto en el Óscar. Y eso que recién empezaba.
Así también lo aprovechó Scorsese: ¿a alguien se le ocurre un personaje mejor que el Travis Bickle de Taxi Driver para encarnar mejor la carga de odio y descontento de una generación y de un país? Lo mismo hizo el buen Marty con él en Toro salvaje, en El rey de la comedia, hasta en la notable Nueva York, Nueva York, donde se muestra sensible e irascible, incluso en el mismo plano.
Injusto sería no mencionar El francotirador, la gran película sobre la guerra de Vietnam, o, más bien, sobre sus efectos: con el rostro de De Niro al final del filme reflejando que, pese a que el pueblo, la unión y el cariño por la bandera siguen ahí, todo ha cambiado para mal.
Las últimas dos décadas no han dado roles para recordar del actor. Pero no importa: De Niro fue el rostro de una generación que gritó su cólera.