"Ruth y Alex": nuestra crítica del filme de Richard Loncraine
Sebastián Pimentel

Quizá no muchos lo recuerden, pero el realizador británico Richard Loncraine alguna vez rozó el éxito de la crítica y público con “Ricardo III” (1995), pero luego su carrera se apagó lentamente. Es con “Me and Only” (2009) que se despierta un nuevo interés en él, después de los fracasos parciales que fueron “Wimbledon” (2004) y “Firewall” (2006). Como veremos, “Ruth y Alex” (2014) deja la expectativa a medio camino y podríamos decir que sus méritos recaen más en la pareja que hacen Diane Keaton y Morgan Freeman. 

Ruth (Keaton), ex maestra de escuela, y Álex (Freeman), viejo pintor de cierto prestigio, empiezan a sentir los signos de la fatiga. Viven en el piso más alto de un edificio sin ascensor de Brooklyn, comprado cuando eran jóvenes bohemios neoyorquinos en los setenta. Sin embargo, como dice Álex, el humilde barrio de antaño está ahora poblado por ‘hipsters’ y el precio del inmueble ha subido considerablemente. Ya que ambos están empezando a cansarse demasiado al subir las escaleras, piensan en vender el departamento para comprar otro que les acomode más.

Esta es, en pocas palabras, la anécdota de base para este filme de andar pausado como el de sus personajes. Es, también, el guion adaptado de una novela de Jill Ciment. Lo bueno es que la historia se siente más cinematográfica que literaria. Richard Loncraine busca el cine desde largos planos-secuencias (tomas sin corte) en los que se lucen Keaton y Freeman gracias a conversaciones y hechos cotidianos, todas aventuras “mínimas”: el internamiento clínico de su perro, las visitas de los posibles compradores, los líos de precios y venta del inmueble con la corredora –interpretada con oficio por la ex “Sex and the City”, Cynthia Nixon– o la decisión de poner a la venta algunos cuadros de Álex.

Algo que ha sido muy remarcado por algunos comentaristas –y creemos que tienen toda la razón– es la clase de actuación que se permiten dar, con una naturalidad y destreza apabullante, tanto Keaton como Freeman. Acurrucados por la  honda y cálida voz del último –una “voz en off” que es, en sí misma, un espectáculo fascinante–, discurrimos por las diáfanas habitaciones del apartamento y de las calles neoyorquinas, para luego pasar a un duelo actoral donde ninguno necesita sobreactuar o probar la estridencia para hacer creíble a la pareja. 

Estas virtudes se agradecen, como también la ausencia de golpes bajos sentimentales o lacrimógenos. Pero “Ruth y Álex” no es “Nebraska” (2013), de Alexander Payne. Menos aún “Las ballenas de agosto” (1987), magistral fábula sobre la vejez de Lindsay Anderson. Y si mencionamos este último título, es porque Richard Loncraine pareciera que ha buscado esa luz amarilla y embriagadora que es tan propia de la primavera como del ocaso, y que bañó, en los años ochenta, a las geniales Lilian Gish y Bette Davis cuando eran dos hermanas que pasan sus últimas tardes en las costas de Maine. 

El principal problema de “Ruth y Álex”, entonces, no es su luz, que es de por sí evocadora. Su talón de Aquiles está en sus flashbacks, excesivamente ilustrativos para comprender mejor a la pareja interracial que de joven tuvo que luchar por constituirse, y que ahora lo hace por mudarse. Este afán explicativo también aparece cuando unos episodios televisivos informan sobre la posibilidad de un nuevo atentado sangriento a Nueva York (es la paranoia posterior al 11 de setiembre). Estrategias demasiado enfáticas de equiparar la neurosis colectiva con la que es ejercida por la corredora en relación con las oportunidades de venta y compra del departamento.
“Ruth y Álex” no es una cinta memorable. Pero no todas las películas tienen que serlo. A veces basta con que regale algún personaje que evite el lugar común. Posiblemente, con su factura clásica y fuera de época, tengamos las mejores actuaciones que tanto Freeman como Keaton han dado en los últimos años, sobre todo teniendo en cuenta que ambos han estado participando sin mucha discreción en cuanta comedia chirriante y frívola se les ha ofrecido. Esta es una buena muestra de sus talentos y un nuevo homenaje a Nueva York, ese tercer personaje que, por momentos, da otra buena razón de ser a esta pequeña y modesta película.

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