Nancy Zwiers estaba realmente obsesionada con la idea de ver Lincoln, pero algo pasó entre la compra de su boleto y los créditos de la película. Fuera de la pantalla.

Sí, me quedé dormida, confesó Zwiers, una ejecutiva de mercadotecnia de 54 años. Solo tengo dos recuerdos claros de la película: un montón de viejos blancos hablando sentados y a Sally Field en un perpetuo estado de angustia.

Eso fue poco después de su estreno en octubre. En enero y tras una decena de nominaciones al Óscar por la épica de 150 minutos, otra candidatura ha surgido: somnífero infalible, con y sin disculpas para Steven Spielberg y Daniel Day-Lewis.

Tomar una siesta en el cine es casi tan antiguo como el cine mismo. Ataca a cansados y descansados por igual, a los cinéfilos y espectadores ocasionales. Algunos culpan a la canchita y su efecto de sopor, otros a la oscuridad y a los asientos cómodos o al calor en el cine, o el frío excesivo, o a que hay poca o mucha gente

De cualquier modo, las siestas en el cine parecen haber adquirido proporciones epidémicas esta temporada de premios por Lincoln, los 157 minutos cantados de Los Miserables, los 169 de El Hobbit y otras destacadas por el sueño que provocan, aunque no siempre por ser demasiado largas.

Y no se trata solo de personas mayores.

No me doy cuenta y me despierto 20 minutos después y todos me ven como diciéndome, estabas dormida, dijo Rose Liu, de 31 años. Ronco y es vergonzoso, pero realmente no lo puedo controlar. ¡Cuando despierto me siento revigorizada!.

Liu se ha quedado dormida en citas románticas y en salidas con amigos, algunos de los cuales han tenido que despertarla a pedido de algún extraño.

La mujer también sucumbió ante Lincoln. Incluso se echó una pestañita durante Argo, de dos horas, aunque sí le gustó el filme. Dormilona en la vida real y aficionada al cine una vez al mes, reconoció que tendría sentido dejar de ir a las funciones nocturnas, aunque esto le resultaría difícil.

Los espectadores comunes no están solos. Los profesionales del cine son víctimas por igual.

Un escritor del mundo del espectáculo que por razones obvias pidió no ser identificado se durmió una vez en una función privada de la sátira de 1994 Pret-a-Porter, sentado junto al director del filme, Robert Altman. Y no fue cuestión de segundos: hizo una siesta de 45 minutos tras unos 10 minutos de empezar la función.

Creo que él no se dio cuenta, dijo riendo en referencia al director.