David Mutal en un rincón del Hotel B: “Uno no puede museificar el patrimonio; en mi experiencia, las intervenciones siempre han tratado de darle una nueva vida, adaptarlo al presente”.
David Mutal en un rincón del Hotel B: “Uno no puede museificar el patrimonio; en mi experiencia, las intervenciones siempre han tratado de darle una nueva vida, adaptarlo al presente”.
Maribel De Paz

El piso cruje bajo nuestros pies. Estamos en el barranquino Hotel B, proyecto bandera del nutrido portafolio del arquitecto , que acaba de presentar, en tapa dura, un repaso ricamente ilustrado de su trabajo en el Perú. Allí, cerca del malecón, la 'belle époque' y la quincha dicen presente de la mano de un piso de acogedores listones de madera en esta añeja casona declarada Patrimonio Monumental de la Nación. Gracias a un paciente trabajo de restauración, lo que Mutal encontró como un lote abandonado y semiderruido tiene nueva vida.



Entre muchas otras obras, Mutal se concentra ahora en nuevos proyectos de intervención en patrimonio, la conversión de la hacienda Huayoccari en el valle del Urubamba y el desarrollo de viviendas alrededor de un bosque de pecanos en el desierto de Ica. Fundador de la Facultad de Arquitectura de la PUCP, el arquitecto es hijo de la escultora Lika Mutal.

De niño, cuando la acompañaba al taller del picapedrero, recuerda particularmente la imagen de su madre golpeando suavemente bloques de piedra enormes con un cincel para que le hablen de la calidad de su interior. Luego, en su taller, ella iría buscando develar lo que la piedra tenía que decir. Y es precisamente ese espacio el que ahora alberga uno de los proyectos más queridos del arquitecto: el desarrollo de la casa-museo de Lika en Barranco, allí donde naturaleza y creación, espíritu y materia, no colisionan, sino fluyen. Como debiera ser la vida misma.

La casa Poseidón, en Pucusana, se levanta, imposible casi, sobre una ladera rocosa.
La casa Poseidón, en Pucusana, se levanta, imposible casi, sobre una ladera rocosa.

—La influencia del trabajo de tus padres se hace evidente en tu propia obra. Por el lado de tu padre, Sylvio Mutal, el interés por el rescate del patrimonio, y por el lado de tu madre, esa tensión entre lo trabajado y lo salvaje.
Claro, por un lado me siento más vinculado al trabajo de mi mamá, en la medida en que trabajaba sobre la materia, con una relación con el paisaje y la naturaleza bien fuerte, y con intereses sobre lo inca y el espíritu de las cosas. Mi papá era más bien un creador de ideas. Tenía un interés por la cultura muy marcado y un programa para la conservación del patrimonio en toda América Latina auspiciado por el PNUD y la Unesco.

—De niño, él solía llevarte por largos recorridos a conocer nuestro patrimonio. ¿Cuál dirías que fue el sitio que más te impactó en esos años?
Definitivamente, lo precolombino. Íbamos a Puruchuco, Cajamarquilla y Tambo Colorado, y eso me marcó. Había algo fascinante con esta idea de laberintos y cuartos sin techo. Y lo que incluso hoy fascina en Puruchuco: esta continuidad del material, del adobe, de una sola cosa que se arma de una manera muy simple, pero a la vez sofisticada.

—¿Y del trabajo de tu madre qué es lo que te despertaba más fascinación?
Yo iba con ella a estas fábricas a donde iba a escoger su piedra, bloques gigantes, donde todo era muy agreste, en Zárate, y también al taller del picapedrero en la cima de un cerro. Inclusive el taller de mi mamá era un espacio casi como de obra en construcción: polvo, máquinas, mucho ruido, y mi mamá con su pañuelo. Ella llegaba a las reuniones de padres de familia en el colegio en zapatillas, llena de polvo.

De niño, sobre una de las piezas de su madre, la inolvidable escultora Lika Mutal.
De niño, sobre una de las piezas de su madre, la inolvidable escultora Lika Mutal.

—Mencionabas hace un momento el espíritu de las cosas, según lo entendía tu madre. ¿Cómo lo entiendes tú?
Bueno, yo hice mi tesis sobre la arquitectura inca y su relación con el paisaje, y ahí descubrí algo llamado el camaquén, que era una noción inca sobre el ánima de las cosas, que no es algo tan esotérico como podría parecer. Hay espacios que lo emocionan a uno más que otros. Si no, uno no iría a Machu Picchu. Y luego he investigado a arquitectos que pensaban un poco lo mismo, como Louis Kahn. Es cómo vibran las cosas.

—¿Y dónde has sentido con más intensidad esta vibración, este espíritu?
La arquitectura precolombina lo tiene. Cuando uno ve la relación de lo construido con la naturaleza es fascinante. Y hace poco fui a los baños termales de Valz, de Peter Zumthor, en un pueblito perdido de Suiza. Ese edificio es pura materia y emoción. Ahí te das cuenta.

—¿Y qué obras destacarías como buenas intervenciones de "reinvención" del patrimonio?
El Castelvecchio de Carlo Scarpa en Italia, donde hay una coexistencia entre lo nuevo y lo antiguo muy fuerte. Todo lo nuevo es supervisible y es maravilloso. Y hace poco vi el Neues Museum de David Chipperfield en Berlín, donde lo nuevo y lo antiguo están como bailando juntos, y a veces una pared que estaba derruida se ha quedado así. Parece una pintura.

El Hotel B, buque insignia del trabajo de restauración de Mutal, sobre la transitada avenida San Martín en Barranco.
El Hotel B, buque insignia del trabajo de restauración de Mutal, sobre la transitada avenida San Martín en Barranco.

—¿Qué es para ti una ciudad habitable?
Una ciudad con más espacios públicos, más parques y espacios para caminar; espacios donde uno pueda fomentar la sensación de pertenencia a la ciudad. En los últimos años se ha priorizado el auto y su circulación, y eso no lleva a ninguna parte. Es como un río. Mientras más amplíes [las pistas], el torrente, que es enorme, se acomoda, no se reduce. Hay que pensar en una estrategia de ciudad global.

—¿Por dónde empezar?
Por el rescate y peatonalización del Centro Histórico. Cuando vienen arquitectos de fuera se sorprenden de la gran cantidad de patrimonio y valor que tenemos. Y de la falta de orgullo de ese valor. Hay una vivencia de la ciudad que está muy arraigada en la cultura del ser limeño, peruano, pero uno también va reconociéndose en sus lugares, en cosas tan simples como el mercado, la playa, el barrio.

Sobre un área de 640 m2 en La Molina, se levanta esta casa de concreto expuesto, diseñada por Mutal.
Sobre un área de 640 m2 en La Molina, se levanta esta casa de concreto expuesto, diseñada por Mutal.

—¿Qué extrañas que ya no esté?
La Lima más tranquila. Yo vivía de chico en la avenida Camino Real, en San Isidro, y era un barrio.

—¿Podías jugar fulbito en la calle?
En la calle de atrás sí, con mis amigos. Era otra Lima.

— Mencionaste hace un rato Machu Picchu. ¿Cómo ves el tema del aeropuerto de Chinchero?
Me da un poco de temor. Si hay algo que es lindo de Machu Picchu, es esa sensación de que para llegar ahí hay una especie de peregrinación, cuyo último tramo es en tren. Facilitar la llegada no solamente haría que vaya mucha más gente, sino que le quitaría esa magia. Además de que la zona de Chinchero es una maravilla, y por más que uno diga que el proyecto no va a influenciar los alrededores, es imposible. Sabemos cómo funcionan las cosas acá, y probablemente el caos se arremoline cerca del aeropuerto. Preocupa mucho la falta de planeamiento en el valle del Urubamba y la depredación de los espacios agrícolas.

—¿Cuán importante dirías que es la contemplación en el desarrollo de tu trabajo?
En arquitectura, la acción es fuerte, es transformar un sitio, y el paso previo es la contemplación; o sea, uno mira el sitio, entiende el sitio y lo que necesita el sitio, y de ahí uno actúa. Si a uno le encargan intervenir un paisaje natural, uno tiene la responsabilidad de que lo que se haga ahí entre en comunión. Creo que el valor de la arquitectura es llegar a una síntesis informada, pero no solo de datos, sino informada en el sentido sensible; sensible al sitio, a la situación, y luego responder. No responder con una receta que uno tiene en la mochila.

Publicado por Ediciones Pichoncito, el libro llega en tapa dura y ricamente ilustrado.
Publicado por Ediciones Pichoncito, el libro llega en tapa dura y ricamente ilustrado.

—Me comentabas antes de empezar la entrevista que están pensando convertir la casa de tu madre en Barranco en una fundación.
Sí, una fundación dedicada a su obra, un museo, la casa de Lika Mutal; no sé exactamente cuál va a ser el título, pero ya llevamos un grupo de piezas de su taller en Villa El Salvador y estamos armando la museografía.

—¿Cómo sueñas ese espacio?
Debería ser un sitio que se siga sintiendo como casa y que albergue algunos eventos como los que mi mamá siempre organizó, como los conciertos de Juan José Chuquisengo. Todo muy vinculado al sentir y a las cosas que le gustaban a ella, dentro del contexto de ver su obra.

—Hace un tiempo entrevisté al arquitecto Vicente de Szyszlo y me hablaba del peso de manejar el legado del padre. ¿Cómo sientes tú esto?
Bueno, en mi caso siento que tenemos una responsabilidad, y es algo que quiero hacer. A mí el trabajo de mi mamá me conecta sobre todo con ciertas épocas de mi vida cuando era chico, y creo que es un legado que tenemos que administrar desde el punto de vista de la vivencia.

—¿Qué es la honestidad en la arquitectura?
Ser muy preciso en lo que el proyecto necesita, y llevarlo hasta sus límites. Ser consecuente. La arquitectura es a veces compleja, pero uno tiene que entender muy bien la situación para responder ante ella con exactitud y honestidad, y no pretender hacer algo que no vaya con la situación del sitio. Si aplicásemos los preceptos de la arquitectura en otros ámbitos, es decir, ser sensible a una situación, estar informado y actuar en consecuencia, estaríamos mejor.

—Como sociedad en general.
Claro, como formación: conectar con la situación, ver al otro. Si ese modelo funcionase no solo en la arquitectura, sino en otros ámbitos, sería interesante.

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