Héctor López Martínez

Mañana, 7 de junio, tendrá lugar como todos los años la ceremonia de la Jura de la , en torno al monumento de Francisco Bolognesi en la plaza que lleva su nombre. Veremos elevarse hasta lo más alto del mástil a la sagrada enseña que fue enaltecida y cantada por el poeta tacneño Federico Barreto con entonados versos: “Desde que vi la luz mi pecho anida / Dos amores: mi Patria y mi Bandera; / Por mi Patria, el Perú, doy yo mi vida, / Por mi Bandera, el alma, el alma entera”.

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Nuestro símbolo patrio, como todos sabemos, fue diseñado por el general José de San Martín, pero no es posible seguir creyendo que para ello se inspiró en un sueño, tal como relata un hermoso cuento de Abraham Valdelomar. El Libertador, que no solo era hombre de armas sino también de letras, militó más de veinte años en el ejército español y ahí pudo ver infinidad de banderas, estandartes, gallardetes, etc. En este caso eligió el diseño de la llamada Cruz de San Andrés, emblema original de la Casa de Borgoña que llevó a Castilla Felipe el Hermoso a inicios del siglo XVI. La de San Andrés es una cruz en forma de aspa. Según tradición milenaria el apóstol Andrés fue atado en una de ellas hasta morir en la localidad de Patras, Grecia.

San Martín se alejó de cualquier prototipo de la Casa de Borbón, contra la cual luchaban los patriotas. Infatigable lector, era ducho en heráldica, como lo prueba el inventario de su biblioteca que donó al Perú. Eligió el color blanco, símbolo de pureza de intenciones y el rojo que evoca sangre y fuego. En cuanto al escudo, el laurel es símbolo de triunfo, de victoria. El sol y las cumbres escarpadas se asocian con el imperio de los incas, cuya historia conocía muy bien ya que era entusiasta lector y admirador de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega. Finalmente, el mar era la vía que escogió para venir al Perú al frente de la expedición libertadora.

La bandera primigenia, en forma de aspa ofrecía inconvenientes para confeccionarla con rapidez y bajo costo, razón por la cual fue sustituida por Torre Tagle mediante decreto del 15 de marzo de 1822. La nueva enseña nacional se componía de una “faja blanca trasversal entre dos encarnadas de la misma anchura, con un Sol también encarnado sobre la faja blanca”. Otra vez, también por razones prácticas, por decreto del 31 de mayo de 1822, igualmente firmado por Torre Tagle, se dispuso que las fajas fueran verticales, evitando que se pudiera confundir con la bandera española cuya franja amarilla, por efecto del sol, se desteñía fácilmente hasta quedar casi blanca. Debido a esto ocurrieron graves equivocaciones en ambos ejércitos con alto costo de sangre. Los colores siempre fueron el blanco y el rojo.

Fue el primer Congreso Constituyente reunido en Lima el que dio la ley del 24 de febrero de 1825, promulgada de inmediato por Simón Bolívar, que en su artículo 3° decía a la letra: “El pabellón y bandera nacional se compondrá de tres fajas verticales, las dos extremas encarnadas, y la intermedia blanca, en cuyo centro se colocará el escudo de las armas con su timbre, abrazado aquél por la parte inferior de una palma a la derecha y una rama de laurel a la izquierda entrelazadas”. Esta es desde entonces la bandera oficial del Perú.

Poco más podemos decir de nuestro hermoso emblema que lució gallardo en el palo mayor del monitor Huáscar y en el morro de Arica. Por él se han sacrificado nuestros héroes a lo largo de dos centurias, por él han entregado con generosidad sublime su existencia, para que flameara siempre con honor y sin mancilla; la bandera que nos emociona cada vez que la hemos visto ondear lejos de la patria. Esa bandera que flameó en nuestras glorias e infortunios jamás podrá ser sustituida por un trapo rojo como pretendió hacerlo una banda de terroristas criminales y viles delincuentes en días aciagos no tan lejanos, ni por ninguna otra, fruto de mentes ignorantes o psicóticas.