Mario Vargas Llosa durante la lectura del cuento "Fochito y la Luna".
Mario Vargas Llosa durante la lectura del cuento "Fochito y la Luna".
Daniel Goya

Al final de esta historia Mario Vargas Llosa pondrá en aprietos a un niño. Será a propósito y nadie podrá salvarlo de lo que el premio Nobel provocará. Pero eso será hasta el final. Porque hay que comenzar por el inicio: era el 15 de julio y el avión que trajo al autor de “Conversación en La Catedral” había aterrizado el día anterior. Hacía frío y una camioneta blanca de lunas polarizadas se detuvo en el Jr. Callao del Centro de Lima. La puerta trasera derecha se abrió y allí estaba él. Erguido, canoso, alto y con mucha energía. Vestía pantalón gris, camisa blanca, chompa celeste y saco azul. Metro a metro las personas comenzaron a reconocerlo y se le acercaban. Era una escena casi cinematográfica salida de “Forrest Gump”. Algunos sacaban sus cámaras y se fotografiaban con el escritor sin perder el paso. Al final desistió de seguir caminando y se fue en auto a la casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el Parque Universitario.  Allí fue recibido por el rector de la universidad, Orestes Cachay, y conversaron sobre los profesores que el escritor tuvo mientras era alumno, entre ellos Raúl Porras Barrenechea y Carlos Eduardo Zavaleta.

Mario Vargas Llosa, junto a Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner.
Mario Vargas Llosa, junto a Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner.


Luego el escritor fue al colegio Leoncio Prado para recordar sus épocas en la escuela militar. Tras ello paseó por la Costa Verde, recorrió Magdalena, Miraflores y La Perla. Finalmente se detuvo en la casa del fallecido pintor Fernando de Szyszlo y conversó con el hijo del artista, Vicente de Szyszlo.
El miércoles 17, Mario Vargas Llosa pisó tierra arequipeña. Recorrió la casa que lo albergó cuando era niño y anunció que donaría 5.000 libros de su colección personal a la biblioteca pública que lleva su nombre.

Vargas Llosa en el Lugar de la Memoria al cierre del taller Poder, rebelión y memoria en "Conversación en La Catedral".
Vargas Llosa en el Lugar de la Memoria al cierre del taller Poder, rebelión y memoria en "Conversación en La Catedral".


A las 7 p.m. del domingo 21, el Nobel tenía miedo. Así lo admitió él. Estaba sentado en una butaca del Teatro Peruano-Japonés para ver el musical “Pantaleón y las visitadoras”, basado en su novela homónima. No sabía qué esperar. Pero al final de la obra subió al escenario y dijo: “Ya pasó el susto. Tenía miedo de ver esta adaptación, pero lo han hecho estupendamente bien. Es espléndida”.

Solo minutos antes, ese mismo día, a pocas cuadras, en la sala Blanca Varela de la FIL Lima, el escritor leyó su cuento “Fonchito y la luna” a un grupo de niños. Pero lo sorpresivo sucedió al final, cuando narró que había recibido el cuento de un niño llamado Colber Ríos, que vive en la región San Martín. El niño estaba allí, cerca del escenario, y Vargas Llosa lo invitó a que lo acompañe y lea la historia que escribió. Colber tuvo miedo. Nadie le había dicho que leería su texto frente a casi mil personas. Este pedido estaba tan fuera del protocolo que Colber no tenía asignado un micrófono. El muchacho leyó nervioso, pero leyó bien.
Vargas Losa se despidió diciéndoles a los niños que lean, pero que “lean los buenos libros” y auguró un futuro en el que Colber se convertirá en escritor.

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