Remigio Morales Bermúdez falleció a los 57 años por problemas de carácter hepático y estomacal. (Foto: Repositorio PUCP/Instituto Riva Agüero/Colección Elejalde)
Remigio Morales Bermúdez falleció a los 57 años por problemas de carácter hepático y estomacal. (Foto: Repositorio PUCP/Instituto Riva Agüero/Colección Elejalde)
/ Archivo El Comercio
Héctor López Martínez

Desde que asumió la presidencia de la República, el 10 de agosto de 1890, fue notorio que el general no gozaba de buena salud. Con frecuencia debía quedarse en sus habitaciones por problemas de carácter hepático y estomacal, a los que él se sobreponía con ánimo esforzado siguiendo las indicaciones de su médico de cabecera, doctor Manuel A. Muñiz. El sábado 24 de marzo de 1894 El Comercio publicó una pequeña nota donde se decía que el jefe del Estado había sufrido un “cólico intestinal”. Esta vez, conforme pasaban las horas, la dolencia del gobernante se iba agravando y la noticia, acompañada de funestos presagios, se esparció por toda la capital.

El domingo, lunes y martes, la medicación habitual resultó insuficiente y ya no se podía ocultar la gravedad del enfermo. En la mañana del miércoles 28 el doctor Muñiz convocó en consulta a sus colegas J.C. Castillo y Wenceslao Salazar. Morales Bermúdez se encontraba en su domicilio en la calle Santa María (sexta cuadra del jirón Abancay). Luego de una minuciosa revisión del enfermo acordaron que no se podía perder tiempo y que la única forma de salvarle la vida era practicándole una laparotomía. El paciente aceptó serenamente el diagnóstico que fue comunicado al Consejo de Ministros que también estuvo de acuerdo. Inmediatamente se dio inicio a los preparativos. El cirujano debía ser el doctor Lino Alarco, quien utilizaría su instrumental, asistido por tres facultativos. Todo lo necesario se adquirió en la Botica del Progreso, del señor Grec.

A las 7 de la noche el enfermo recibió el viático de manos de monseñor Manuel Tovar. Como quirófano se escogió un pequeño salón de la casa al que se le puso luz eléctrica. Allí se instaló una amplia mesa de pino. El general Morales Bermúdez ingresó caminando y se tendió en ella. La luz eléctrica oscilaba mucho y se prefirió usar lamparines. A las 7:25 p.m. el doctor Alarco inició la operación asistido por los médicos Nemesio Fernández Concha, Wenceslao Salazar, Augusto Luna y José Diez Salazar. Se utilizó cocaína como anestesia local. Alarco conocía las experiencias positivas con dicho estupefaciente que había tenido el cirujano norteamericano William Halsted. Asumo que el doctor Muñiz había detectado algún problema cardiaco. De acuerdo con los conocimientos del fisiólogo británico John Alexander MacWilliam el uso del cloroformo producía fibrilación ventricular.

El doctor Alarco practicó una incisión de diez centímetros en la fosa ilíaca derecha y se descubrió una “brida” o adherencia entre el intestino y la pared del peritoneo, que comprimía dicho intestino. Se “desembridó” permitiéndose el curso de la materia fecal detenida. Esto se creyó suficiente, se curó la incisión pero no se la cerró, ya que Alarco temía que fuera necesario explorar nuevamente la zona. La operación concluyó a las 9:25 p.m. El paciente pareció aliviado pero los médicos indicaron que la gravedad continuaba y había que contar con el peligro que se presentara una infección. “El resultado inmediato de la operación –informó El Comercio– fue un alivio sensible en el enfermo, cuyo vientre antes elevado comenzó a descender y las náuseas a desaparecer”.

Estuvieron a cargo del paciente los doctores Lino Alarco, L. Villar, Celso Bambarén, Belisario Sosa, Julio Becerra, J.C. Castillo, Constantino T. Carvallo, Manuel Antonio Muñiz y Wenceslao S. Salazar. Emitieron once partes médicos. Cuatro, antes de la operación. A partir del quinto se dio cuenta del posoperatorio indicando que, pese al éxito de la intervención quirúrgica, continuaba la gravedad. El sexto era moderadamente optimista y en el sétimo se ponía: “Unánimemente juzgaban que el paciente estaba mejorado, sin encontrarse fuera de peligro”. Fue suscrito el viernes 30 de marzo, a las 11 de la mañana. El octavo, datado a las 8 de la noche de ese día, anunciaba que el estado del enfermo era alarmante.

La noche del 30 al 31 de marzo fue angustiosa. El noveno parte decía: “El paciente después de haber pasado durante la noche por gravísimos accidentes, ha experimentado ligero alivio”. Estaba firmado a las 9:30 de la mañana del día 31. El décimo se redactó a las 8 p.m. del 31 y no traía nada nuevo. El undécimo se hizo público a las 9:30 a.m. del domingo 1° de abril y era premonitoriamente fatal: “En el paciente se han presentado nuevos síntomas que aumentan los temores que siempre ha abrigado la consulta”. Sobre las 4:30 p.m. “se le aplicó al enfermo la máquina eléctrica”. Desde 1887 el ya mencionado MacWilliam había ensayado con una máquina que aparentemente sería precursora del desfibrilador. La gravedad aumentaba durante la noche y el jefe del Estado sufrió un vértigo dilatado y pudo volver en sí gracias al esfuerzo de los médicos. Falleció a las 5:50 a.m. del 2 de abril a consecuencia de un paro cardiaco.

Remigio Morales Bermúdez, nacido en Pica, Tarapacá, el 30 de setiembre de 1836, fue modelo de austeridad, de probidad. Vivía solo de su sueldo y el Estado le adeudaba varios meses al momento de fallecer. Ese trágico y enlutado 2 de abril de 1894, se iniciaba la etapa final del proceso histórico que Jorge Basadre llamó Militarismo después de la derrota.

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