Tras muchos años de silencio editorial, Alfredo Bryce terminó el manuscrito de su tercer libro de antimemorias. (Foto: Musuk Nolte/El Comercio).
Tras muchos años de silencio editorial, Alfredo Bryce terminó el manuscrito de su tercer libro de antimemorias. (Foto: Musuk Nolte/El Comercio).
Enrique Planas

En su departamento en San Isidro, cerca del paradigmático Country Club, vive solo, pero bien instalado. Una agenda le ayuda a organizar sus días, en la que apunta aplicadamente las reuniones con sus viejos amigos. El próximo 19 de febrero, el cumplirá 80 años. El aniversario lo encuentra alejado de la escritura, pero no del dictado: "Permiso para retirarme", el tercer tomo de sus antimemorias que será lanzado en mayo por la editorial Peisa, se lo dictó a la computadora.

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En esta entrevista publicada originalmente en el último número de la revista española "eñe" el año pasado, el escritor nos explica cómo va saliendo de la profunda depresión que arrastra desde las acusaciones de plagio en su contra y la polémica por el Premio FIL de Literatura en Guadalajara. Su mejoría tiene que ver con la recuperación de los amigos que tomaron distancia, de los recuerdos amables, de los idiomas aprendidos que no quiere olvidar. En fin: de recuperar el tiempo perdido.

La primera pregunta le sonará a formalidad: ¿Cómo está?

Bien, estoy bien. Muy instalado.

Sé que estuvo recuperándose de una profunda depresión.

Sí, sí. Te puedo decir que, en mi caso, la depresión ha sido una marca de fábrica. Tuve una fuerte depresión en París, por los años 70.

Cuando le robaron los originales de su primer libro de cuentos...

Así es. Recién llegaba a Europa, estuve un año en París y me fui a pasar el verano a Perugia, a la universidad para extranjeros, porque estaba estudiando italiano. La verdad, a pesar de mi desorden del primer año en París, fue un tiempo muy productivo. Era una vida dura, pero que me hacía feliz. Cuando volví a París, me robaron el manuscrito que estaba dentro del auto. Era un deportivo, descapotable. Le cortaron el techo, y por allí sacaron la maleta. En fin. Mala suerte.

¿Eso motivó su primera gran depresión?

No, la primera me dio ya casado y bien instalado. Creo que me vino después de la publicación de "Un mundo para Julius". Me dediqué a viajar para luchar contra eso, hasta que una amiga me dijo: "Lo tuyo es una depresión, Alfredo, no puedes vivir así". Había pasado un tiempo jodido ignorando lo que era una depresión. Y ella me presentó a un psiquiatra catalán, Ramón Vidal Teixidor, un hombre bueno, inteligente, profesional y buen amigo. Ese médico, mi primer psiquiatra, fue como mi padre europeo, engreidor, consentidor, estupendo. Era un médico atípico. Nunca supe sino hasta después de su muerte por qué iba tantas veces a París a verme, invitándome luego a comer a sitios inaccesibles para mí. Lo que pasaba es que este señor era psiquiatra de Dalí, y le organizaba las orgías que él miraba por la cerradura, sin participar. ¡Dalí era un voyeur! He tenido varios psiquiatras en mi vida y todavía tengo uno, porque tengo depresiones todavía. Ahora las llevo muy bien porque estoy medicado.

¿Cuáles son sus estrategias para combatir la depresión?

Salir, viajar, moverse, no dejarte ganar por la enfermedad. Siempre camino todas las mañanas y tengo una bicicleta estacionaria donde pedaleo un rato cada vez que me acuerdo. Ahora no estoy escribiendo, pero estoy leyendo con gran placer, porque además me sirve para tener vivos los idiomas que con tanta dificultad aprendí. Ahora leo "El viejo y el mar" de Hemingway en italiano, solo para practicar una lengua maravillosa.

A inicios de los años setenta, "Un mundo para Julius" fue leída como una crítica brutal a la oligarquía. Cuando uno lee hoy esa novela, lo que encuentra es un doloroso testimonio familiar. ¿El éxito suele obedecer a razones equivocadas?

Cualquiera que quiera escribir para ser famoso se ha equivocado totalmente. Y mira que ya había quienes pensaban así en esa época.

¿Manuel Scorza, por ejemplo?

Scorza es el mejor ejemplo, sí. Era un producto de sí mismo. Fue un vividor total de la izquierda. Como una vez que lo encontré en París. Ambos vivíamos allí, pero nos veíamos poco. Yo cruzaba la calle y le digo: ¡Qué bien se te ve! "Y eso que no soy un producto acabado", me contestó.

¿Llegó a explicarse las razones del éxito de su primera novela?

No. Solo llegué a odiar ese éxito. ¡La gente se metía en mi vida! Por el tono oral, al ser muy autobiográfico, la gente no sabe cuánto hay de trabajo en lo que hago. Cree que escribo por pura inspiración. Y como dicen: no hay inspiración, sino transpiración.

¿Sus "Cuadernos de navegación en un sillón Voltaire" fueron una forma de dinamitar lo hecho con "Un mundo para Julius"?

No, no fue algo consciente. Simplemente salió otra cosa.

Siempre fue una persona sumamente tímida. ¿Pero qué pasa con usted cuando se transforma al enfrentar grandes auditorios?

Yo no sé. Dicen que cuando Homero murió, trece ciudades reclamaron su cadáver. ¡Y en las trece él había pedido limosna! Ese es un poco mi caso. Yo no disfruto con el éxito. Lo que me gusta es compartir con amigos escritores, como lo fue Julio Ramón Ribeyro, un amigo, maestro, corrector de mis libros. Le cambió el título a mi primer libro de cuentos.

De "El camino es así" a "Huerto cerrado"

Sí, el mío era un título "edificante". A Julio Ramón le parecía malo y lo cambió.

A propósito del éxito, ¿Ribeyro le comentó sobre su propia necesidad de reconocimiento?

Sí. Me habló de eso. Pero al mismo tiempo no soportaba el éxito. Yo he organizado congresos sobre su obra a los cuales él llegaba tarde o se escapaba. Al mismo tiempo, se sentía olvidado, no reconocido. Y se burlaba de sí mismo en ese sentido. No le gustaban los críticos, les rehuía con la timidez tan innata en él. Nunca he visto una correspondencia como la que él sostuvo con su hermano José Antonio casi toda su vida, desde que partió a Europa muy joven. Su hermano le andaba consiguiendo continuamente premios literarios para que se presentara, y él lo evadía. Y mira que le iba muy mal en París hasta antes de encontrar trabajo.

En las oficinas de la agencia France Press…

¡La France Press era un horror! Un día fui a visitarlo y el ruido de los teletipos de aquella época era atronador. Yo le preguntaba a Julio Ramón cómo podía soportar ese ruido y él me respondió: "Yo no lo escucho. Lo malo es que recién de noche lo oigo". Era atroz.

¿Por qué cree que Ribeyro no encontró lugar en el llamado 'boom'?

Sobre todo porque Julio Ramón era un cuentista, no un novelista. No escribió ninguna novela buena. Tenían partes lindas, pero sin aliento para una novela. Trató de hacer una novela como dictaba el 'boom', "Cambio de guardia". Horrible. Lo suyo era el cuento. Y en aquella época, un libro de cuentos no tenía salida.

Ahora que hablamos de los premios, sé que su intención era presentarse en 1970 al Biblioteca Breve con "Un mundo para Julius". En los diarios de José Donoso, descubrimos que el autor chileno también buscaba concursar en la misma edición con "El obsceno pájaro de la noche". Justo el año en que se canceló el premio...

Se lo iban a dar a él con seguridad. Eso me lo ha contado Mario Vargas Llosa, que estaba en el jurado. Pepe vivía en Barcelona y lo veían sufrir porque no vendía libros. Puso toda su ilusión y su esperanza en ese premio, que era entonces El premio.

Era el gancho para formar parte del 'boom'…

Exacto. Entrabas al 'boom' directamente. Y a Pepe le faltaba eso en la vida. Tenía una vida difícil, pero era una persona entrañable. Yo lo quise mucho. A mí no me importó no ganarlo. Lo que quería era publicar mi novela en España. Ya había publicado en La Habana mi primer libro de cuentos.

¿Cree que la necesidad de reconocimiento destruye a los escritores?

No lo sé. Hay un libro de Cyril Connolly, un crítico inglés, "Los enemigos de la promesa", que explica cómo los escritores se autodestruyen de diferentes formas. Una de ellas es el alcohol. Otra es el éxito: tanto el exceso como su ausencia.

Recientemente decía que no volvería a escribir, que se había jubilado. ¿Eso es posible para un escritor? Sé que tiene un nuevo proyecto que lo entusiasma.

Bueno, sí. Escribo el tercer volumen de mis antimemorias (proyecto ya concluido). En algún momento estuve muy entusiasmado con una novela llamada "La Punta, madre", sobre mi infancia en La Punta, en el Callao, las relaciones con mi madre en aquellos años y la soledad en que vivía yo en aquella época. Acabo de conseguir una impresora nueva y he pasado a un sistema en que puedo dictarle a la computadora. Ya tengo el micro para hablarle. El problema se me hacía al dictar, cuando al terminar una frase debía decir "punto". Y luego eso lo tengo que borrar. ¡Y así, miles de veces!

¿Con el dictado no pierde la relación física con el teclado?

No. ¿Sabes por qué? Soy muy tembleque. No soporto el estar corrigiendo y corrigiendo. La solución es el dictado. Aunque me genera el problema de los puntos, las comas, el punto y coma, las comillas, las mayúsculas, eso me desanimaba mucho porque había que corregirlo con el mouse. Pero con una enorme generosidad, Martha, esposa de mi editor Germán Coronado y gran amiga, se ha ofrecido a borrar todo eso.

¿"Permiso para retirarme" no es un título demasiado pesimista?

Bueno [ríe], a lo mejor me retiro para hacer algo más agradable.

En una entrevista decía que había llegado a una edad en la que podría no hacer nada sin sentir culpa. ¿Puede un escritor no sentir culpa cuando no escribe?

Siento que ya he escrito demasiado, que ya he cumplido con la sociedad, por decirlo de una forma ridícula. El libro que escriba ahora será el último. Tal vez escribiré algún cuento más, pero no creo. No me provoca. Incluso leo mucho menos que antes. Me provoca más caminar, estar con los amigos, ver películas. Soy fetichista con el cine. Tal película, tal actor, tal película del pasado es lo que me mueve. Ava Gardner, James Mason, tengo todas sus películas y nunca me canso de verlas. Y una película que puedo ver siempre es "Casablanca". Ya cumplió 70 años y no envejece.

El guion de "Casablanca" me hace recordar sus novelas: parecen escritas sobre la marcha.

Sí. Esa película salió por milagro. Y mira tú, parece tan pensada, estudiada, calculada... ¡Y resultó de una improvisación absoluta!

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