Fuente: Ediciones UC, Aguilar, Debolsillo.
Fuente: Ediciones UC, Aguilar, Debolsillo.
José Carlos Yrigoyen

Entre los requisitos para unas buenas memorias políticas, tal vez el fundamental es que posean cierta épica. Podríamos definir épica como la historia de una personalidad central que se halla sobre las circunstancias de la época que le ha tocado vivir. Dudo bastante que la prometida autobiografía de Alberto Fujimori -ducho en ardides- cumpla con esa condición, y esta, definitivamente, no aparece en la de Julio Guzmán -el de los pies ligeros- ni en la de Mercedes Aráoz y su efímera gloria. Por fortuna, hay otras que sí nos regalan el fulgor de una grandeza fuera de lo común o el tremor de quien impuso su huella y sus ideas en el periodo histórico que debió enfrentar.

Uno de los primeros políticos que no se resistió a dar una versión de parte de sí mismo fue el emperador Augusto (63 a.c.-14 d.c.). Ya anciano, escribió la “Res Gestae Divi Augusti”, donde detalla sus indiscutibles logros militares y sus trascendentales obras públicas, rindiendo incluso cuentas y gastos de su gestión. Pero no debemos pasar por alto que Augusto era un genio de la propaganda. En sus memorias recuerda su rechazo al cargo de dictador, olvidando que sometía al Senado a la latente violencia de sus legiones. Se vanagloriaba de haber instaurado un sistema más justo (“A los diecinueve años alisté un ejército por decisión personal y financiado por mí, con el cual devolví la libertad a la República oprimida por el dominio de una facción”) y se hacía llamar “primero entre iguales”, aunque nunca dejó de comportarse con el impune autoritarismo de los gobernantes precedentes. Algo así como la demodura que hoy quieren vendernos, acompañada de perturbadoras sonrisas.

“Los años de Downing Street”, de Margaret Thatcher, encierra la paradoja de una lideresa conservadora que llegó al poder para cambiarlo todo. Hija de un humilde bodeguero, se hizo cargo de un partido que desde su fundación era regido por castas donde los apellidos contaban mucho. Ella solo tenía una inquebrantable fe en sus capacidades y una perseverancia a prueba de reveses, que los sufrió y no escasos. Cuando fue nombrada primera ministra en 1979, el Reino Unido era un país en decadencia, con la moral por los suelos; sus jóvenes proclamaban el “no future” como lema generacional. Emprendió dolorosas medidas estructurales que la volvieron muy impopular, pero eso jamás le importó, ni siquiera con las elecciones a la vuelta de la esquina. Luego de derrotar en Malvinas a la pandilla fascista que tiranizaba a los argentinos y de resucitar la economía inglesa, compitió en los comicios de 1983 contra Michael Foot, un laborista marxista que encarnaba lo que combatía con ardor. Y lo venció de punta a punta, otorgándole a los tories una de las mayorías parlamentarias más amplias de su historia. Thatcher no era simpática y le costaba sonreír; tampoco habría comido chicharrón si es que se lo ofrecían en campaña. Nada de eso es imprescindible si se tienen las férreas convicciones -y la infatigable voluntad de llevarlas a cabo- expuestas en este libro.

Quién sí goza de una simpatía abrumadora es Michelle Obama. Sus seguidores hicieron de su autobiografía, “Mi historia”, la más vendidas hasta la fecha, con diez millones de ejemplares facturados. A ello ha contribuido su estilo cómplice y un relato de superación personal que no resbala en las frases hechas que suelen emitir quienes contemplan el mundo desde la cumbre. A diferencia de otras primeras damas accesorias y ceremoniales, Obama acometió una revolución integral en la Casa Blanca, sacudiéndola de sus rezagos patriarcales y consolidando la presencia de la diversidad, transformándose así en uno de los inconfundibles rostros de la democracia moderna de los Estados Unidos. Uno de los pasajes que demuestra mejor su sinceridad y honestidad frontal, tan raras en los que han probado la cercanía del poder, es la catilinaria que destina a Donald Trump, al que acusa de haber puesto en riesgo la seguridad de sus hijas y de mentir con descaro acerca de la nacionalidad de su esposo, jurando -y le creemos- que nunca lo perdonará. Aquí hay inteligencia, sensibilidad y un amor fiel por la palabra sencilla pero profunda. Para todo lo demás están las memorias de Forsyth.

FICHAS

Res Gestae Divi Augusti. Las memorias políticas del emperador Augusto. Ediciones UC, 2016. 242 pp.

Margaret Thatcher. Los años de Downing Street. HarperCollins, 1993. 914 pp.

Michelle Obama. Mi historia. Plaza y Janés, 2018. 528 pp.

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