Cees Nooteboom: "El mundo puede ser vulgar, pero la poesía sigue allí"
Cees Nooteboom: "El mundo puede ser vulgar, pero la poesía sigue allí"
Juan Carlos Fangacio

Muchas veces le han preguntado si espera que le concedan el Nobel de Literatura, al que es candidato desde hace años. Pero al holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933), el más ilustre de los invitados del Arequipa, el tema parece importarle poco o nada. Las conferencias que ofreció en el evento –una con Carmen Ollé, otra con el español Juan Cruz, y una gala de poesía– fueron auténticas iluminaciones en las que primaban un conocimiento literario e histórico que provoca vértigo, y un espíritu insaciable por conocer el mundo a través de los cientos de viajes que ha emprendido en su vida.
Este periplo al Perú, a sus vigorosos 84 años, engrosa esa lista de peregrinajes sin destino claro o “desvíos”, como él prefiere llamarlos. Escritor de múltiples géneros, pero poeta por sobre todo, responde a esta entrevista con sabiduría, paciencia y claridad. Como un hombre que limpia las flores de un jardín.

—Vivimos en un mundo más globalizado, pero a la vez de nacionalismos furiosos. Para un viajero constante como usted, ¿el mundo es realmente un lugar mejor que hace 50 años?
Por estos días pareciera que los poetas deberíamos tener todas las respuestas. Cada vez que me hacen preguntas así me siento como si fuera Cristo en el templo. Pero sí, conozco esos nacionalismos furiosos y el daño que han hecho. Ya son 50 años que vengo viajando por todo el mundo. Y antes de eso, vi la Segunda Guerra Mundial. Mi padre murió en esa guerra. He visto la revolución húngara de 1856, he estado en Irán en los tiempos del Shah, he presenciado los discursos de Sartre en Bruselas y la lucha por la independencia en Argelia. Veo cómo los pobres de África quieren parte de la riqueza de Europa, y aun así veo también que gran parte de la inmensa pobreza en China y la India ha desaparecido. Son muchos los problemas y conflictos que se avecinan. El mundo es desigual y muy probablemente lo seguirá siendo por mucho tiempo. Recuerdo a Michel Foucault encabezando una manifestación en favor del ayatolá Jomeini en París, a pesar del sufrimiento que este le causó a muchos iraníes. Y hay muchos casos así, de personas bienintencionadas, convencidas de sus propios principios, pero que terminan provocando daños inimaginables.

—Hace unos días entrevistaba al ganador de un premio de jóvenes poetas y coincidíamos en que esta parecía una época de narradores, una no muy buena para los poetas. Le pregunto: ¿no siempre fue así?
Hubo una época en la que los poetas eran narradores, los tiempos de la poesía épica. Por eso creo que no hay una contradicción inherente. La novela ha convivido con nosotros por cientos de años y parte de sus funciones han sido superadas por las películas o las telenovelas. Pero lo que permanece al margen de todo ello es la inconfundible voz de la poesía. En cualquier época, la poesía siempre ha encontrado su propia voz. En su esencia, la poesía es el arte de hablar sobre las cosas, las emociones, los pensamientos y los sentimientos en la forma más personal y elevada posible.

—¿Pero existen los grandes poetas aún? ¿Los Rilke, los Eliot, los Vallejo han desaparecido para no volver? ¿O es que no los estamos buscando como deberíamos?
Para empezar, hay que decir que ni Rilke ni Eliot ni Vallejo han desaparecido. Están aún con nosotros. Cuando visité la tumba de Vallejo en el cementerio de Montparnasse, encontré en su lápida cartas, una pequeña botella de perfume, cigarrillos. Era una especie de altar, y eso significa que la gente aún acude a verlo. Y cada vez que lees algún poema suyo, él está allí, justo frente a ti, como una presencia. Es en ese momento que la muerte no existe. Para mi libro “Tumbas” visité los sepulcros de escritores de todo el mundo: Neruda en Chile, Robert Louis Stevenson en Samoa, Antonio Machado en Collioure. En la de Machado encontré un buzón de cartas. Cuando nadie me miraba, la abrí para revisarla: había trece cartas. Probablemente Machado las lee de noche, cuando el cementerio está cerrado.

—¿Cómo se ha llevado con la traducción? Uno podría pensar que la poesía es el arte más intraducible que existe...
Puede ser. Pero aun así la intentamos traducir, porque queremos compartir nuestra admiración. Yo he traducido poemas de Vallejo al holandés, mi lengua natal, por ejemplo. Y como sé leer el español, puedo ver cómo mi traductor, Fernando García de la Banda, quien vive en Granada, muy lejos de mí, entiende perfectamente el holandés y escribe en un español que le hace perfecta justicia a mis poemas. Yo amo la poesía de Eugenio Montale y la leo en las traducciones al inglés del estadounidense Jonathan Galassi, en ediciones que incluyen el original italiano. Y sí, es posible que algún matiz o alguna idiosincrasia en la forma de decir ciertas cosas sea a veces difícil de traducir, pero el esfuerzo vale la pena. Probablemente hayas leído a Rilke traducido y algo de la musicalidad del alemán se te haya escapado. Pero, como decía Borges, muchas veces las traducciones pueden incluir algo que no está en el original, e incluso ser mejor que el original, al contribuir con un efecto completamente inesperado.

Cees Nooteboom: "El mundo puede ser vulgar, pero la poesía sigue allí"
Cees Nooteboom: "El mundo puede ser vulgar, pero la poesía sigue allí"

—Leí que usted llegó a trabajar en un banco. ¿Es realmente posible dedicarse a la literatura sin pensar en la presión del trabajo o el dinero? ¿O son pocos los afortunados que pueden escapar de esa maldición?
Bueno, eso suena a que fui un banquero. Pero no es tan así. Dejé mi casa a los 17 años y tenía que trabajar, así que entré a un banco, pero como el más bajo de los empleados, al mismo tiempo que escribía mis primeros poemas de adolescente. Todo eso se me hace muy lejano ya. Para responder a tu preguntar mencionaré a Wallace Stevens, uno de los más admirados poetas estadounidenses, quien fue abogado y vicepresidente de una importante empresa aseguradora. Nada de eso le impidió producir una poesía sumamente intelectual, filosófica y muchas veces misteriosa. William Carlos Williams era doctor, al igual que el gran poeta alemán Gottfried Benn, que se especializó en enfermedades venéreas, además. Goethe trabajó para la corte de Weimar, el griego Seferis fue embajador, algunos poetas fueron soldados, otros ingenieros, y mi poeta holandés favorito, Slauerhoff, era médico naval. No hay reglas en eso.

—¿Y cree que la literatura cambia según su contexto y su tiempo? ¿La sobreinformación de Internet, la velocidad y la brevedad de los textos en teléfonos móviles podrían afectar para siempre nuestra forma de escribir?
La poesía es una facultad mental, así que si dejas que tu mente se distraiga por la verborrea de Internet, sí podrías perderte. Pero si la poesía realmente te posee, ya sea leyéndola o escribiéndola, serás capaz de utilizar el Internet en vez de que el Internet te utilice a ti. Mira la enorme cantidad de blogs y reseñas literarias en el mundo, profesionales y amateur. La cantidad de poesía que se produce es asombrosa. Hoy en día hay muchas más lecturas que hace 100 años. Sí, el mundo que nos rodea puede ser vulgar, distractor, decididamente antipoético, pero la poesía sigue allí. ¿De dónde viene, entonces?

—A los 84 años, ¿se piensa más en la muerte? ¿O es todo lo contrario?
Claro que pienso en la muerte. Lo hago en mi jardín. En mi nuevo libro, “533”, que será publicado pronto en España, describo mucho el tiempo que paso con mi cactus. Voltaire decía que todos deberían cultivar un jardín. Yo he descubierto que mi jardín me cultiva a mí, me llena de lecciones todo el tiempo. Si hay un lugar para estudiar la muerte, es ese, donde las plantas florecen, se marchitan y mueren. Hace unos años, después de otro viaje por Latinoamérica, decidí plantar un cactus en mi jardín mediterráneo. Me preguntaba si sobreviviría a los inviernos y la tramontana. Y lo hizo. Fue entonces que me di cuenta de que son especialistas de la supervivencia. Hace poco les pregunté a todos los cactus que tengo si era una buena decisión hacer otro viaje por el mundo a mi edad. Me miraron y no dijeron nada, o eso creo. El lenguaje del cactus es casi inaudible, pero está allí. Tienes que escuchar su silencio e interpretar lo que dicen. Yo interpreté que me alentaban a venir a Arequipa.

—Sé que usted es un gran conocedor de Latinoamérica, pero ahora quisiera preguntarle: cuando piensa en el Perú, ¿en qué piensa?
Pienso en su increíble historia, en su pasado inca y colonial, y en todo lo que ha pasado desde entonces. De mis primeras visitas recuerdo haber estado allí y sentir como si llevara viviendo allí miles de años. Y no era una sensación desagradable, sino una muy ligera, como si todo el peso del tiempo ya me hubiera dejado.

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