Coco Sattui, su piano, su mirada y sus manos en su estudio de la avenida Arenales, 1994. (Foto: Juan Enrique Bedoya)
Coco Sattui, su piano, su mirada y sus manos en su estudio de la avenida Arenales, 1994. (Foto: Juan Enrique Bedoya)

Una noche salpicada de gara el vampiro de Lince pas frente al caf Cho de la avenida Arenales. Ah me encontraba tomando un aguadito de pavo de sospechoso tono violeta con otro presunto hematfago, el escritor Jorge Salazar. Este solo gustaba morderles el cuello a las mujeres, no beber su sangre, pero as funcionan las reputaciones. Pas el vampiro, volte a mirarnos. La gara qued suspendida en el aire.

Su edad era indeterminable. La epidermis blanqusima, luminosa, de aquellas que nunca ha conocido el cario del sol. Su estatura descollaba entre la talla promedio de la zona, gente enferma o acongojada que iba y vena entre el Hospital del Empleado y las funerarias oportunamente vecinas. Meda no menos de un metro noventa, altitud que un arrogante copete de pelo elongaba aun ms, coronando una mirada grave e inmensamente triste, propia de un hipnotista asaltado por la melancola. Llevaba al cuello un dije de murcilago y cubra su espalda una capa que ondulaba quedamente, como si caminara bajo el agua. No mostraba sus manos. Dej de mirarnos y la lluvia volvi a caer.

Mi cuchara de caldo se haba quedado a medio camino todo ese tiempo. Quin es ese?, pregunt a Salazar.

- Drcula, pues, respondi dando cuenta con la mano de una pata de pavo. Enjuto, moreno, la piel pegada al hueso, Salazar pareca un canbal.

Drcula, Nosferatu, reviniente, eran solo los apodos propios de una ciudad asustadiza, fcilmente impresionable con toda transgresin de la convencin. Salazar me puso al tanto del personaje. Se trataba de Coco Sattui, dandy esotrico de la Lima de los aos 50 y 60, cuando esta ciudad se crea Pars, se lean libros, se escuchaba msica y se exploraban ideas. No era todava el charco desconcertado y hostil que ya empezaba a madurar a comienzos de los noventa, fecha de este encuentro. Sattui era la reminiscencia de una oveja negra nocturna. Un muerto en vida, un vampiro del pasado.

EL SACRIFICIO DEL MARCANTONIO

Sattui sufra la desgracia, o fortuna, de haber envejecido a solas en esta falsa ciudad jardn. Sus amigos y amores haban muerto, la aristocracia espiritual habase bastardizado. Apenas le quedaban los espectros de algunos recuerdos, Chopin, las enseanzas de ultratumba de Allan Kardec y un puado de poemas secretos que an no estaba preparado para compartir.

Su rutina diaria, la misma que lo llevaba a pasar sistemticamente frente a bebedores de aguadito, era salir de noche de su estudio en la cuadra 14 de Arenales para caminar hasta lo que entonces era el caf Marcantonio del Centro Comercial Risso. Un Hait venido a menos, favorecido por oficinistas con riesgo prosttico dados a la cerveza y el paliativo de la nostalgia musical. En el Marcantonio, Sattui tocaba el piano, presumo que por un estipendio ojal honorable y si bien empezaba con la exquisita alegra del vals en mi bemol Opus 18, el vals brillante de Chopin, la demanda del respetable lo desviaba a interpretar Caballo Viejo o Tabaco y Ron.

En este trance percusivo, Sattui revelaba su alma y lo haca con la exhibicin fsica de su punto de contacto con esa otra dimensin: sus manos. Largas, nveas casi hasta la fosforescencia, piel impoluta y grcil que al acariciar las teclas abran una puerta a otro mundo al que los borrachos no podan entrar. l s. Por eso indefectiblemente al morir la noche, ya con los oficinistas derrotados sobre la mesa por el nudo de una corbata astrosa, Sattui regresaba a Chopin y a s mismo, interpretando el vals en la menor Opus 69, el Vals del Adis. Lo tocaba para alguien que ya no estaba. El vampiro arrastraba una estaca invisible clavada en el pecho.

Durante semanas el Marcantonio se volvi mi locus amoenus. Sattui apareca solo de vez en cuando. Cuando lo haca su msica creaba un muro de respeto ante cualquier asomo de impertinencia. Como preguntarle quin le haba clavado esa estaca.

Finalmente ante la insistencia obsesiva por temas espiritistas acept recibirme en su casa. Una sola condicin, dijo: tiene que ser a la medianoche.

ENTREVISTA CON EL VAMPIRO

Junto con mi hermano, fotgrafo paradjicamente interesado en lo invisible, estuvimos a las doce de la noche en el estudio de Sattui llevando un Camembert, detalle afrancesado. Largas escaleras llevaban a un segundo piso. El departamento era pequeo pero decorado con gusto clsico: muebles antiguos, de madera noble, cortinas de terciopelo bloqueando cualquier posibilidad al mundo exterior. Haba piedras desparramadas por doquier y una calavera de infante. Un boceto del rostro de Sattui gobernaba la sala, un guio al carboncillo a Dorian Gray. Nos recibi amable y con un protocolar tour de sus dominios:

- Este es el cuarto de servicio, ah una vez se ahorc un sirviente [] De ese armario de roble algn da saldr mi bisabuela. Muri de un infarto escondida luego de envenenar a veinte oficiales chilenos durante la ocupacin de Chorrillos. [] Este es mi piano. Me comunica con el ms all []. Frente a este tocador mi ta se peg un balazo cuando tena solo 15 aos. A veces veo su sangre en el espejo []. Y esta es mi cama: aqu ha muerto toda mi estirpe y aqu morir yo. Bienvenidos a mi estudio.

Los tres nos sentamos frente al Camembert, que Sattui diseccion con severos cortes de cuchillo. Nos ahorr las preguntas con una declaracin pausada, acompasada de gentil ofrecimiento del lcteo:

Me llamo Jacques y soy espiritista. Seguidor de las enseanzas de Allan Kardec. De nio me extravi durante dos das en el Chinatown de San Francisco, por lo que recuerdo vagamente chinos equilibristas y colores encendidos que desfilan solo para m frente a mis ojos.

Estudi pedagoga, msica y baile clsico en Europa. Y en vidas anteriores fui un sacerdote maya y un nio rico que muri ahogado pescando perlas. No tengo inters alguno en el comercio del espiritismo, ni en recibir dinero de seoras que convocan a ultratumba para saber si van a viajar a Aruba. La grosera es enemiga de la elevacin espiritista y no tengo ni quiero discpulos tampoco.

Difcilmente salgo de da y si me desplazo de noche, lo hago entre mi casa y el Marcantonio, donde si bien no hay mayores honduras, encuentro compaa y escucho msica mientras espero llegar la hora de abandonar este cuerpo. Lee a Kardec y comprenders. No tengo ms que decir 1.

El resto de la velada discurri amena e ilustrativa. La calavera perteneca a una nia llamada Mariate Osborne. Se la haba encontrado un da que fue a caminar al cementerio Presbtero Maestro luego de un terremoto. Las piedras las haban arrojado ah los Elementales, categora con que el fundador del espiritismo, Allan Kardec, designa a las almas perdidas, aquellas sin encarnar. Lima le pareca una ciudad en pena, la sombra de lo que fue. Cont que en una de sus poqusimas salidas haba ido a comer a la Rosa Nutica, y que la gente lo vio como si hubieran visto un difunto. En ningn momento se toc el tema del vampirismo. Nos despidi con la misma amabilidad que nos recibi. Pareca complacido de no haber contado nada que no quisiera. Siempre pareci triste. Nunca comi un solo pedazo de queso. Los vampiros no comen.

[embed:1492416]La mano del msico sosteniendo la calavera de la seorita Osborne. (Foto: Juan Enrique Bedoya)

LA ESTACA Y LOS POEMAS

Jacques Sattui sali de circulacin, lase el Marcantonio, en los noventa. Ni un obituario, nada. Lo que apareceran seran poemas inditos dedicados a l que atesor en secreto durante aos.

La autora era Catalina Recavarren de Zizold (1904-1992), Catita, laureada poeta y protagonista cultural en la Lima de 1950. Catalina, a quien maliciosamente algunos llamaban Calatina, era un personaje por s sola. Se le atribuye ser la Catalina de La casa de cartn de Martn Adn, y tambin Miguel Gutirrez la hizo ficcin en Confesiones de Tamara Fiol (Alfaguara, 2009). La llam Queca Luzuriaga. Esta Queca, segn el libro, no deca felatio, deca mamada. Y tena un novio, el pianista Angelo Satui. As los describe Gutirrez:

[] para m la noche limea, invernal y brumosa, se encarnaba en Queca Luzuriaga y Angelo Satui, su novio fantasmal [] cuya aparicin, nos pareca a muchos, marcaba el ingreso a la noche esencial, a la verdadera noche limea. Y todos decan que solo un individuo de esa sustancia poda ser el novio y amante de la musa []. La musa declamaba poemas de Delmira Agostini o Alfonsina Storni mientras Satui le creaba con el piano un sugestivo fondo musical.

[embed:1492415]Personajes de la noche: poeta Catalina Recavarren y Rodolfo Sattui.

Catalina y Sattui fueron una pareja irrepetible de la bohemia limea noctmbula. Ella, casada y mayor que l, lo llamaba su amor otoal, y Rodolfo, no Jacques. El romance estuvo empapado de la sensibilidad potica imperante en ambos, el malditismo de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine, la maldicin bblica de Can y el dandismo satnico de Dorian Gray. La relacin tuvo el mismo discurrir que sus influencias estticas. Del deslumbramiento pas al agobio y de ah a la perdicin, el infierno en vida, con las implicancias satnicas de rigor. Catalina rompi con Sattui en una carta en la que le dice: Me ungiste diosa y en nuestro templo celebramos las ms puras y mgicas liturgias. Ahora quiero cerrar el templo.

En algn momento cercano al final de esta vida el espiritismo cree en la reencarnacin Sattui tuvo el juicio de entregar a las poetas Elvira Ordez y Fany de Romero los poemas que Catalina le escribi en secreto. Con la solvente asistencia del crtico literario Ricardo Gonzlez Vigil, quien estructur, prolog y titul esta coleccin de poemas, sali publicado Una flor y su temporada en el infierno (Editat, 2012). Es el registro del amor dulce y tortuoso entre ambos. As se trasluce en el poema Tu piano:

Quiero la poesa

Nerviosa y transparente

De tu mano

Sobre la geografa de mi frente

Y sobre el universo de tu piano


Luego el personaje va mutando. As dice Wildesca:

Oh, t! Dorian Gray: marmreo y mrbido,

Hiertico y lento, como un rito olvidado

De una perdida religin

Rompe el turbio retrato mugiente

Y resurge limpio, fresco, insolente,

Desnudo de pecado,

Con el rostro recin inventado

De un implacable,

Inexorable Dios.


Sin eufemismos, le escribe un poema llamado Satn:

Eres hermoso amado

Con trgica belleza de Luzbel.

Cera virgen el rostro

Y los ojos rasgados de placer


Y otro, Beaut du diable (Belleza del diablo):

Eres horrendamente bello,

Luzbel tendra que temblar

Porque has robado hasta su sello

De podero y majestad


Pero Recavarren exorciza y purifica el romance en el poema llamado Belleza:

La belleza nos deja

sin aliento.

Hace doler porque es

Alumbramiento


Maestro Sattui, las palabras de su amada cancelan la afliccin. Lozano por siempre, siga tocando el piano en Normanda, Ceiln, los Montes Crpatos o all donde la reencarnacin lo haya llevado, exonerado de lo sinsabores propios de la compaa ajena y el deterioro de la carne.

1 Caretas, junio 2, 1994.