Blanca Leonor Varela Gonzáles, la mujer, la amiga, la madre, la poeta que sus lectores llaman amorosamente “Blanquita”. (Foto: GEC / Jorge Sarmiento)
Blanca Leonor Varela Gonzáles, la mujer, la amiga, la madre, la poeta que sus lectores llaman amorosamente “Blanquita”. (Foto: GEC / Jorge Sarmiento)
Ricardo Hinojosa Lizárraga

Blanca sonriendo de lado, con la mano izquierda apenas rozando su mentón. Blanca sentada delante de un cuadro de Fernando de Szyszlo, joven aún y con mirada decidida. Blanca vestida de blanco, apoyada en una pared blanca, con las sombras de las hojas de un árbol matizando su mirada ausente. Blanca en su estudio revisando unos poemas o con su máquina de escribir al lado o con sus libros detrás, arriba, rodeándola. Blanca frente a un retrato de Baudelaire, Blanca sonriendo en un invierno francés, joven y exultante. Blanca con atuendo playero pisando graciosamente la espalda de un Szyszlo echado en la arena de Puerto Supe. Blanca con vestido negro, un cigarrillo en la mano y una pintura a medio hacer en un caballete. Blanca sonriendo en un primer plano dejando que el viento agite sus cabellos. Blanca, madura ya, acompañada por sus dos hijos en un sofá de su sala. Gonzáles, la mujer, la amiga, la madre, la poeta que sus lectores llaman amorosamente “Blanquita”. Todos esos rostros e imágenes pueden encontrarse en una primera búsqueda en Google pero, aunque son ella, no profundizan en su vida, carácter o pensamiento más allá de lo que nuestra imaginación nos sugiera.

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Sin embargo, “Entrevistas a Blanca Varela”, el libro recientemente editado por Jorge Valverde Oliveros, sí nos abre, en varios modos, las puertas del corazón de la autora de Ese puerto existe, Canto Villano o El libro de barro a través de más de 40 entrevistas brindadas a lo largo de más de 40 años. La más antigua se la dio al periodista y poeta Maynor Freyre, en octubre de 1964, y la última fue realizada el 2007, por la poeta venezolana Yolanda Pantín, reciente ganadora del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, un galardón que, curiosamente, también mereció Blanca Varela el 2006.

Blanca por Luis Herrera Carmelo.
Blanca por Luis Herrera Carmelo.


Más allá de su poesía humana, diáfana, concreta, puede reconocerse en las respuestas a una mujer cálida, con un gran sentido del humor, interesada en conversar sobre temas que trascendían, incluso, los límites de la literatura, el arte o la poesía. Ahí están, como testimonio, los diálogos que sostiene con Guillermo Niño de Guzmán, Cesáreo Martínez, Roland Forgues, Ernesto Hermoza, Patricia de Souza, Rosa María Echeverría, Fieta Jarque, Jorge Coaguila u otros que ya no nos acompañan, entre ellos Enrique Verástegui, Federico de Cárdenas o Jorge Salazar presentes en el libro.

Además de la oportunidad de conocerla a través de sus respuestas, una vez que se sumerjan en “Entrevistas a Blanca Varela”, el siguiente reportaje les da la posibilidad a sus lectores de conocerla a través del relato de cuatro de sus entrevistadores, que comparten su experiencia humana en el trato cercano y amical que tuvieron con ella. Ramiro Llona (pintor), Rosina Valcárcel (poeta), Javier Arévalo (escritor) o Rosana López Cubas (periodista) conocieron a la persona más allá de los libros o la imagen literaria. Se hace inevitable, entonces, antes de leerlos, recordar algunos versos de Varela: “Este es el mundo que amo/ Quiero un cielo veloz/ La mañana distinta, sin colores/ para poner mis ángeles/ mis calles donde siempre hay humo y sorpresa”.

“Blanca era una estupenda bailarina de mambo” (Ramiro Llona, pintor)

“Al que conocí primero fue a Fernando de Szyszlo, porque fue mi profesor en los dos últimos años en la Escuela de Artes Plásticas de La Católica. Teníamos una relación bastante cercana de alumno a maestro. En 1976 gané un concurso de pintura que organizaba la Municipalidad de Miraflores. Creo que se llamaba “Arte en el Parque” y se hacía una exposición en lo que ahora es el Parque Kennedy. Y un día pasaron a ver la exhibición Szyszlo y Blanca. Así la conocí.

Desde entonces, y a través de los años, siempre nos veíamos. A veces me invitaban a alguna reunión o cumpleaños en casa de ellos o al taller de Szyszlo. Mi relación era con él, pero poco a poco me fui haciendo más amigo de Blanca. Teníamos amigas comunes, coincidíamos en inauguraciones o yo la visitaba en el Fondo de Cultura Económica que ella dirigía. Recuerdo que una vez Szyszlo hizo una muestra antológica en la galería de PetroPerú y Blanca me llamó para que vaya con ella.

Otra noche memorable fue en una inauguración donde Ivonne Briceño. Nos quedamos un pequeño grupo y empezó la fiesta. Me gustaba mucho bailar y me habían contado que Blanca era una estupenda bailarina de mambo. Realmente lo era y nos divertimos mucho.

También había coincidencia en algunas cosas. Me fui a Nueva York y cada vez que Blanca pasaba por la ciudad me llamaba y salíamos a ver galerías y a comer. Con Blanca todo era importante, no había restos. Ella sucedía desde un lugar que era como estar frente a algo muy sólido y bello. A la vez era sencillo y fluía. Nada pretencioso, todo ocurría con mucha naturalidad. Se hablaba de todo y ella tenía un fantástico sentido del humor, un poco malvado, irónico.

Éramos muy amigos y había mucho cariño. Siempre fue una persona muy generosa con su tiempo y su modo de ser. Me llevaba cerca de 20 años, entonces yo buscaba cierta sabiduría en ella y hacía preguntas tan imposibles como “¿Cuál era el sentido de la vida?”. Blanca me miraba con ternura y me decía: “Esto es el sentido de la vida, estar acá, en un restaurante tailandés, conversando”. Lo decía de tal manera que todo se ordenaba, se iluminaba, hacía sentido.

La entrevista que hicimos y que es parte del libro, fue a raíz de un libro sobre mi trabajo que editaron en Bogotá (Francés Wu editores). Le pedí si podíamos conversar acerca del trabajo y nos reunimos varias veces a hablar y a corregir el texto. Claro que todas las correcciones las hizo ella mientras yo la contemplaba ser. A veces pienso que veía algo en mi trabajo que le interesaba. El libro de entrevistas que ha publicado Jorge Valverde es fantástico. La selección es muy buena. Todas son importantes y, como todo lo que hacía Blanca, están llenas de esa sabiduría que tenía ella, de una mirada muy personal sobre las cosas. Trato de leer algo de esas entrevistas todos los días. Me parece que estoy sentado frente a ella conversando. Me asombra su existencia. Lo único que puedo decir es que tuve el enorme privilegio de compartir algunos momentos con ella”.

“Blanca me confesó que, de no haber sido poeta, le hubiera gustado ser una mujer revolucionaria” (Rosina Valcárcel, poeta)

“Había leído un poco la poesía de Blanca Varela, pero tenía yo mis prejuicios “políticos”. Me parecía muy conservadora y algo “derechista”. Fue entonces cuando el poeta joven Sandro Chiri, director de la revista La Casa de Cartón, me convocó para entrevistar a Blanca Varela para dicho medio. Para mí fue un reto, un desafío que acepté asumir con gran interés. Me puse manos a la obra, y me dediqué a leer los libros que tenía en casa y otros que fui adquiriendo.

En el interín telefonée a la diva y le propuse tener un diálogo, ella no dudó y al mes nos reunimos en el local del Fondo de Cultura Económica de la calle Berlín. Entonces se usaban las grabadoras grandes. Al llegar al lugar, advertí que le faltaba una pila, por suerte me acompañaba Carlos Ostolaza, el pintor, mi compañero, quien presto voló a comprar dicha pila. Luego se despidió. Ingresamos al espacio donde laboraba Blanca, ahí me ofreció: “¿Un café, una copita de licor, un cigarrillo?”. Acepté la copa de licor para entonarme. La plática fue extensa, compleja, controversial y humana, a la vez. Recuerdo haberle dicho “Si “meto la pata” me avisas para corregirme veloz.” Ella sonrió. Yo estaba medio nerviosa pues el gran reto estaba delante mío. ¡La gran poeta! Y paulatinamente fui “haciendo un calentamiento” y preguntando lugares más o menos comunes. Hasta que me dio un ataque de audacia y le lancé un comentario frío:

-”Blanca, antes de que perdieras a uno de tus hijos se te sentía indiferente, lejana, inaccesible al público y a tus lectores cercanos. ¿Me equivoco? Y después de la tragedia se te siente cálida, humanísima... Es la sensación que percibo”. La poeta no titubeó y dijo: “Es cierto. Sucede que yo tuve un sueño largo y gris, como una premonición que se cumpliría después como un garrote sobre mi cuello”.

Sandro chiri le entrega el numero 10 de revista La Casa de Cartón, donde saldría la entrevista de Rosina Valcárcel.
Sandro chiri le entrega el numero 10 de revista La Casa de Cartón, donde saldría la entrevista de Rosina Valcárcel.

Respiré hondo, bebí la copa y me di valor. Sentí mucho haber tocado un tema tan íntimo de esa forma, pero el espíritu de periodista autodidacta y poeta me lanzó a la piscina sin agua. Poco a poco fuimos tomándonos más confianza. En otro momento le hablé del amor y de su relación con su ex esposo, el pintor Fernando de Szyszlo. Ella no se entusiasmó. Comentó haberlo querido un tiempo largo, pero también que hubo desencuentros serios que influyeron en sus textos poéticos. Y narró brevemente algún episodio poco grato. Yo cité un poema que podría aludir a esa anécdota, pero ella prefirió abstenerse de responder.

En otro instante le pregunté si había sentido rubor de que su madre fuese una cantante de valses criollos. Ella sonrió a medias. Más adelante la abordé: “¿Si no fueras poeta qué te hubiera gustado ser? Ella, sin medias tintas, exclamó: “Una mujer revolucionaria, admiro ese papel. Pero, por ahora, esta afirmación no la publiques”.

Respeté sus sugerencias y pedidos, no edité lo de su marido, ni lo de su madre, ni lo de ser mujer revolucionaria. Casi al final de nuestra entrevista, ella sonrió y expresó que últimamente le gustaba cultivar amistad con mujeres. Ello se ha podido verificar tanto en su relación amical con poetas jóvenes y especialistas de otras disciplinas, como la historiadora Wilma Derpich.

En mayo del año 1990, en el II Encuentro de Poetas Sanmarquinas, en el local del Instituto Raúl Porras Barrenechea, me cupo el honor de leer poesía en la Mesa que presidió Blanca Varela. Al término conversamos un poco, ella me preguntó por mi padre. Desde entonces sólo la había visto un par de veces en Salas de Exposiciones Pictóricas, donde intercambiamos algunos comentarios. Entonces, el diálogo que registra el libro fue nuestro verdadero encuentro significativo. Para mí fue clave, valioso. Pude llevarle la transcripción y Blanca se sorprendió, pues me dijo: “Muy pocos escritores o periodistas consideran al autor y le alcanzan la copia previa a la edición”. Luego pude saludarla por teléfono algunas veces. Aquella entrevista me dejó huella simbólica, pude conocer la obra de Varela, esbozos de su vida y de su pensamiento. Me despojó de todo prejuicio ideológico. No sólo llegué a admirarla, pienso que ella fue –es- la mejor poeta peruana del siglo XX. Su dolor me suscitó ternura singular y llegué a quererla con intensidad”

En mayo del año 1990, en el II Encuentro de Poetas Sanmarquinas, en el local del Instituto Raúl Porras Barrenechea.
En mayo del año 1990, en el II Encuentro de Poetas Sanmarquinas, en el local del Instituto Raúl Porras Barrenechea.

“Cuando la visitaba, Blanca me preguntaba si me había encontrado con su mamá o su amigo César Calvo en las jaranas criollas” (Rosana López Cubas, periodista)

“El origen de mi relación con Blanca se dio alrededor del año 86, cuando empecé en el diario La voz de Juan Gargurevich. En esos años, una de mis primeras entrevistadas fue Carmen Ollé. Yo tenía entre 19 o 20 años y estaba recién en tercer ciclo de la Escuela de Periodismo Bausate y Meza. Con Carmen, a pesar de nuestra juventud, se forjó una amistad muy simpática, porque yo tenía muchos problemas de comunicación. Algunos periodistas tenemos un limitante, que es que no somos sociables. Pero gracias a ella empecé a conocer a otras autoras de ese momento que ella me presentaba en recitales.

Así pasaron algunos añitos hasta que salté a la revista Oiga. A Blanca la conocía de las presentaciones de libros, pero nunca me había acercado a ella. Era una persona muy seria, eso es lo que proyectaba. Entonces publicó “Ejercicios materiales” con Jaime Campodónico, y había que entrevistarla. Yo sabía de antemano que había una amistad entre Carmen y Blanca. Entonces, le pedí a Carmen que por favor me la presente. Ella, muy generosa, nos presentó, y ahí se tejió un vínculo muy bonito. Porque ella, por ejemplo, cuando tenía las revistas del Fondo de Cultura, que dirigía en Miraflores y yo trabajaba en Oiga, que quedaba allí cerca, me decía: “Ven a recoger las revistas y nos tomamos un té”.

Yo iba por revistas, me obsequiaba algunos libros y nos poníamos a hablar de una y otra cosa. En ese interín apareció la oportunidad de la entrevista, cuando ya Blanquita y yo teníamos una relación más estrecha. No he sido su amiga a nivel íntimo como lo han sido algunas autoras, pero sí se tejió una relación amical entre periodista y autora muy simpática. En esos días salió la entrevista y otras dos más.

Blanca ha sido una persona muy colaborativa, porque también se entretejían en esa época las famosas especulaciones de que ella era muy seria. Muchos evitaban acercársele no por temor, sino por no invadirla, porque se le veía, además de seria, muy reservada. Sin embargo, cuando entablaba amistad con las personas era sumamente agradable, muy colaboradora, muy de ayudar a los jóvenes. Y me acuerdo que ella siempre me decía “Oye, Rosana, mira, aquí hay una revista que te va a interesar, hay notas a escritores mexicanos, está Octavio, está tal otro” y me iba hablando de las revistas del Fondo que me obsequiaba con mucho cariño.

Entonces, nos invitaba también el famoso té. Ella tenía todo a la mano siempre para tomar tecito o café cuando ibas a saludarla al Fondo. Y ya las dos últimas entrevistas sí me invitó a su casa en Barranco. Ahí era más libre, se sentía mucho más en confianza. Y ella podía hablar de todo. Aparte de ese mito de que había que centrarse en la mujer sabia, que por supuesto era, podías hablar de cualquier tema, incluidos de entretenimiento, medios frivolones. Ella siempre daba sus opiniones al respecto. Era una mujer muy abierta y hay muchos que no hablan de esa parte de Blanca. Solo se refieren a ella como la poeta, como si fuera una personalidad purista. Probablemente en su trayectoria como autora ella debía tener una política muy estricta en su escritura. De hecho, lo sabemos quiénes la hemos leído y la releemos permanentemente. Sin embargo, más allá de su labor como creadora, más allá de sus procesos, Blanca ha sido una mujer muy abierta, muy comunicativa. Yo la he sentido así.

Cuando la veía en eventos públicos casi no me acercaba, porque sí percibía su reticencia a estar frente al público o entre mucha gente. Pero más allá de todo eso ella era una mujer franca, muy directa, muy moderna también. Yo la conocí hablando de temas diversos, tanto así que mis entrevistas fundamentalmente han sido al vuelo.

Por ejemplo, un día yo escuchaba que su libro había salido, me iba corriendo a un teléfono público y le pedía una entrevista. Ella al toque me convocaba. Ya después otros periodistas más concienzudos leían el libro, se preparaban y luego iban. Yo iba directo. Y Blanquita jamás me dijo nada, ni me hizo sentir mal, ni me dijo que ignoraba el tema o que no había leído aún su nuevo libro. Solo me decía “Rosanita, vente, vente. Podemos hablar de lo que tú quieras”. Aunque pasaba también que alguna vez hablaba y luego me decía que le preocupaba lo que ella misma había dicho y que quería revisar el texto que había hecho yo. Entonces, alguna entrevista le pasé, por la confianza que nos teníamos. No era de usar lisuras, pero sí expresiones como “¡Caramba!”, “¡Imagínate!”, “¡Qué lisura!”, cosas así.

Tanto era el tema de su celebridad y el modo en que yo la veía, porque era muy joven, sin experiencia, que a veces me temblaba la voz cuando hablaba con ella. Y Blanca me decía: “Ya caramba, no me digas “señora”, soy Blanca para ti. ¿Qué es eso Rosanita?, no te pongas nerviosa”.

Cuando sucedió la muerte de Lorenzo, a mediados de los 90, nunca más la volví a ver en actos públicos. Solo sabíamos de ella a través de Giovanna Pollarolo, que ha sido su entrañable amiga. Ellas se juntaban a tomar café, charlaban un montón. Con Carmen Ollé, quien me la presentó, se llamaban por teléfono. A varios apenó mucho ese episodio. A mí me apenó tanto eso que no la llamé. Sabía de la magnitud de su tristeza y no quería invadirla. Luego me fui varios años del país y sentí mucho cuando me enteré de su fallecimiento.

También llegué a conocer a su mamá, Serafina Quinteras, a la que siempre había ido a ver cantar con un grupo de amigos. El maestro César Vivanco me la presentó, así que Blanca sabía que yo también conocía a su mamá. Entonces, alguna vez, cuando llegué a visitarla, me dijo: “Seguro que te has ido a jaranear y te has encontrado con mi mamá, seguro también han estado con César Calvo ahí”, y reía. Y resulta que tenía razón. Alguna vez también fui a la casa de un gran amigo de Serafina que vivía en Miraflores, con un grupo chiquito de amistades entre periodistas, autores y músicos. Y estaba Serafina cantando con César Calvo. Si Vivanco no llevaba su flauta, seguían cantando.

Era la casa de Oswaldo, dueño de La Capilla, el clásico restaurante de jirón Lampa al que llegaron Pablo o Silvio. Ahí también estaba Serafina, lo que pasa es que la gente no habla, le falta la memoria. Algo muy peculiar es que en aquellos días, a finales de los 80, hubo una explosión de autoras: Mariella Dreyfuss, Rosella di Paolo, Patricia de Souza, Tatiana Berger o Rocío Silva Santisteban. Entonces, Blanca me preguntaba a veces, a manera de dateo: “¿Y tú te ves con estas chicas? Porque creo que son de tu misma edad”. “Doña Blanca –le respondía yo-, ellas también son así como usted, son estrellas”. “Ay, no digas eso”, me decía ella entre risas. En esas circunstancias también hablamos del feminismo, me preguntó si esas poetas eran feministas. Quería estar informada sobre las nuevas voces de entonces.

Recuerdo que habló específicamente de Carmen Ollé, destacando que, a ella, siendo esposa de Enrique Verástegui y teniendo una nena, le había sido muy difícil publicar y la respetaba por eso. “Es una mujer que admiro mucho”, me dijo varias veces”.

“Blanca tenía esa habilidad para componer versos mientras hablaba” (Javier Arévalo, escritor)

“Han pasado ya muchos años de aquellas entrevistas. Fueron entre el 90 y el 95 que fui periodista de El Comercio. Por eso es difícil recordar todo. Algo que me viene a la mente es cuando le obsequié mi novela y Blanca me preguntaba “¿Por qué hay tanto sexo en tu libro?” Eso fue un momento, aunque yo la he visto muchas veces, nos hemos encontrado por todas partes en presentaciones de libros, eventos en el Fondo de Cultura, reuniones. No sé por qué yo he estado por donde ella vivía. O quizás es un recuerdo falso.

Porque yo tengo en la mente que ella me contó que con sus hermanas hablaban en verso en casa. Hablaban como si estuvieran en el teatro su mamá, ella, sus hermanas, y lo hacían en verso. Blanca tenía esa habilidad para componer versos mientras hablaba. Era como hacer rap. Lo que tuvieran que decirse en el día a día, en lo cotidiano de la casa lo hacían así. “Pásame el azúcar/estoy aquí sentada/ etc”, lo convertían en un verso, lo hacían rimar. Hasta “Pásame el zapato” no era cualquier frase. Había que componer toda la estrofa y era un juego de todos los días.

Otra cosa que era clara es que Blanca hablaba con coquetería. Era una señora coqueta. Fue muy triste cuando ella se puso mal y luego empeoró. Esa fue la razón por la que ya no quería recibir a nadie en su casa, no podía hablar bien, no se veía bien. Aunque muchos quisimos visitarla, ella no quería que nadie la viera así. Recuerdo una amiga poeta que me hacía ese comentario: “Tú sabes cómo es ella. Ella es coqueta y no está bien, no soportaba esa situación”. Despareció, nunca más la vi, no quiso que nadie la vea.

En aquella época, Tatiana Berger o Giovanna Pollarolo eran muy cercanas a ella. Antes de esos días estaban también cerca Ribeyro, Guillermo Niño de Guzmán. Blanca era mayor que varios, pero cerca de ella siempre había mucha gente joven. Yo andaba por ahí también y todos eran mucho mayores que yo. Esa era la apertura que había a su alrededor. Un día podías estar con Ribeyro y con ella. Oscar Malca, que era cercano a los hijos de Blanca y Szyszlo, también lo vivió, así como otras varias generaciones, era una cosa muy transversal, con varias menciones sobre el rock and roll. Recuerdo haber entrevistado también a Szyszlo y que me hablara sobre los encargos de discos cuando viajaba, porque los vinilos en una época se compraban soloafuera. Sus hijos le daban una lista de bandas que para él eran impronunciables, para que la entregue en las tiendas y les compre todo lo que pudiera.

Yo estaba ahí porque era periodista y de pronto me hice escritor. Pero nunca he pertenecido a grupos. Yo solo llego. Así llegaba a casa de Blanca o de otras personas con las que tengo mucho cariño. Realmente mis entrevistas se convertían en encuentros que fundaban conexiones para siempre. Yo todavía no tenía ese vuelo que tuvo Blanca después. Era una poeta reconocida. Era gracioso también cuando se refería por sus primeros nombres a poetas o escritores muy famosos. La recuerdo diciéndome en algún momento “Esas son las cosas de Octavio”, cuando se refería al Nobel Octavio Paz. Eso era muy bonito. Tenía mucho contacto con el mundo editorial, por eso era directora del Fondo de Cultura.

Era muy gracioso porque le gustaba eso, pero a veces se amargaba porque tenía que hacer ese trabajo. Era otra faceta. Era la poeta linda y coqueta por un lado y, de pronto, tú sabes que todos nosotros hablamos siempre de trabajo. Y ella estaba preocupada por los precios, por los libros, por el mercado y empezaba a renegar. Tenía también esa cosita limeña de chismear bonito, de preguntar opiniones, de contar sus observaciones sobre otros y compartirlas para intercambiar pareceres.

En un momento de mi entrevista hablé con ella sobre el éxito. Yo sondeaba otra cosa al preguntarle eso. De joven he usado al periodismo para formarme a mí porque no era mi vocación, y gracias a él pude entrevistar a varios autores. Los 5 años que me pasé en El Comercio fueron una beca extraordinaria, y con todos los autores hablaba de su “cocina”. Sabía qué pensaba del éxito Szyzslo. Un día me dijo: “¿Sabes qué era decir que uno iba a ser pintor en los años 40, 50? Ser maricón o borracho, así te trataban”. Blanca Varela viene de ese mismo tiempo, de ninguna esperanza de ser escritor, menos siendo mujer. “No todos somos como Vargas Llosa”, decía. Ella te decía también “¿Tú crees que Octavio vive de sus libros?” Y afirmaba que había que hacer otras cosas para subsistir. Ella, desde su timidez absoluta, desde su conciencia de que eso es todo lo que puede hacer, la sorprendía que la valoraran por ser poeta. Pero también era como El Perseguidor, ese cuento célebre de Cortázar, sobre un personaje que no tiene conciencia de lo que hace, solo lo hace, solo es. Blanca era así”.

Javier Arévalo.
Javier Arévalo.

BLANCA (Poema dedicado por Rosina Valcárcel)

El silencio del país nos acosa

un tanto derrotado

todo el día he recorrido tus versos

se inclinaron sobre mí

tus ojos púrpuras

hoy están más cerca

es bello tu nombre

como la rosa de Barranco

en medio de esta ciudad muerta.

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