César Hildebrandt, periodista peruano, lanzó su libro de memorias; compuesta de diálogos que tuvo con su esposa su esposa, la periodista Rebeca Diz Rey. Fotos: Alonso Chero para El Comercio/ Debate.
César Hildebrandt, periodista peruano, lanzó su libro de memorias; compuesta de diálogos que tuvo con su esposa su esposa, la periodista Rebeca Diz Rey. Fotos: Alonso Chero para El Comercio/ Debate.
José Carlos Yrigoyen

En la solapa de estas “Confesiones de un inquisidor”, se califica a (Lima, 1948) como el periodista más influyente del país. Pero no es solo eso: para mi generación significa un referente moral y protagonista del debate público, tan carente de interlocutores sólidos. Es también uno de los mejores entrevistadores que ha dado esta tierra: su libro “Cambio de palabras” resulta una abundante lección de esgrima verbal en que arrincona a personajes del peso de Fernando Belaunde o Manuel Scorza, donde hace fluir la sensibilidad honda de Juan Gonzalo Rose y la deslumbrante inteligencia de Borges. Asimismo, debe ser uno de los hombres de prensa peruanos con mayor conciencia del lenguaje, ejecutante del adjetivo punzante y preciso, del sustantivo inclemente y exacto. En ese sentido, podemos considerarlo nuestro Paco Umbral.

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Hildebrandt, en estas memorias, ha cambiado el papel de entrevistador por el de interrogado. Rebeca Diz Rey lo asedió en una treintena de sesiones repartidas a lo largo de dos años y pico, en las que repasa su infancia solitaria, su precoz convicción vocacional, las trampas y conquistas del oficio, el oneroso coste de mantener una posición independiente en un medio que muchas veces exige complicidad o sujeción. Todo ello está teñido, sin excepciones, de una nostalgia por momentos amarga: el deterioro cultural del Perú se contrasta continuamente con un ayer, si bien no idílico, dotado de políticos intelectuales, periodistas de compulsión lectora y poetas que cumplían una función social que el pragmatismo mercantil ha suprimido por completo. Reconoce que, incapaz de acoplarse a esa decadencia que minusvalora la palabra e ignora con orgullo la historia, ha preferido blindarse en “una burbuja” desde la que observa y escribe.

Ideológicamente, la mirada de Hildebrandt se orienta por una postura de centroizquierda liberal, muy poco asumida entre nosotros (Vargas Llosa merodeó en esos lares antes de elegir el camino de Hayek y Friedman). Trepado a esa atalaya apunta a la codiciosa derecha que solo lee libros contables, pero al mismo tiempo, y con dureza, a la izquierda y sus anquilosados tótems. Su relato acerca de las peripecias que debió enfrentar en Cuba, cuando los incidentes de la embajada del Perú en 1980, describe con minucia el terror que irradian los estados policiales socialistas y las dictaduras del proletariado de las que el proletariado desea huir, aunque sea en una balsa construida con apuro. Al igual que su admirado Sartre -quien al final de su vida reconoció a las democracias nórdicas como el sistema menos imperfecto-, Hildebrandt concluye optando por la socialdemocracia, ese espacio que, a su entender, recoge lo más valioso de los dos polos antagónicos del espectro político.

Uno de los puntos altos de “Confesiones de un inquisidor” es la lúcida y amena revisión de la historia peruana a partir del segundo pradismo hasta el interinato crítico de Martín Vizcarra, puntuada por el testimonio de una labor periodística frente a los distintos detentadores del poder con que Hildebrandt lidió, en ocasiones poniendo en riesgo su vida, como le sucedió con el fujimontesinismo y su sórdido Plan Bermuda, gestado para sacárselo de encima por las malas. Sobre el gobierno de Velasco, del que fue colaborador, reprocha el “autoritarismo iletrado” del general, aunque a la vez le reconoce algo innegable: su esfuerzo por extraer al país de la parálisis social en que estaba inmerso. En cuanto al aprismo, censura la remodelación conservadora del partido llevada a cabo por Haya de la Torre, pero acepta que le parece preferible al APRA actual, reducida a “Mauricio Mulder entrevistado por RPP. Es decir, nada”. Su juicio de Alberto Fujimori es, con el dedicado a Abimael Guzmán, el más furibundo del libro: afirma que al autócrata “se le pueden atribuir hitos en la destrucción del tejido social del Perú” y lo fulmina llamándolo “un auténtico delincuente” que “expresa la absoluta oscuridad de la personalidad peruana: lo traidor, lo ventajista, lo canalla”.

Hildebrandt admite poseer un “ego férreo”, y como todo yo robusto puede tender a la arbitrariedad en algunos de los dictámenes que pueblan este volumen. Aún así, “Confesiones de un inquisidor” es un documento idóneo para conocer la andadura y pensamiento de un personaje cardinal de nuestra prensa. Un documento narrado con pesimismo, pero también con ironía, una de las sutiles formas de la esperanza sincera.

La ficha

Autores: César Hildebrandt y Rebeca Diz Rey. Confesiones de un inquisidor.

Editorial: Debate

Año: 2021

Páginas: 255

Relación con el autor: ninguna.

Valoración: ★★★★☆

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