"Me gusta esa tensión entre lo salvaje y lo erudito" (Foto: Hugo Pérez)
"Me gusta esa tensión entre lo salvaje y lo erudito" (Foto: Hugo Pérez)
Enrique Planas

Si Vargas Llosa toma con humor la gesta del capitán Pantaleón Pantoja, navegando con sus visitadoras los ríos amazónicos para cumplir la misión de calmar la libido de la soldadesca, la argentina Fernanda García Lao toma una anécdota parecida para recorrer un camino mucho más siniestro. "Nación vacuna", libro que acompañó a la autora en su visita a la , es una novela distópica del más puro humor negro, donde una aceitada burocracia, de perfeccionismo nazi, selecciona a mujeres para llevarlas al frente de batalla con fines reproductivos.

García Lao acepta la referencia vargasllosiana, pero "por oposición", advierte. Es verdad, toda América Latina comparte personajes identificados con el del absurdo, situaciones al borde del ridículo que no por eso dejan de ser trágicas. Pero el libro de García Lao pone en palabras pesadillas muy argentinas.

—"Nación vacuna" recoge muchos fantasmas argentinos. El primero de ellos, la obsesión por la carne...
Son cosas tan naturalizadas que no se ven. Pero sí, el argentino medio tiene una insana frecuencia carnal. Y todo eso se confunde con la representación del cuerpo femenino, cuando se habla de "un buen lomo" o de "la mejor carne argentina". Me asquea el ritual de la carne, que es, además, muy masculino. Son los hombres los que preparan el asado, mientras las mujeres nos ocupamos de las ensaladas.

—Como sucede con las novelas de George Orwell, no sabemos si tu historia nos habla de un posible futuro o más bien recuerda el pasado, la dictadura de Videla, la guerra de las Malvinas...
No es casual. Eliminar la coordenada temporal me servía para enfocarme en lo esencial. Desubicadas o en desorden, las tragedias siguen funcionando, apelando al estado de violencia en el que vivimos permanentemente. Los mismos fantasmas aparecen una y otra vez.

—La novela ocurre en lo que parece un campo de concentración. ¿Una forma de hablar de la derecha presente hoy en el poder?
El paralelismo con la Alemania nazi en Argentina es evidente, con sus centros de retención y sus historias de desaparecidos. Las deudas son para siempre y las cicatrices no sé si sanarán.

—¿Después de estos traumas históricos, cómo hacer una literatura que no sea meramente de denuncia o politizada en extremo?
Ese es el asunto a resolver. ¿Cómo trasladas eso a la ficción? Durante la dictadura, la gente también hacía el amor, también salía a divertirse. En esta novela, lo que intenté fue dar vida primero a una voz. Luego, a una familia entregada al Estado. Y por fin, a todo un grupo de mujeres puestas a disposición de esta junta militar para 'salvar' a la patria. Mujeres a las que se elige por su útero.

—¿Que significa ser vegetariano, negarse a comer carne dentro de una patria vacuna? ¿Tú lo eres?
Yo soy vegetariana por etapas. Ahora como carne, pero mi hija no. Después de leer esta novela, ella me preguntó cómo podía comer carne. ¡Porque soy escritora, no soy una buena persona! [Ríe]. No me gusta moralizar. Sobre todo cuando sabemos que todos los vegetales que comemos están envenenados con insecticidas. Comer sano es hoy imposible. Pero es cierto que en Argentina existe esa discriminación con quienes no comen carne. Creen que lo vegano es blando, que el vegetariano es un infeliz sin energía. Como si la muerte de un animal fuera lo que nos pone en funcionamiento.

—En tu estilo coexiste la sutileza y el horror. ¿Cómo sintonizar ambos en la escritura?
Me gusta esa tensión entre lo salvaje y lo erudito. Es en ese cruce donde se produce la vida. Yo vengo del teatro y tengo muy presente a Shakespeare y su intención de unir en cada obra el barro y lo divino. El sexo y la filosofía, lo bello con lo espantoso. ¡Era un salvaje!

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