"Cuando comencé, la historieta era concebida como subarte, algo para niños" (Foto: El Comercio)
"Cuando comencé, la historieta era concebida como subarte, algo para niños" (Foto: El Comercio)
Enrique Planas

En su casa nadie colgaba cuadros ni había volúmenes de arte en el librero. Para dibujar, Edmond Baudoin (Niza, 1942) debía aprender mirando las fotografías de los periódicos. Lo recuerda bien: tenía 4 años y observaba las imágenes de los campos de concentración nazi recientemente descubiertos. Fotografías en blanco y negro, publicadas a diario, mostrando el horror de la guerra recién terminada. "Yo, como todos los niños, estaba fascinado por la muerte", dice. Baudoin miraba aquellos cuerpos blancos sobre el barro negro, dispuestos unos sobre otros. Descubrió que eran sombras lo que definía el contorno de los pálidos cadáveres. No existía la línea, sino solo masas de color negro y gris. Y él lo copiaba con el lápiz. "No aprendí a dibujar copiando florecitas", nos dice uno de los más representativos artistas de la ‘bande dessinée’, invitado a la gracias a las gestiones de la Embajada de Francia.



— ¿Usted ha pasado por revistas fundamentales como "Pilote" o "Metal Hurlant". ¿Puede decirme qué queda de aquella efervescencia?
No hay que olvidar las posibilidades técnicas de la imprenta. Si hubiera habido entonces mejores sistemas de impresión, posiblemente aquellos cómics tendrían hoy el valor de un grabado de Goya. Cuando comencé, la historieta era concebida como subarte, algo para niños. Los padres no permitían leerla a sus hijos, repitiendo el prejuicio que hoy se le tiene a los videojuegos. Pero en los años en que aparecen revistas como "Pilote" o "Metal Hurlant", hubo un cambio, motivado por el movimiento de Mayo del 68 y toda su contracultura. Mis hermanas y hermanos habían nacido antes de la guerra, y fueron educados de forma distinta. Pero luego del descubrimiento del horror, los padres nunca pudieron educar a sus hijos como antes. Hubo un "dejar hacer" en la educación. Y los niños que nacieron después fueron los que formaron la generación del 68. La historieta de los años setenta fue el resultado de una juventud nueva, que se atrevió a hablar y hacer otras cosas.

— Usted entró a la industria de la historieta pasados los 30 años, tras realizar los oficios más diversos, desde botones de hotel a contador público. ¿Es bueno recalar en el arte después de que la vida nos lleve por su laberinto?
Mi manera de proceder no es algo que yo haya querido. Como el caminante de Machado, hice mi camino al andar. No lo decidí. Allí están la vida, los padres, la economía, que deciden por ti. Yo no hice escuela artística, y eso me dio cierta libertad. Y, la verdad, no tener conocimiento de la gramática de la historieta no es tan malo: me obligó a inventar una manera de hablar, a poner a dialogar el dibujo y el texto. Así, uno aporta algo sin saberlo. Como un analfabeto que aprende a escribir de golpe. Ser contador me enseñó a conocer la sociedad y su relación con el dinero y la disciplina de ir a trabajar todos los días por la mañana. No estuve en una sociedad cerrada, la de una escuela de arte que protege de la realidad a sus alumnos. No puedo decir si es lo mejor o no, pero es lo que me tocó vivir.

— ¿Cómo se abrió paso en el medio teniendo un estilo tan poco convencional?
¡Nadie quería saber de mí! Pero un día, Etienne Robial, entonces editor de la revista "Futurópolis" [diseñador de la portada de "Metal Hurlant" y del actual escudo del París Saint-Germain Football Club], quien descubrió a Tardi y a Moebius, vio mis dibujos y confió en mí. Algunos le decían que no podían publicarme porque "yo hacía arte, y la historieta no es arte". ¡Decían que yo iba a matar a la historieta!

— Lo curioso es que hoy muchos historietistas asumen su influencia. Pienso hasta en Frank Miller.
Es verdad. Si yo no hubiera estado en ese momento, quizá las cosas serían distintas. O tal vez no.

— Para un libro como "Viva la vida" (2011), usted recorrió la violenta Ciudad Juárez, intercambiando con la gente retratos por historias. ¿Qué consiguió con ese proyecto?
No lo analicé entonces, pero ahora lo comprendo: el filósofo Gilles Deleuze decía que había que hablar en el lugar de aquellos que no tienen voz. Mis libros son retratos de personas comunes y corrientes. Cuando hice mi libro sobre mi abuelo, "Couma acò" [premio del Festival de Angulema 1991], lo sentí como un acto político. Las calles y plazas llevan los nombres de abogados, militares o personalidades, pero jamás los de campesinos, como era mi abuelo. Y yo me decía: "Si cuento la historia de mi abuelo, será más conocido que los notables de mi pueblo". Ir a la frontera mexicana y encontrarme con esas personas y retratarlas era una forma de dar voz a los que no hablan. Hice el libro con las palabras de aquellas personas, con su lenguaje.

Título: "Los cuatro ríos". Autor: Fred Vargas-Boudoin. Editorial: Astiberri. Páginas: 226
Título: "Los cuatro ríos". Autor: Fred Vargas-Boudoin. Editorial: Astiberri. Páginas: 226

— En la FIL Lima circula su libro "Los cuatro ríos", un cómic policial que muestra un París sobrecogedor...
Es un trabajo en colaboración con la escritora Fred Vargas. La novela policial aborda los problemas sociales del mundo. Yo vivo en París hace 18 años y las imágenes que se transmiten de la ciudad siempre han sido algo falseadas. París siempre tuvo muertos en sus manifestaciones, siempre tuvo una policía terrible. ¡París no es solo una fiesta! Siempre ha sido un lugar de confrontación. Siempre me ha sido difícil vivir en París. Pero tampoco creo en la tranquilidad. Creo en la fuerza de la gente que lucha, que se manifiesta.

BAUDOIN EN LA FIL LIMA
Conferencia: "El legado del cómic: un género en expansión".
Participan: Edmond Baudoin, Hervi y Juan Acevedo. Modera: Carla Sagástegui.
Dónde: Sala César Vallejo. Día y hora: 2 de agosto, 7 p.m. 

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