Héctor Abad: “Creí haber perdido la fe en la literatura”
José Silva

No es fácil entrevistar a y resistirse a preguntarle algo sobre “El olvido que seremos”, su más celebrada novela y de la que seguro ya habló en centenares de charlas con periodistas en estos últimos años.

Decido entonces, mientras lo espero sentado en el lobby de un hotel en Miraflores, seleccionar de mi lista de preguntas las que se relacionen a "La oculta", su más reciente novela, y también algunas interrogantes sobre literatura y política.

Héctor Abad (Medellín 1958) presentó hace unos días en la capital peruana “La oculta” (Alfaguara, 2014), una novela brillante en la que tres hermanos (Pilar, Antonio Ángel y Eva)  se enfrentan a los recuerdos más íntimos que tienen de La Oculta, una finca escondida en las montañas de Colombia.

El destino a veces puede ser demasiado cruel, pero finalmente es solo eso: el destino. Aquellos que lean esta novela se encontrarán con los mejores momentos de este novelista colombiano y con la marca personal del columnista habitual en “El Espectador”.

Las opiniones del director de la Biblioteca de la Universidad Eaift nunca pasarán desapercibidas, para bien o para mal de muchos.

-¿Es cierto que odia cada vez más a "las ciudades absurdas y apocalípticas" que estamos construyendo los seres humanos?

Creo que esto es --como en el poema de Catulo-- un ‘odio y amor’ hacia las ciudades. La ciudad es un gran invento de la civilización. Es el sitio donde uno se encuentra con los amigos, donde hay cafés, cine, música, conciertos, discotecas, periódicos, no sé. Sin duda es un gran invento, pero al mismo tiempo nos la hemos ido tirando. Estas ciudades latinoamericanas, excesivamente pobladas, con transporte imposible, con desplazamientos de horas, donde uno tiene muchas oportunidades pero no las puede ni siquiera aprovechar porque no alcanzas a llegar. Lugares como Ciudad de México donde se tiene que bombear el agua desde muy lejos para poder dársela a la gente y este líquido que sale de la llave ni siquiera es potable. (Estamos) abandonando el campo, trayendo alimentos desde muy lejos, a veces desde otros continentes…

-Casualmente hoy estamos en Lima. Una metrópoli muy compleja y que puede representar aquello que usted dice...

Sí, pero también pasa esto con Bogotá, Ciudad de México, Buenos Aires. Medellín se está convirtiendo en eso también. No tiene sentido que si cerca de Medellín se pueden cultivar todos los alimentos no los traigamos de allí. Y que en vez de proteger a los campesinos que producen esos alimentos, los desplacemos a la ciudad ya sea por culpa de la violencia o porque no hay escuelas, hospitales o nada. Entonces, la ciudad sí se vuelve un espacio apocalíptico porque no estamos dando la oportunidad a otros de que se queden a gusto con lo que les gusta, porque no a todos les gusta la ciudad tal como es. A muchos nos gusta el campo.

-Sin embargo, ¿no cree que hoy existe más gente como Jon, el personaje de su novela que rechaza el campo por aburrido y casi poco útil?

Creo que mucha gente nació en las ciudades, conoce solo las ciudades, y sale al campo y no le encuentra encanto alguno. Son ciegos a las bellezas del campo, les estorban los animales, los bichos, los insectos. Les temen a las gallinas o consideran absurdo que haya que ordeñar una vaca, coger un ternero. Sí, claro que hay citadinos absolutos, que son como Woody Allen, que dicen ¡qué horror el campo! Pero lo bueno del ser humano es que somos muy distintos. Felizmente hay gente que no es así, que le gusta ver pollos crudos, cuidar gallinas, ordeñar vacas, sembrar papas. Si no fuera por estas personas todo sería horrible. Por otro lado, creo que si todo lo convertimos en enormes agroindustrias con obreros del campo parecidos a los de la ciudad, con horarios salvajes, con trabajos durísimos sin un momento de ocio o de contemplación de lo que el campo es, entonces produciremos dos monstruos: uno en la ciudad y otro en el no-campo de la agroindustria. Aunque tal vez sea necesario cierto tipo de agroindustria para alimentar a tanta gente. Somos siete mil millones de personas. No digo que haya que eliminar la agroindustria. Es necesaria en parte pero otro tipo de producción también es vital: la más pequeña, la amigable con el ambiente.


Un risueño Héctor Abad "ocultando" a su novela "La oculta" durante nuestra entrevista en Miraflores. 

-En su novela aparece el personaje de ‘Papá Cobo’. Él solía marcar sus libros como lo hace usted en la vida diaria. ¿Cuánto más de Héctor Abad hay en los personajes de “La oculta”?

Creo que mucho. A mí me parece que las bibliotecas personales tienen sentido porque uno las personaliza. Yo trabajo en una biblioteca. Hace poco recibimos la donación de la biblioteca del poeta León de Greiff y lo bonito fue ver que él puso (en los libros) una fecha en la que empezó a leerlo, otra en la que terminó y también hay subrayados y anotaciones. No hay un respeto reverencial por el libro. Y cuando uno quiere reconstruir la vida de esa persona, esto es muy útil. Porque al fin y al cabo las lecturas hacen nuestra biografía intelectual, pues es muy bonito ir siguiendo su proceso de lectura y ver qué estaba escribiendo en esos mismos días o meses en los que leía ciertos libros. Eso lo hacía mi padre con sus libros, y heredé esa costumbre de marcar los libros.

-Yo pensaba que escribir era un oficio solitario pero al final de la novela usted agradece a muchas personas y menciona que sin ellos no hubiera podido terminar el libro…

Yo también pensaba que escribir era un oficio solitario y sí, hay muchas horas de trabajo solitario, pero para que una novela salga uno requiere mucho apoyo. Y yo lo recibí. La última vez que vine a Lima, para la Bienal Mario Vargas Llosa, yo afrontaba una crisis existencial y literaria absoluta. Pensaba que nunca más volvería a terminar un libro. Pensé que había perdido por completo la fe en la literatura. Y recuerdo que Javier Cercas me regañó en público, que Vargas Llosa me regañó en privado, me dijo que uno debía esforzarse y terminar sus proyectos. Leila Guerriero me animó mucho en el bus cuando íbamos de un acto a otro. Lo hizo con su silencio y comprensión. Mucha gente que fue leyendo pedazos de esta novela, la gente que me dio la beca en Berlín, la gente que me recibió en un refugio para escritores en la Toscana. Gracias a todos esos estímulos es que uno puede terminar una novela. Y cuando hay elementos históricos con mayor razón, porque hay gente que te informa, te da libros, datos. Una novela es solitaria pero también es una creación colectiva.

-Un colombiano muy valorado en Perú es el ex presidente Álvaro Uribe, un personaje del que usted es un habitual crítico. ¿Cuál cree que es la principal debilidad del senador?

Su principal debilidad es una visión del mundo heredera de la Guerra Fría y por otro lado una visión del país muy influida por lo que él es, un representante de la vieja clase terrateniente. Él es una de esas personas a las que les gusta el campo, pero el campo como una propiedad rural inmensa con unas pocas vacas, con alguno que otro peón con salario mínimo y un sitio muy lindo para el disfrute del hacendado y de poca gente. Él llegó al poder para defender los intereses de esa clase política, la de los grandes propietarios de la costa caribe. Por un lado él hizo una buena gestión. Hizo lo que la gente le pedía: combatir a la guerrilla y mejorar el problema de seguridad en Colombia. Él lo hizo y fue importante pero luego se quiso aferrar al poder de una manera histérica. Cambió la Constitución, intentó cambiarla una segunda vez y quería perpetuar la defensa de ciertos intereses que ya había cumplido su periodo. Y ahora se opone a la paz de una manera muy irracional por miedo a que si se firma la paz esto afecte los intereses de los terratenientes. Ahí cumple una labor negativa para el país.

-En Perú están pasando la segunda repetición de “El patrón del mal”, la serie sobre la vida del capo del Narcotráfico Pablo Escobar Gaviria. ¿Por qué a la gente le fascina ver estas historias tan violentas sobre lo que nos pasó?

“El patrón del mal” es una producción muy bien hecha. Yo estuve con Laura Mora cuando filmaban una escenas en Medellín, en el edificio Mónaco, que era uno de los locales donde Pablo Escobar vivía. Escobar fue antioqueño, como Uribe y como muchos personajes importantes de nuestra historia reciente. Creo que a la gente le interesa ver series, películas y noticias sobre personajes malvados y sobre cosas horribles por una función humana muy natural: es bueno saber qué es lo que pasa cuando algo terrible acontece. Por eso es que las noticias no son para decirnos que todo está bien, sino que se acerca un tsunami, o que se viene una epidemia de sida, no sé. A la gente le gusta leer lo malo porque es la única manera de protegerse de ello. En cambio, las cosas buenas son algo aburridas porque si bien la gente lo aprecia, no lo toma como la descarga de adrenalina que da lo negativo.

-¿Le gustaría que “La oculta” sea llevada a la televisión o al cine?

Me encantaría. De hecho, hace muy poco salió un documental sobre “El olvido que seremos”. Acaban de terminar el rodaje de otra película basada en una novela mía llamada “Fragmentos de amor furtivo” y esta mañana recibí la biblia para otra película pasada en una novela mía titulada “Angosta”. Si algún día hiciera una novela más o menos rural sobre “La oculta”, me encantaría. Creo que es un lenguaje distinto que le añade mucho a mi trabajo literario.

LA FICHA
Héctor Abad Faciolince nació en 1958. Estudió Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín (Italia).

Fue columnista de la revista “Semana” y colabora habitualmente con “El Espectador”. También escribe en “El País y “Letras Libres”.

Ha publicado los libros “Asuntos de un hidalgo absoluto”, “Fragmentos de amor furtivo”, “El olvido que seremos”, “Basura”.

Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés y al portugués. También ha recibido varios premios por sus libros.

“La oculta” se vende en las principales librerías del Perú.

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