La icónica foto de la niña del napalm, en Vietnam, pasó de ser un símbolo de la guerra a mera pornografía infantil, según criterio de Facebook. (Foto: Nick Ut)
La icónica foto de la niña del napalm, en Vietnam, pasó de ser un símbolo de la guerra a mera pornografía infantil, según criterio de Facebook. (Foto: Nick Ut)
Juan Carlos Fangacio

Hace 150 años, la imagen de una vagina –el simple y hermoso primer plano de una hendidura cubierta de vello púbico– superó estrecheces mentales y se convirtió en una de las obras de arte más famosas de todos los tiempos. Su título, magnífico, es “El origen del mundo”; su creador, el pintor francés Gustave Courbet. Actualmente las piernas abiertas se exhiben –nunca se inhibieron– en el Museo de Orsay de París.

Hoy, cuesta creerlo, un pezón aterra a Facebook. Puede ocurrir con una obra de arte, como el travieso cuadro anónimo en el que Gabrielle d’Estrées le pellizca la teta derecha a su hermana, o simplemente con la foto de una madre que ose mostrarse dando de lactar a su bebe. En ese acto maternal también está el origen del mundo, pero para la popular red social roza la pornografía, traspasa el buen gusto.

La historia de la censura en el arte es antigua. Pasó con los frescos de la Capilla Sixtina, cuando todos los desnudos pintados por Miguel Ángel fueron mandados a tapar por el papa Pablo III. Les dibujaron burdos velos sobre los genitales. Pero eso corresponde al siglo XVI. 500 años después, Facebook exige píxeles que disimulen las partes púdicas para no dar de baja publicaciones o, peor aun, cerrar cuentas completas.

—Soy tus ojos—
Lo mismo les ha ocurrido a la famosa estatua de la Sirenita, en Copenhague, y a un cupido de Caravaggio. Sendas imágenes fueron retiradas de Facebook por la osadía de lucir personajes calatos. La red creada por Mark Zuckerberg tiene dos formas de vigilar y filtrar que las publicaciones de sus usuarios no infrinjan las normas: una es a través de algoritmos de identificación, aunque el criterio humano quede lejos en este caso. La otra, mediante un equipo de moderadores que se dedican las 24 horas a revisar lo que millones de personas publican cada segundo. Según información del diario británico “The Guardian”, Facebook cuenta con 4.500 de estos centinelas cibernéticos, generalmente mal pagados. Por allí, tal vez, pueda explicarse su escaso o nulo tino.

Otro caso emblemático ocurrió el año pasado en Noruega. La cuenta de Facebook del escritor Tom Egeland fue suspendida por haber posteado la famosa fotografía de la ‘niña del napalm’, que captó el lente de Nick Ut durante la guerra de Vietnam y le permitió ganar el premio Pulitzer. La desgarradora imagen de la pequeña Kim Phuc desnuda, quemada y llorando no era, según Facebook, un símbolo del terror bélico, sino una muestra de pornografía infantil. La empresa arguye que solo actúa cuando algún usuario reclama o denuncia contenidos inapropiados. Pero su capacidad de respuesta para discernir conceptos, por ahora, deja mucho que desear.

—¿Por qué no te callas?—
La semana pasada, otro tipo de censura ocurrió en Facebook e inmiscuyó al Perú. Una publicación de la Fundación BBVA sobre su concurso para recitar el poema “Los heraldos negros” de César Vallejo en la Feria del Libro fue vetado en la red. El motivo es delirante: la inclusión de la palabra “negros” fue catalogada como lenguaje ofensivo. “Groserías o texto que hace referencia a la edad, el sexo, el nombre, la raza, el estado físico o la orientación sexual del usuario”, según su propia advertencia.

La publicidad del concurso del BBVA sobre “Los heraldos negros” fue retirada de Facebook por supuesto lenguaje ofensivo a las razas.
La publicidad del concurso del BBVA sobre “Los heraldos negros” fue retirada de Facebook por supuesto lenguaje ofensivo a las razas.

Por absurda que parezca, la situación no es nueva cuando se trata del lenguaje políticamente correcto. En el Lebanon Valley College de Pensilvania, EE.UU., un grupo de estudiantes pidió cambiar el nombre del edificio principal, Clyde Lynch –puesto en honor de uno de sus presidentes–, porque la palabra “lynch” [linchar] podía tener “connotaciones raciales”. La fobia al lenguaje más recrudecida que nunca.

Otra vez, lo que presenciamos parece representar un enorme salto hacia atrás. Si hace ya varias décadas la inmortal Victoria Santa Cruz se quejaba de los eufemismos en su notable “Me gritaron negra” (“que por evitarnos algún sinsabor, llaman a los negros gente de color”), hoy existe una semántica excesiva y ridículamente constreñida a la moralidad. Y ya sabemos que el eufemismo puede ser un gesto de cortesía y discreción, pero también una forma perversa de ocultar la realidad.

Cierto es, también, que el tema es espinoso. En la otra orilla hay que tener cuidado con los actuales enemigos de lo políticamente correcto, que comienzan a ponerse de moda. Donald Trump, con toda su bravuconería, es uno de ellos. Más cercano, lamentablemente, aparece el señor Phillip Butters, quien, aferrándose a la excusa de la incorrección, se permitió llamar mono y simio a un futbolista. Pero de Vallejo a Butters, si acaso es necesaria la aclaración, hay un larguísimo trecho de vocabulario y elegancia.

Contra los eufemismos y la hipocresía lingüística, la grandiosa Victoria Santa Cruz cantaba “Negra soy, ¿y qué?”. (Foto: Domingo Giribaldi/Archivo)
Contra los eufemismos y la hipocresía lingüística, la grandiosa Victoria Santa Cruz cantaba “Negra soy, ¿y qué?”. (Foto: Domingo Giribaldi/Archivo)

—A manera de coda—
Cuenta una anécdota que, hace ya varios años, un sacerdote ganó una apuesta en una carrera de caballos en Monterrico. Al día siguiente, un diario peruano tituló: “Cura se saca la polla en el hipódromo”. En la colonia española causó conmoción.

La moraleja es sencilla: no son las palabras las culpables, sino la intención con que se las emplea. Y en cuestiones que linden con la susceptibilidad, lo que hace falta es puro discernimiento crítico antes de actuar, tachar o censurar. En una sola palabra: pensar.

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