Juan Carlos Fangacio Arakaki

Departamentos de fotografía, presentados con filtro de Instagram y un toque hípster. Con precios más bajos que los hoteles tradicionales y con la posibilidad de trato directo con sus propietarios. Ese es, más o menos, el sistema de Airbnb, la plataforma de alquiler temporal que, en los últimos años, ha modificado la dinámica del turismo y el hospedaje en el mundo. Una dinámica en apariencia sencilla y eficaz, pero que esconde una serie de peligros: grandes ciudades encarecidas, barrios que van perdiendo habitantes, un turismo depredador.

Sobre ese problema, el francés Ian Brossat, teniente alcalde de París y encargado del área de Vivienda, ha escrito “Airbnb. La ciudad uberizada”, un afilado libro en el que cuestiona el modus operandi de esta empresa (al igual que otras economías colaborativas como Uber o WeWork) y nos alerta sobre los estragos que podrían ocasionar más pronto que tarde.

¿Crees que plataformas como Airbnb son una moda pasajera? ¿O han llegado para quedarse?

Todo va a depender de cómo reaccionen los diferentes actores. Yo espero que la Comisión Europea, los gobiernos y los municipios aborden el tema para regular el sector inmobiliario con más fuerza. Será una larga batalla, pero si la gente se involucra, puede tener éxito.

¿Es un problema solo de ciudades grandes y turísticas como París? ¿O también está ocurriendo en ciudades latinoamericanas?

Mientras más turística sea la ciudad, más será impactada por este fenómeno de las rentas a corto plazo de departamentos amoblados. En Santiago de Chile, por ejemplo, hay más de 15.000 anuncios de Airbnb. Y más de 18.000 en Buenos Aires y 35.000 en Río de Janeiro. Incluso pequeñas ciudades turísticas, como los ‘resorts’, pueden verse afectadas. Hay quienes le dan la bienvenida a este nuevo flujo de turistas, pero también otros que se ven sobrepasados por la situación.

Uno de los mayores peligros de plataformas como esta es que parecen beneficiar a la clase media, cuando en realidad la destruyen, ¿verdad?

Es exactamente eso. Por un lado, son una herramienta para la democratización del turismo, con la introducción de un flujo masivo, gracias a la llegada de aerolíneas ‘low cost’. Pero, de otro lado, están destruyendo ciudades al acelerar la especulación inmobiliaria y elevar los precios por el exceso de turismo. Todo esto es, fundamentalmente, consecuencia de un sistema financiero enloquecido. La acumulación de miles de millones de euros concentrados en la cima de la escala social favorece los juegos especulativos en todas las ciudades del mundo. Y eso empuja a las clases medias a vivir cada vez más lejos del centro de la ciudad. Tienen que pagar más y más, y por lo tanto pedir más préstamos en beneficio de la banca. Es importante tratar el síntoma, pero también abordar la enfermedad desde su raíz.

¿Cuáles serían los riesgos de lo que llamas ciudades-museo? Mencionas a Venecia como el principal ejemplo.

Las ciudades-museo son ciudades que morirán. Mientras más altos son sus precios, menos podrán colocar a los empleados necesarios para que trabajen. A fuerza de tirar demasiado de la cuerda, esta se rompe. Los tesoros patrimoniales de Venecia están en peligro por la afluencia de millones de visitantes y los vapores gigantes que amenazan la laguna. La gente paga estos cambios a un alto precio. Yo me pregunto: ¿los turistas estarán satisfechos visitando ciudades con respiración artificial, sin habitantes y convertidas en parques de atracciones? El turismo no es solo la visita de lugares hermosos, también es el encuentro con los demás. Y es esta dimensión la que desaparece con el turismo excesivo.

¿Cuánto ha cambiado la situación en París desde la publicación del libro el año pasado?

En París la presión de Airbnb sigue siendo fuerte, pero hemos progresado. Ahora casi la mitad de los anuncios tiene un número de registro obligatorio. La batalla legal con la plataforma continúa y promete ser intensa. Pero no nos rendiremos. Existe una conciencia real de la población. Los habitantes están indignados por las molestias y el hecho de que sus vecindarios están cambiando, pues seguimos perdiendo habitantes. Por lo tanto, debemos amplificar nuestra acción reguladora contra las plataformas y enfrentar un mercado inmobiliario que se sobrecaliente de manera absoluta. Pero no podemos pelear solos, sino junto a otras ciudades de todo el mundo y junto a las personas.

Vivimos una época en la que grandes compañías tienen una muy fuerte influencia en la geopolítica: desde la lucha entre Google y Huawei, que refleja la tensión entre EE.UU. y China, hasta las acusaciones contra Facebook por el caso Cambridge Analytica. ¿Cómo enfrentar esto?

Las llamadas GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) son un grupo todopoderoso y parece estar libre de sus obligaciones fiscales. Debemos comenzar haciéndoles pagar impuestos en proporción a las ganancias que generan. Pero debemos ir más allá y pensar en una forma de evitar que estas multinacionales concentren todos los poderes en sus manos. Hemos regresado a la época de los fideicomisos, estos monstruos transnacionales que abusan de su posición dominante. Los gobiernos han atado sus manos voluntariamente y se han rendido ante el poder de los mercados. Entonces se trata de girar 180 grados y recuperar el poder sobre el dinero.

En tiempos de la ‘big data’, ¿es muy atrevido decir que la gente real se está convirtiendo en simples cifras?

Es incluso más grave que eso. La ‘big data’ tiene consecuencias muy concretas, un impacto físico y real en nuestras vidas. No es solo que seamos reducidos al rango de números. El problema es que esta configuración del mundo contribuye a destruirlo.

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