Fernando Iwasaki. (Foto: Daniel Mordzinski)
Fernando Iwasaki. (Foto: Daniel Mordzinski)
Enrique Planas

El escritor está renovando su página web. Para ello, utiliza un programa llamado WorldPress. Confiesa que necesita ayuda cuando aparece la primera complicación. Acaba de subir un texto a la red y el programa le dice que su página no está bien escrita. La computadora ve palabras que, según su propio análisis, no serán entendidas por un alto porcentaje de usuarios. El autor discute con la máquina que le advierte que su página requiere una permanencia superior a la tolerancia del usuario. Asimismo, el programa le llama la atención por la escasez de imágenes, y le exige usar videos para generar más tráfico en su página.

Iwasaki (Lima, 1961) se siente ahogado por ese corsé digital. Puede ser que el programa sepa hacer páginas webs muy estéticas y agradables de ver, pero resulta aterrador para él que sea la máquina quien le condicione la manera de hacer las cosas. Como, por ejemplo, escribir. "Pienso en los libros que han escrito aquellos que admiramos: seguramente que a Jorge Basadre escribir en computadora le hubiera permitido ir más rápido con su 'Historia de la República', pero ahora, si alguien quiere colgarlo en la red o escribirlo en un programa digital, tendría que incluir muchas más imágenes y videos. Sería otro libro", alerta el escritor radicado en Sevilla hace más de 30 años.

Iwasaki viene a la Feria Ricardo Palma con la agenda llena de presentaciones de libros. Pero uno de ellos, "Las palabras primas" (ganador del IX Premio Málaga de Ensayo) solo puede escribirse en momentos en que el futuro nos desconcierta y solo el pasado nos ofrece amparo y seguridad. En efecto, en este manojo de ensayos Iwasaki desconfía abiertamente de la tecnificación, la digitalización en las redacciones y los salones de clase. "No se trata de ser nostálgico. Pero es verdad que uno tiene que aferrarse a las cosas conocidas. Y lo que es seguro, por lo menos para mí, es aquella Humanitas grecolatina convencida de que la lectura, la escritura, el conocimiento y el pensamiento crítico son lo más importante", afirma Iwasaki, harto de estos tiempos cuyas variables tienen que ver mucho más con la imagen y la inmediatez. Una época que no tiene lugar para todo lo que sea deliberativo o que suponga una explicación razonada. Ya no hay tiempo para pensar.

— En "Las palabras primas" te confiesas poco apto para prever los cambios en el lenguaje generados por las nuevas tecnologías. Javier Marías decía que, en 50 años, nadie podrá leer "El Quijote". ¿Compartes ese cálculo?
Eso ya está pasando. Tengo alumnos franceses, chicos de 20 años que vienen aquí y que llevan un curso en el que trabajo con cartas de Flaubert, que leen en francés. ¡Y luego vienen a decirme que no quieren leerlas, porque no las entienden. Un joven estudiante francés de Derecho no entiende a Flaubert. Esto significa que lo que advierte Javier Marías ya está ocurriendo en otras lenguas. Lo mismo ocurre con Michel de Montaigne, contemporáneo de Cervantes. Sería como que, en el Perú, los jóvenes digan que no van a leer a Carlos Augusto Salaverry o a Manuel Ascencio Segura porque no los van a entender.

—Hablando de Montaigne, el creador del género del ensayo que defendía la necesidad de "conversar" con el lector, ¿crees que la Academia actual, con sus ensayos tan inaccesibles para el lector común, ha desnaturalizado la producción del conocimiento?
Más que culpa de la Academia, lo que hay aquí es una endogamia universitaria. Probablemente muchas universidades se están convirtiendo en lo que fueron los monasterios y los conventos en la Edad Media. Dentro de ellos era posible encontrar todo ese conocimiento fastuoso, pero fuera nada de eso era asimilado por la sociedad. Hoy ocurre algo muy parecido: los textos académicos que se producen se han convertido en un paradigma diferente. Si no se emplean ciertas formulaciones teóricas, una retórica propia de ese tipo de trabajos, no se entrará en ese mundo de publicaciones. Y es muy difícil para un profano adentrarse en la lectura de ese tipo de textos. A mí me parece que la Humanitas debería permitir que historiadores, filósofos, literatos, teóricos se lean mutuamente. Y a la vez, que un profano, que no pertenece al mundo académico, también pueda acercarse a estos textos y decodificarlos.

—No deja de sobrecogernos un futuro en el que, como explicas, serán los consumidores de entretenimiento los que marquen los derroteros del futuro en castellano...
No tengo la menor duda. Las empresas de comunicación quieren vender y llegar al mayor número posible de lectores e impactos. Al haber cambiado los sistemas de control y consumo de los medios, ahora lo que más se mira son los impactos en Internet y la multiplicación en las redes. Y lo cultural, sin duda, siempre estará rezagado. Además, lo cultural supone tener una cierta preparación. Si aparece un poeta nuevo, y en su obra nos recuerda la poesía de Sologuren, de Belli o de Vallejo, el crítico tendrá que conocerlo. Pero ya están saliendo en España muchos poetas "digitales", que lo que hacen son chistes o aforismos, pero con un gran éxito. ¡Y esto es imparable! Hoy la gente escribe poesía sin haber leído a ningún poeta.

— Lo absurdo se ha convertido en costumbre.
La gente que ve la serie "Black Mirror" simultáneamente piensa que lo que cuenta está ocurriendo. Un episodio en que la gente te juzga usando un teléfono celular, y tú acumulas puntos, puede trasladarse al comportamiento actual de los chicos que viven angustiados cuando sus publicaciones no generan 'likes', cuando alguien no les da amistad en Facebook, o cuando alguien los elimina de sus contactos. Todo eso genera traumas que a mí me resultan incomprensibles.

—En el Perú, quizá más que las nuevas tecnologías, es la corrupción política la que corrompe a su vez el lenguaje. Ya no solo nos escandalizamos por la corrupción revelada, sino por su vulgaridad expresada en palabras. ¿Es un fenómeno global?
La vulgaridad, la chabacanería o la expresión penosa no es, de ninguna manera, un atributo del Perú. Los norteamericanos lo tienen muy claro con un presidente que todo el tiempo lanza su pensamiento por Twitter, y no precisamente en un inglés de Walt Whitman. Por lo general, quienes están en política ya no responden a esa imagen patricia que teníamos de ellos hace unos 30 años. Probablemente, entonces los criticábamos mucho, pero hoy los extrañamos, pues proporcionaba un gran placer escucharles hablar. Eso ha desaparecido en el Perú, en Europa y en Estados Unidos. La tecnocracia, finalmente, lo que ha conseguido es que haya muchos profesionales quizá muy capaces a la hora de aplicar recetas, pero incompetentes para explicarlas, pues les falta formación intelectual e inteligencia emocional.

— El coloquial "hermanito" se ha convertido en símbolo de la corrupción judicial. Tú señalas que nuestro típico abuso del diminutivo se asocia a la huachafería. ¿Huachafería y corrupción son parte de un todo?
Cuando vivía en el Perú, no había ese abuso del diminutivo porque supone siempre una confianza. Entre personas que saben que van a delinquir, ese tipo de argot te permite crear confianza. Yo recuerdo un protocolo, la fórmula "¿No habrá una manera de arreglarlo?" para dejar al funcionario, al policía, o a quien sea, la iniciativa para la corrupción. Pero en el caso actual, desde el momento que se dicen "hermanito", se reconocen como iguales.

—Tu interés por buscar el origen a las palabras se remonta a 20 años atrás, cuando documentaste la raíz belga-vallisoletano de la expresión "chévere". ¿Cómo nació esta obsesión?
"Chévere" es una palabra que viene del señor de Chièvres, nombre de un noble belga que acompañó a Carlos V en la corte española, desde su llegada de Flandes cuando era un muchacho. Era un hombre muy elegante; a diferencia de los españoles, que asociaban la elegancia al negro, él vestía usando colores. Por eso, cuando alguien lucía muy vistoso, se puso de moda decir, "pareces el señor de Chièvres", que devino en "estas chévere". Había una letrilla que decía: "Sálveos Dios, ducado de a dos, que el señor de Chièvres no topó con vos". Esto es fantástico: la palabra cruza el océano, se queda en América y en España se olvida. Y cuando regresa con las telenovelas venezolanas, en la península la gente dice: "Qué palabra más rara, debe ser de origen africano o caribeño". ¡Y en realidad es totalmente castellana!

—¿Por qué crees que mientras los 400 años de la muerte de Shakespeare se conmemoraron con tanto brillo, el de Cervantes pasó un tanto desapercibido?
El único talento que reconoce la cultura hispánica es el que se malogra joven. Alguien que murió joven y que apuntaba a un gran futuro será siempre recordado como un prócer, más por lo que pudo ser que por lo que fue en realidad. A medida de que te vas haciendo mayor tienes más defectos, y uno de ellos es seguir vivo. Cervantes es un ejemplo: a la Generación del 98 que lo rescató no le gustó lo que encontró, no le gustó que no fuera universitario, que tuviera unas hermanas sobre cuya reputación se dudó siempre, que no fuera amigo de Lope de Vega y de los autores famosos de su época, o que no fuera noble. Unamuno y Ortega y Gasset admiraban "El Quijote" pero deploraban a Cervantes. En el caso de Shakespeare, ocurre lo contrario: hay canciones de los Rolling Stones que dialogan con Shakespeare o musicales como "West Side Story" que dialogan con Shakespeare. Todos los niños han visto "El rey León": ¡Eso es Shakespeare! En el mundo anglosajón consumen Shakespeare en todos los formatos. Nosotros no consumimos a Cervantes, solo consumimos conservantes [ríe].

EL AUTOR EN LA FERIA


Presentación de "Aplaca, Señor, tu ira"
Participan: Fernando Iwasaki, Marcel Velásquez, Luis Millones y Cristóbal Aljovín.
Auditorio Antonio Cisneros, viernes 2, 7 p.m.

Homenaje a Abelardo Oquendo
Participan: Claudia Oquendo, Marcel Velásquez y Fernando Iwasaki.
Auditorio: Martín Adán, sábado 3, 6. p.m.

Presentación de "Las palabras primas"
Auditorio: Antonio Cisneros, sábado 3, 8 p.m.
Parque Kennedy, Miraflores.

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