Marco Aurelio Denegri. (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri. (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Redacción EC

El rencor es «el enojo retenido», dice Scheler; y Olive lo llama, justamente, «ira envejecida», y nos recuerda que en latín una misma palabra, ráncor, es denotativa de rencor y rancio o añejo.

El rencor, a juicio de López Pelegrín, hace siempre aprovechar con placer la ocasión de vengarse, al paso que sabe encubrir la intención con la apariencia de amistad hasta que llega el momento de satisfacerse. (Cf. Olive, o.c., s.v. «Rencor, Enemistad».)

«Los disfavores –escribe López Pelegrín–, la mala correspondencia y los discursos agrios, sostienen la ‘enemistad’, la cual no cesa hasta que los hombres nos avenimos o reconciliamos, cansados ya de procurar dañarnos unos a otros, o cuando persuadidos por los amigos entramos en la reconciliación.

«La memoria de un agravio o de una afrenta recibida conserva el ‘rencor’ en el corazón, del cual no sale sino cuando ya no queda ningún deseo de venganza o cuando uno perdona sinceramente.» (Olive, o.c., s.v. «Rencor, Enemistad».)

El recuerdo del agravio mantiene, efectivamente, el rencor. «Memor Junonis ira», dice Virgilio refiriéndose al rencor siempre vivo de Juno. La expresión «memor ira» se halla también en Horacio.

Considera Olive ser el odio pasión más fuerte y duradera que el aborrecimiento; y el rencor, que el odio.

«Resentimiento arraigado y tenaz»: tal la defi nición académica de rencor. La de aborrecer: «Tener aversión a una persona o cosa.»

Y la de odio: «Antipatía y aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea.»

Colígese de esto que el odiar es de mayor bulto pasional que el aborrecer; y pasión mayor que el odiar, el resentirse; y de intensidad más sostenida que las precedentes, la pasión duradera del rencor.

De intensidad más sostenida, pero no mayor, por ser lo intenso lo que hay de vehemente en los afectos y operaciones del ánimo.

Vehemencia, por ejemplo, en el odio, porque éste generalmente supone la rapidez de la respuesta ante la ofensa. Y dígase otro tanto de la ira, tan estrepitosa en sus arrebatos, manifiesta Rousseau, que es imposible no conocerla en hallándose cerca.

Que valga lo dicho hasta aquí por lo que en todo esto hay siempre de fiesta para el pensamiento. (Así se expresa Capdevila a propósito de las similitudes léxicas.)

Dicho sea de paso, me entero, leyendo a Capdevila, de que el lexicón de Olive y otro de la rima, compuesto por Juan Landa, y que también tengo a la vista, fueron los suplementos del Novísimo Diccionario de la Lengua Castellana, obra multiautoral realizada bajo la dirección de Carlos de Ochoa, «lexicógrafo emprendedor».

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