Camila Cantuarias (Foto: Difusión)
Camila Cantuarias (Foto: Difusión)
José Carlos Yrigoyen

Es una buena época para la crónica en el Perú. Después de muchos años en los que este género fue apenas tomado en cuenta por nuestros escritores, ha experimentado un fuerte resurgimiento en la última década. Eso puede corroborarse en recientes libros de primer nivel como "De dónde venimos los cholos" de Marco Avilés o "Nueve lunas" de Gabriela Wiener. Confirma esta racha favorable el premio García Márquez obtenido hace pocos días por Joseph Zárate gracias a su excelente "Un niño manchado de petróleo", sobre las consecuencias de un desastre ambiental en los dominios de una comunidad awajún.

Siguiendo este camino, (Lima, 1993) acaba de publicar "Los niños del séptimo piso", volumen de seis crónicas acerca la dura realidad de los niños atacados por el cáncer y pertenecientes a familias de escasos recursos. Confieso que abrí el libro con sospecha: la mayoría de cosas que he leído sobre este tema naufragan en el miserabilismo y el sentimentalismo más oportunistas. Camila Cantuarias demuestra haber sido consciente de los peligros que su proyecto entrañaba. Ha elaborado sus textos con una sobriedad narrativa compuesta por penetrantes descripciones que delatan una inusual capacidad de observación y reflexiones que se distancian casi siempre de efectismos facilistas. Y así como es enfática su negativa de transar con la condescendencia, son también muy contados los momentos en que elige un tono sombrío.

Esto se debe a que Cantuarias, en vez de regodearse enumerando las desesperantes privaciones y dificultades de estas familias que gastan hasta su último centavo en sangre y plaquetas para que sus hijos puedan vivir un día más, privilegia la lucha y el tesón de los padres sin tropezar en el edulcorado relato de superación personal, otra de las plagas que suelen malograr este tipo de empresas. Pienso que esto sucede porque Cantuarias no teme humanizar a los seres que ausculta, subrayando sus debilidades, contradicciones y defectos sin concesiones. Por ejemplo, en "Miller, el niño milagro", la crónica más extensa y la mejor del libro, los padres del pequeño enfermo del título son retratados sin obviar sus celos, sus rencores mutuos, el egoísmo que los emponzoña e incluso la violencia que signa su relación. El contrapunto entre estas manchas personales y los conmovedores sacrificios por salvar a su hijo los dotan de una compleja ambigüedad trazada con sensibilidad y perspicacia.

Es en la segunda crónica, "Carmen, la madre coraje", donde se observa con claridad la inclinación de Cantuarias por registrar el doliente destino de estos jovencísimos cuerpos. Se repasan los síntomas de la enfermedad que aparecen y desaparecen brindando treguas que pueden ser rotas sin aviso ni clemencia, los terribles pinchazos y poderosas quimioterapias que deben soportar, y cómo al final decaen y fenecen cual sombras que se disuelven en el silencio de una tarde cualquiera. Este proceso es relatado con enorme contención emocional y respeto, como ocurre aquí con Diana, una adolescente con síndrome de Down, quien en el vía crucis de su tratamiento padece sufrimientos tales que solo las continuas dosis de morfina consiguen menguar.

Aunque el resto de las composiciones de "Los niños del séptimo piso" están muy bien escritas y comparten los méritos ya mencionados, la similitud entre los casos presentados ocasiona que las últimas parezcan algo repetitivas. Estamos, a pesar de eso, ante un debut que denota madurez y seguridad a la hora de materializar un desafío tan complicado como el que este libro significa. Eso no es poco y hay que aplaudirlo. El tramo inicial está hecho; ya depende de Camila Cantuarias optar por el rumbo certero.

AL DETALLE
Puntuación: 3 1/2 de 5 estrellas
Autora: Camila Cantuarias.
Editorial: Colmillo Blanco.
Año: 2018.
Páginas: 132.
Relación con la autora: ninguna.

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