En "La España vacía", Del Molino nos habla de una España en desaparición, de pueblos antiguos y campos miserables, sin que ello pareciera importarle al Gobierno. (Foto: Nancy Chappell)
En "La España vacía", Del Molino nos habla de una España en desaparición, de pueblos antiguos y campos miserables, sin que ello pareciera importarle al Gobierno. (Foto: Nancy Chappell)
Enrique Planas

Desde Latinoamérica, España se mira como un país homogéneo, aquejado por eventuales crisis producto de sectores nacionalistas siempre cuestionables. Sin embargo, en su libro "La España vacía", el escritor y periodista Sergio del Molino (Madrid, 1979) nos revela las profundas tensiones que sacuden al país invitado de honor en esta edición de la , para ofrecernos una imagen nacional muy distante de la postal turística y oficial.

En sus páginas, sorprende descubrir el desencuentro entre la ciudad desarrollada y el campo en abandono, un conflicto escondido pero fundamental para entender la configuración de España. "El país se refunda en los años sesenta, se convierte en algo totalmente distinto cuando empieza a urbanizarse e industrializarse. Pero en el proceso se olvidó del interior, un territorio que, paradójicamente, se considera la médula de la identidad castellana. Lo que los nacionalismos vasco y catalán consideran la gran fuerza que los tiraniza es, en realidad, un lugar abandonado, poblado por campesinos misérrimos", explica Del Molino.

A partir de estos contrastes, el autor reflexiona sobre muchos otros conflictos nacionales, evidenciando una España poco homogénea y desestructurada, como ya lo decía Ortega y Gasset en los años treinta del siglo pasado. "El modelo de Estado para las élites políticas españolas siempre ha sido Francia. Se ha querido crear una identidad muy homogénea, pero ese intento ha sido un fracaso histórico", afirma.

—¿Podríamos imaginar que la desestructuración de un país como España podría llegar a ser un estado permanente?
No es un estado esencial, sino una reacción a 40 años de nacionalismo español franquista, que destruyó cualquier posibilidad de reivindicación de un discurso nacional. ¡Todo el simbolismo nacional español está manchado de franquismo! Eso hace imposible que cualquiera que se reivindique como un demócrata haga suyos esos símbolos. No se puede ser patriota y de izquierda en España. Es un oxímoron.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

—En España, hasta una peineta llama a sospecha...
¡Claro! Todo está manchado por el franquismo. Entonces, contra ello se construyen otras identidades a partir de lo regional y lo local, que sí que tiene un prestigio cultural y político. En esa reacción se diluye cualquier posibilidad de construir un relato común. Y ese es, fundamentalmente, el conflicto en el que vivimos ahora. Si ha crecido tanto el discurso nacionalista en Cataluña, si se ha alcanzado ese grado de confrontación tan grande en España, ha sido porque no ha habido posibilidad de las fuerzas progresistas de crear una respuesta de España como un territorio común donde cabemos todos. Hemos fracasado en la tarea de construir un modelo de españolidad constitucionalista, basado no en la etnia ni el idioma, sino en el concep to de ciudadanía. Y estamos pagando las consecuencias. No creo en el fatalismo histórico, ni en la frase de Vargas Llosa cuando se pregunta en qué momento se jodió el Perú. Creo que todo tiene arreglo, aunque sea muy difícil.

—¿Qué sucedió con el campo español tras el ingreso del país a Europa?
Contribuyó a acelerar un proceso de destrucción de esa forma de vida, de su economía. Ahora mismo, la agricultura, la ganadería y la pesca solo existen en España de forma industrial. Los pequeños productores no son viables por la política del Área Común. Dos requisitos que puso Europa para la entrada de España fueron la reconversión industrial y la reducción de la flota pesquera. Entonces España desmanteló una industria muy grande pero obsoleta e improductiva, lo que produjo una gran inestabilidad social en las ciudades industriales españolas. En un momento dado, el Gobierno y buena parte de la sociedad consideraron que ello era un precio aceptable para entrar en Europa. Y fue asumido como sociedad. La entrada de España en Europa ha sido muy positiva en términos globales, pero se maltrató mucho a una parte de la sociedad que sigue sin entender por qué se les sacrificó. Y tienen toda la razón. Fue un precio demasiado alto.

—¿Hay solución para ellos?
No. Los mineros, los pescadores, los agricultores, se prejubilaron. Se les dieron pensiones. Morirán y sus hijos se dedicarán a otra cosa. Esa parte de la economía no resucitará nunca.

—¿La solución fue comprarles sus vidas?
Viven como pensionistas, o empleados en una actividad improductiva subvencionada. Les pagan para que tiren la leche, para que no la vendan. Es totalmente absurdo. Pero esa fue la solución que han encontrado en Europa.

—¿Es viable un continente construido sobre estas distorsiones?
No es viable porque está hecho de equilibrios. El problema de Europa es que está formada por un conjunto de estados que compiten entre sí, unos más poderosos que otros. Es una lucha entre gobiernos, no entre fuerzas sociales. Europa solo puede ser viable si se convierte en un Estado. Mientras no lo sea, el equilibrio es completamente inestable. Y lo estamos viendo con el 'brexit' y con la aparición de los fascismos en Europa del Este. Cualquier distorsión en los estados afecta tremendamente al conjunto porque hemos hecho una entidad que externamente funciona como una unidad, pero que no lo es. La Unión Europea es muy poderosa, tiene muchas competencias sobre nuestro día a día; sin embargo, los europeos no tenemos alguna capacidad democrática de control ni de propuesta. Es un compadreo entre estados que puede llevarla a su destrucción si Europa no se reforma radicalmente.

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