"Polémica en la lírica", por Dante Trujillo
"Polémica en la lírica", por Dante Trujillo
Dante Trujillo

Pasa en la ópera, pasa en la vida: asumimos mal que bien determinado destino, hasta que de repente un imprevisto llega a trastornar la realidad como la suponíamos. Incluso como la anticipábamos. Esto a propósito de una recientísima polémica tras la puesta en escena de “Carmen” en el Teatro del Maggio Musicale de Florencia: el núcleo del disturbio no lo compone ni siquiera la alteración de todo un pasaje de la pieza, sino un gesto concreto que sucede en los últimos segundos de esta tortuosa historia de amor de casi tres horas de duración. Eso cuando un tipo despechado, desbordado por la rabia y los celos, regresa donde la amada para reclamarle su desdén. Lo han dejado por otro, se siente doblemente engañado. Crispado y nervioso, la insulta y le suplica a la vez con un cuchillo en la mano, un arma que quizá no quiera usar realmente.
Es entonces, tras 142 años de existencia y miles de representaciones de la obra más celebrada de Georges Bizet, cuando todos esperamos que don José terminase una vez más hundiéndole el filo a la protagonista, que se da el vuelco: en la refriega florentina Carmen logra, en un reflejo defensivo, arrebatarle a su agresor un revólver que lleva al cinto, y desde el piso le dispara en el vientre. Es ella la que acaba con él, sobreviviendo así a su muerte anunciada. Por decisión del director de escena, Leo Muscato, la gitana por ahora no será otra víctima de feminicidio.

La respuesta del público, desde el patio de butacas, es unánime: la abuchean y pifian. La provocación lleva a vender 1.600 entradas para cada una de las demás funciones.

Este hecho ocurrido en el país que más ama la ópera anima un debate entre dos bandos en el marco de la extensa controversia alrededor de los legítimos reclamos feministas: por un lado están los puristas, aquellos para quienes se trata de un despropósito de mal gusto pues consideran que los arquetipos deben quedarse como son, ya que ahí radica su valor, porque si no lo que sigue será obligar a Medea a aceptar su rechazo y olvidarse de su venganza terrible, o que Macbeth desoiga el llamado de la ambición asesina; frente a los (hoy) políticamente correctos, quienes dicen que el arte no solo puede, sino que debe rehacerse para atender las exigencias sociales de su tiempo, como es el caso de la violencia de género.

—Arquitectura del arquetipo—
Un ícono tan popular como “Carmen” y el entorno en el que se desarrolla su historia no se instalan en el imaginario colectivo ni solos ni espontáneamente ni deprisa. No perdamos de vista que se trata de una de las piezas líricas más reconocidas, y probablemente de la que se han hecho las más variadas versiones (porno, afro, oriental, hip hop, futurista, etc.). Aun así, la cigarrera de Triana es sobre todo una poderosa recurrencia española –como el Quijote, como el torero– en la mentalidad de medio mundo. Un cliché.

Prosper Mérimée inventó la breve y germinal novela basándose en distintas fuentes: sus propios estudios sobre España y la gitanería, las historias que recogía en sus viajes, un poema de Pushkin. El libro, de 1845, no es el relato que la mayoría evoca, pero se le parece bastante.

La “Carmen” refundadora del mito, la ópera, apareció recién 30 años después, con libreto de Halévy y Meilhac, quienes alteraron la novela de Mérimée sumando y cortando escenas, modificando o añadiendo personajes. Una mentira extendida es que “achataron” la ficción; por el contrario, el relato ganó dramatismo y acción para su propio soporte. Por su parte, la música fue la última que compuso Bizet: estrenada a inicios de marzo de 1875 en el Opéra-Comique de París, llegó a duras penas a las 48 presentaciones pactadas, ya que el público la despreció al punto de que se regalaban las entradas para no ver un teatro vacío cada noche. Bien podría ser lo que motivó el infarto que acabó con el compositor tres meses después. Tenía solo 36 años. Lo que pasó a continuación fue que la ópera se comenzó a representar en toda Europa, y el éxito fue rotundo. Más allá de su belleza musical, la historia de la gitana libre, hermosa y seductora que enamora a un militar hasta, queriéndolo o no, conducirlo a su propia caída, además del exotismo del baile y el ambiente andaluz, venían bien al imaginario romántico de fines del siglo XIX, cuando España era, para muchos europeos, una tierra misteriosa y exótica.

Como los derechos de representación tardaban, fronteras adentro se escribieron dos zarzuelas mezclando los elementos más efectistas de la obra. Ello generó que el pueblo, que se hizo devoto, consolidase los referentes (la gitana del sur, cautivante y moralmente cuestionable; el militar norteño, que pierde la corrección por la vorágine del amor; la novia casta y fiel; el torero pícaro y aprovechado, etc.). Pero también que los cultos repeliesen lo que se dio en llamar, injustamente, “la España de Mérimée”, aquel reino de pandereta donde todos hablan como sevillanos y taconean sobre un tablado.

La mitología de “Carmen” es tan potente que se ha adaptado al menos 70 veces al cine.

—La Carmen en el asador—
En Italia muere una mujer cada tres días por la violencia de género. El tema, como aquí, como más allá, es serio y se debe repudiar, visibilizar y combatir en distintos frentes. Incluso, por supuesto, desde el arte, como se explica –o se pretende explicar– con lo sucedido en Florencia; es decir, incluso subvirtiéndolo.

"Polémica en la lírica", por Dante Trujillo
"Polémica en la lírica", por Dante Trujillo

Dos destacados dramaturgos locales se pronuncian: “El arte es el ejercicio de la libertad. Si no puedo tocar la obra, ¿para qué la pongo?”, dice César de María. “La gente va a ver ‘Hamlet’, pero también qué hizo Ísola con él. Y si modificar ‘Carmen’ pone el feminicidio en primer plano, ¿no está ganando la cultura mucho más de lo que pierde?”.

Mariana de Althaus agrega que “no tiene sentido montar a los clásicos si no ofreces una relectura o los intervienes para que el texto diga algo que al público le parezca urgente. Incluso para que diga lo que el autor quiso a veces es necesario ajustar algo”. Y, a continuación, señala un buen ejemplo local: “En la época en que Shakespeare escribía era normal que un hombre maltrate a una mujer si descubría que no era virgen; hoy es inaceptable. Entonces, si montamos ‘Mucho ruido pocas nueces’, no podemos mantener el texto tal cual, porque el público percibe el desfase cultural y siente la obra distante y ajena. El reto del director es acercar el texto al público, no ofrecer un museo teatral en el escenario. Es lo que hizo Chela de Ferrari en ‘Mucho ruido por nada’, modificó el final para que la obra fuera un canto a la libertad, al amor y la tolerancia; uno muy incómodo para buena parte del público”.

Y añade: “Los clásicos no son intocables. Si permanecen en el tiempo es porque tienen la capacidad de modificarse y seguir emocionando y comprometiendo al público a lo largo de los siglos”. César de María cierra diciendo que “no se puede crear sin cambiar, ni se puede ser artista si se es renuente al cambio”.

Quizá Carmen se reiría, descarada, de todo esto. Pero uno prefiere mil veces seguir oyéndola cantar su habanera, que muerta, sola, final.

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