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Un escritor es siempre un protagonista. A veces es aquel que interviene en su propia obra y a veces trata de ocultarse, aunque siempre esté allí, acechando. Algunos dicen que los escritores crean historias porque el mundo les parece aburrido e intentan plasmar universos donde todo sea posible, interesante y maravilloso. Pero lo cierto es que hay autores que escriben porque perciben un mundo injusto, y sueñan con un mundo mejor. Ese parece ser el caso del chileno Luis Sepúlveda, fallecido el 16 de abril último, luego de haberse convertido en el primer caso de coronavirus en Asturias (España), luego de regresar de un festival literario en Oporto (Portugal), luego de haberse convertido en un referente de la literatura latinoamericana a punta de libros, historias, personajes e ideas.
►Escritor chileno Luis Sepúlveda falleció en España víctima del coronavirus
Para Alfredo Pita, autor de la novela “El rincón de los muertos” y amigo de Sepúlveda, el chileno se convirtió en un ícono literario porque era un continuador e innovador a la vez. “Por entonces nuestra literatura estaba de vuelta del realismo mágico y algunos de los nuevos escritores intentaban desmarcarse, estilística y políticamente, de las propuestas del ‘boom’. Algunos se pretendían también realistas y buscaban para sus historias marcos urbanos, pero con frecuencia no salían de la hollada senda de las propuestas estadounidenses (Bukowski en ese momento era un tótem). Otros tentaban la autoficción de raigambre francesa. La propuesta de Sepúlveda fue insertarse en su tradición inmediata y enriquecerla. Fue una apuesta audaz”.
Para la escritora Grecia Cáceres, Sepúlveda era uno de esos autores que parecían contar la historia al oído del lector. “Encarnaba al prototipo del escritor latinoamericano que tenían los europeos: exótico, inmerso en el imaginario fantástico.

Para Pita, Sepúlveda fue muy audaz al negarse a rechazar al ‘boom’ latinoamericano, posicionándose más bien como un prolongador. Mientras algunos de sus coetáneos se esforzaban por descalificar a los grandes escritores latinoamericanos de los 60 y 70, él no renegaba de ellos, más bien tomó lo mejor de su trabajo. “En la magia de Sepúlveda hay realismo puro pero transformado. Hay política, conciencia de los problemas actuales, de los que vendrán, amor por la naturaleza, preocupación por el devenir humano. Hay pura modernidad”.
LA AMISTAD Y EL PERÚ
Pita recuerda a Sepúlveda como un amigo muy afectuoso y fraternal al que le gustaba reunir en su casa de Gijón a sus amigos para ofrecerles asados, vino y siempre una buena conversación.
“Como Luis fue durante mucho tiempo un organizador de festivales literarios importantes, las reuniones en su casa siempre eran muy concurridas. Su gran éxito literario no lo sacó nunca del papel de escritor latinoamericano reservado y fraterno con sus colegas. Cuando coincidíamos en festivales, en España, Francia u otros países, el trato siempre era de igual a igual, lo que todos apreciábamos. A mí me gustaban mucho los apartes con él, en las reuniones, porque, copa en mano, nos poníamos al día de las cosas, de los proyectos personales, de los manuscritos. Es, sin duda, algo que voy a extrañar mucho con su ausencia”, comenta antes de recordar una anécdota que transporta su memoria a más de 20 años atrás.

“En 1997, en los días en que se eternizaba la toma de rehenes en la residencia del embajador japonés en Lima, Luis seguía la evolución de los hechos. Me llamaba, cotejábamos información. [Luis] Sentía simpatía y compasión por esos chicos [los terroristas más jóvenes]. Me preguntó si se podría intentar que el gobierno aceptara que él, Paco Ignacio Taibo II y yo acudiéramos a Lima como mediadores. Le dije que no sabía, que habría que sondear Lima. Antes de que avanzásemos en nuestro proyecto se dio el asalto a la residencia con el saldo que sabemos”, recuerda Pita.
Sepúlveda, como todo escritor dedicado, vivió para contar historias. Pero, como todo ser humano atento, comprometido y buen amigo, dejó tras de él no solo buenos libros, sino también buenos recuerdos en aquellos que lo conocieron.
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