Castagnet ha publicado dos novelas: "Los cuerpos del verano" y "Los mantras modernos". Ambas editadas en Perú por el sello Pesopluma.
Castagnet ha publicado dos novelas: "Los cuerpos del verano" y "Los mantras modernos". Ambas editadas en Perú por el sello Pesopluma.

La segunda novela del argentino Martín Felipe Castagnet (La Plata, 1986) se llama “Los mantras modernos” y empieza con un epígrafe que se podría considerar insólito, una cita del técnico de fútbol Marcelo Bielsa: “Del futuro solo hablaré si estoy obligado a ello”. La frase, sin embargo, encaja bien con esta historia futurista sobre un mundo en el que la gente ha empezado a desaparecer. No a perderse, sino a desvanecerse y hacerse invisible, incluso por voluntad propia. Durante su brevísimo paso por la feria La Independiente, y antes de su desaparición en la neblina limeña, charlamos con él.

¿Cómo surge la idea de “Los mantras modernos”, en particular de la gente desapareciendo?
Recuerdo perfectamente el momento. Era 2012 y yo me acababa de separar y me estaba mudando de La Plata, mi ciudad, a Buenos Aires. Ya estaba en tratativas para publicar mi primer libro y era el momento de empezar mi siguiente proyecto. Entonces tomé el ómnibus y justo en el momento en que estaba entrando a la autopista, miro por la ventana y todo estaba neblinoso por una gran lluvia. Entonces vi gran vacío, una cosa nebulosa, mezcla entre la niebla y el vidrio empañado del colectivo. Ahí de pronto pensé en gente que desaparecía. Quizá estuvo influenciado por el desarraigo de la mudanza o por el fin de mi relación de pareja, pero se me ocurrió esa idea: un mundo en el que todo desapareciera. No solo las personas, también las mesas, los libros, todas las cosas. Pero que al mismo tiempo siguieran teniendo identidad. Con esa idea empecé a desarrollar la novela, escribiendo apuntes, ideas. Luego lo fui mezclando con otros intereses que tenía, como la vida en un geriátrico para uno de los personajes, o la transición de haberse separado. Por eso “Los mantras modernos” es sobre todo un libro sobre las relaciones humanas, sobre la inestabilidad de las relaciones, lo difuso. Y la idea de gente que desaparecía maridaba bien con esa sensación de inestabilidad.

No pude dejar de compararla con tu primera novela, “Los cuerpos del verano”. En ambas está la obsesión por los cuerpos. ¿Dirías tú que eso es lo que más las une?
Yo soy definitivamente materialista. Me interesa mucho la relación con nuestros propios cuerpos y al mismo tiempo con las máquinas. Porque de alguna manera el cuerpo es una maquina también, una programada por el código genético. Y cuando estaba escribiendo “Los cuerpos del verano” me di cuenta de que la aproximación a las máquinas no tenía que ver con lo incorpóreo de internet ni con la abstracción, sino al revés, con lo contrario: se vinculaba a los soportes del internet y a nuestro propio cuerpo. O a los cuerpos como soportes de internet, remplazando a las computadoras. El toque de los teclados, el apagar y prender un monitor, el sentir que un CPU está caliente, el meter la tablet en una funda. Todo eso quise llevarlo a nuestros cuerpos, por supuesto mediante la imaginación especulativa. Posteriormente, al trabajar en “Los mantras modernos”, me di cuenta de que todavía tenía mucho por decir sobre el tema y me percaté de algo más: que no hay muchas novelas sobre el tacto. Las novelas suelen abusar de la vista, del oído. Hay una novela excelentísima sobre el olfato como “El perfume”, de Patrick Suskind, y también hay alguna novela sobre el gusto. Pero sentía que no había una buena novela que tematizara el tacto. Existen novelas muy sensuales, sí, pero ninguna que pensara el tacto. Es como un sentido olvidado. Entonces escribí “Los mantras modernos” pensando en una novela al servicio del tacto. Una novela en la que reina la invisibilidad era la oportunidad perfecta para estas obsesiones sobre los cuerpos, pensando en que es el tacto lo que nos define y nos ayuda más que nada a vincularnos con el mundo.

¿Pero no crees que vivimos en una época en la que nos miramos y tocamos menos, por lo menos directamente?
Creo que hay un traspaso. No diría que miramos o tocamos menos, pero sí que todo está más mediatizado. Miramos más nuestras pantallas, vivimos una cultura excesivamente visual o audiovisual. Y lo mismo podemos llevarlo al tacto, desde que aparecieron las pantallas táctiles. La libido se trasladó a la pantalla. La vemos, la tocamos, nos enviamos cosas a través de ella. Miramos y tocamos menos en presencia, pero más a distancia. Y sin embargo son dos caras de la misma moneda, porque eso nos permite conocernos más. Gracias a internet hay gente que puede vincularse más, la red es el arma perfecta para los tímidos, para los que sienten que están solos. Eso lo podemos ver a nivel general en las aplicaciones de citas, que vendrían a ser la sofisticación en las relaciones de pareja, aunque sean pasajeras. En ese sentido estricto, ya no estamos tan encapsulados, nos vinculamos más. El peligro es que nos encapsulemos de vuelta, con el aparato. Y ante eso sí hay que estar precavidos.

Hay algo muy divertido en tu novela: los feos son los primeros en desaparecer. En la era de Instagram, ¿dirías que hay una tiranía de la belleza, o que más bien todos tenemos la chance de ser bellos?
La tiranía de la belleza existe desde que somos humanos, con parámetros estéticos que han ido cambiando y que seguirán cambiando, como lo gordo y lo flaco. No sé en qué momento del auge de la civilización empezaron a desarrollarse esos parámetros, pero desde que lo hicimos siempre vivimos bajo la tiranía de la belleza. Por eso soy muy descreído de esas campañas que dicen que “todos somos muy lindos”. Es decir, puedo entenderlo en el sentido de que hay que estimular la autoestima, sobre todo la de las mujeres, dentro de un sistema patriarcal que dinamita su confianza. Pero desde lo estético me causa ruido eso de que “todos somos lindos”. La verdad es que vivimos en un mundo atravesado por la estética. Y si hay belleza, hay fealdad también. Si existe lo bello, obligatoriamente tiene que existir lo feo. Entonces lo más positivo que se puede hacer es discutir esos patrones de lo bello e intentar cambiarlos, como aquel parámetro de la belleza como lo excesivamente flaco. Eso no es sano ni respetable. Lo que toca es pensar cómo reformular los patrones de belleza y, mientras tanto, a algunos les va a tocar ser feos inevitablemente. Todos nos hemos sentido feos alguna vez, de acuerdo a la sociedad que nos rodea.

¿Seguirás persistiendo en el género de la novela?
Sí. Yo soy novelista, me nace ser novelista. También escribo cuentos, traduzco, y espero algún día ser ensayista (cuando tenga el tiempo y la voluntad). Pero yo le consagro mi vida a la novela porque es un género que todavía siento que es nuevo, desde Cervantes hasta hoy. La novela es monstruosa en la medida en que contiene todo, exhibe todo. Es lábil, es plástica, y siento que tiene mucho por decir. Además me gusta la extensión de la novela porque permite más la fealdad, lo imperfecto. Permite imperfecciones a fin de poder desarrollar otros aspectos que el cuento subordina. Y a mí me gusta esa perfección de la novela que a veces le permite irse por las ramas, ser un poquito desprolija, no tan centrada. Eso implica peligros, por supuesto, pero a la novela hay que dominarla. Y ese es el rodeo en el que yo me siento cómodo.

Por último: ese epígrafe de Bielsa, ¿recuerdas en qué situación la dijo?
Ya no estoy tan seguro, pero creo que fue cuando era técnico de la selección chilena. A él siempre le ha gustado dar conferencias largas y esa me parece que fue una de las últimas que dio con Chile. Allí explicó todo su sistema de creencias, en un texto muy rico, improvisado pero muy pensado. Cuando dijo esa frase me sentí muy representado porque creo que demuestra la predisposición que debe tener uno para enfrascarse en un mundo que piensa el futuro. Sentir la obligación, casi el deber, que de otra manera evitaría. Si yo me siento a escribir este libro es porque hay algo importante que me anima, porque siento que no me queda otra. Es una sensación de urgencia, de necesidad, que no tiene que ver con el deseo e incluso es mejor que él. Bielsa es un personaje muy literario, al que admiro mucho. Y no necesariamente por aspectos del juegos. Sí me gusta su verticalismo y sus fábulas morales, pero lo que más me interesa es que tiene ideas propias, que piensa. Y en ese sentido lo veo como un colega.

"Los mantras modernos". Autor: Martín Felipe Castagnet. Editorial: Pesopluma. Páginas: 220.
"Los mantras modernos". Autor: Martín Felipe Castagnet. Editorial: Pesopluma. Páginas: 220.

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