:quality(75)/s3.amazonaws.com/arc-authors/elcomercio/05bd184e-54e6-400c-9dff-3cbef58daf63.png)
Quizá la más hermosa sorpresa literaria de este año tan duro sea la caja que ha confeccionado Lustra Editores en homenaje a Jorge Pimentel (Lima, 1944), uno de nuestros últimos poetas mayores en actividad. Se trata de un magnífico artefacto que incluye ediciones revisadas y aumentadas de libros canónicos como “Ave Soul” (1973) o “Tromba de Agosto” (1992), conjuntos que resumen con excelsa brillantez los postulados teóricos de Hora Zero, célebre movimiento de vanguardia que Pimentel y Juan Ramírez Ruiz fundaron hace cincuenta años. En efecto: sus composiciones rescatan los principios del poema integral y la renovadora implantación del lenguaje callejero y popular, decisiva para la tradición contemporánea peruana. Poemas antológicos como el sublime Balada para un caballo, El lamento del sargento de Aguas Verdes, Trombosis o Edificio Nacional son parte del legado de un poeta inconforme, rebelde y estremecedor, semejante a un violento relámpago que surca la noche quieta.
Sin embargo, quizá el aporte más destacable de esta caja sea la adición de un libro inédito de Pimentel del que no teníamos noticia: “Necesito ser mundo”. Es en realidad un poema estructurado por breves estancias, escrito durante 1978, el mismo año en que compuso “Palomino” (1983), otro de los títulos insoslayables de su primera etapa creativa. Al leer ambos poemarios, aflora entre ellos un diálogo revelador del universo común, geográfico y emocional, que constituyen. Esta relación intertextual descifra símbolos y claves que adquieren nuevos sentidos e interpretaciones para comprender los motivos de ese turbulento, tierno y desesperado yo poético que anuncia, totalizador, “Yo soy el mundo cuando hablo. / Habla la vida cuando callo”.
“Palomino” fue elaborado a lo largo de una temporada en la que Pimentel frecuentó San Fernando Bajo, un pueblo chosicano atravesado por rieles y trenes que parten y llegan mientras el autor, sentado a la mesa de un bar, urdía un amargo lamento cuyo frontispicio afirma que “La historia del Perú se resumirá / a cómo se destruye a un poeta”. El libro es, precisamente, la bitácora sombría de un vate desempleado que se pierde por el campo abierto, recogiendo imágenes dolorosas que reflejan su angustia e incertidumbre ante una realidad que lo rechaza y lo exilia: “Estoy allí donde destierran a los poetas / justo en esa zona de aletazo de tiburón / de dentellada de puma. / Soy un hombre que no tiene / para su pasaje.” “Palomino” es el poemario más oscuro y pesimista de Pimentel, un lóbrego canto donde en cada verso se impone una desesperanza sin alternativas: “Tomo el mundo en mis manos / es una bola asquerosa. / Sé que no podré hacer / ningún milagro”.
Pero después de haber hundido su rostro en la charca, Pimentel yergue la cabeza para mirar a las estrellas. De eso trata “Necesito ser mundo”: sin abandonar por un momento su óptica crítica y airada, el poeta manifiesta su urgencia de convertirse en “depositario de un nuevo destino” y de reformular su experiencia y el impulso de su expresión: “Necesito nombrar las cosas de nuevo, / conocerlas sin prisa”. Extiende su voluntad de reconstrucción personal que se proyecta en una voz convulsa y lúcida al mismo tiempo, de imperativos y efusivos modos: “Necesito ser mundo. / No huiré del sol. / me mostraré alegre / en el amanecer o en las derrotas. / Las monedas han dejado de importar. / No gravitarán más en mi vida.”
Y regresan, entonces, los temas caros al Pimentel vibrante y enérgico de sus libros iniciales: la solidaridad como precepto irrenunciable (“yo les digo que el único pasaje / es tomarnos de las manos”); la denuncia a la opresión del hombre por el hombre (“Y el poder siempre besará niños / antes de masacrarnos”) y su predilección por los individuos marginales, periféricos, que habitan entre la zozobra y la invisibilidad (Hacer poesía es / dar vigencia de vida / a seres atemorizados”). Todos aquellos asuntos se ubican en el mismo escenario bucólico y siniestro de “Palomino”, que en estos poemas se afantasma aún más y es presentado como una estación dominada por el horror y el desconcierto (“No quiero ver rieles / no quiero ver espanto”; “¿Seré el último en partir? O solo me corresponde este reino / de la duda. ¿Y la poesía tendrá razón / en el caos?”). El poeta sabe que ahora está “a kilómetros de la felicidad” y que solo le resta “la promesa de las calles”.
Poema zen -auténtica meditación en pos de un despertar, de una iluminación que convoque al entendimiento- “Necesito ser mundo” significa la notable vuelta de un creador que, como sostenía Pablo Guevara, escribe desde el lugar elegido por Vallejo: el de la crueldad de la palabra. Donde toda paz aparente es una señal para proseguir la lucha inacabable.
AL DETALLE
Jorge Pimentel. Necesito ser mundo.
Lustra editores, 2020. s/p
Relación con el autor: cordial.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles.