"Poética del desborde", por Dante Trujillo
"Poética del desborde", por Dante Trujillo
Dante Trujillo

Copito de nieve. Así lo llamaba su abuela materna de tan pálido que era, tan frágil. Desde entonces la señora, que había sido anarquista, comunista, amante entusiasta de damas y caballeros (incluyendo algún cura), escritora, espiritista y dramaturga, tuvo una influencia palmaria en el pequeño Raúl Natalio. A ese niño flacucho, que además era tan inquieto como asmático, la madre le daba lápices de colores para que se quedara tranquilo. En casa contaban que desde los 2 años Copi no hacía más que dibujar pollos sin alas, personitas deformes, ratas, sapos y seres hermafroditas con quienes charlaba animadamente. Todo parece indicar que fue una infancia feliz que, de alguna manera, duró 48 años.

Por si alguien no lo sabía, pocos artistas fueron como él. Pocos humanos, en realidad, y no por lo prolífico o lo desopilante, sino por la forma tan intensa en que imbricó vida y obra, ética y estética. Porque sí, Copi fue historietista, dramaturgo, actor, performer, escritor; pero por encima de todo eso fue un corrosivo profeta de la provocación, un virtuoso del desborde. Y hoy, a treinta años de su muerte, su carcajada nicotínica resuena aun con más fuerza en las orejas de la burguesía y la corrección política.

—Años deformación—
Eso de que todas las familias dichosas se parecen estará bien para Tolstói, pero no para los Damonte Botana: su alegría no era como la de los demás, miembros de una estirpe de periodistas e intelectuales bastante politizados. Cuando Copi nació en Buenos Aires, en 1939, su padre, Raúl Damonte Taborda, era un feroz diputado antiperonista, y director del diario “Tribuna popular”. Su madre, la ‘China’ Botana, fue hija de Natalio Félix Botana, fundador de “Crítica”, y de la señora mencionada líneas arriba, la célebre Salvadora Medina Onrubia. En octubre de 1945, tras una serie de revueltas sociales que reclamaban la liberación de Perón, el clan tuvo que exiliarse en Uruguay. Luego partieron rumbo a París, para volver en 1955. Entonces Damonte Taborda creó el semanario “Resistencia popular”, y le propuso al menor de sus hijos que colaborara con él. Así nació la primera historieta de Copi: “Gastón, el perro oligarca”.

El resto de su primera juventud lo pasó dibujando para la revista “Tía Vicenta”, adentrándose en la subcultura porteña y en sus noches, entregándose a una frenética educación sentimental. También veía mucho teatro, y comenzó a escribirlo. Fue la abuela la que lo animó a estrenar su primera pieza, “Un ángel para la señora Lisca”, sobre las aventuras de un homosexual llegado de provincias. En 1962, antes de cumplir 22 años, se marchó a París. Solo volvería a Buenos Aires décadas después, y por poco tiempo.

“¡Qué catzo me importa ser argentino! ¿A quién le va a importar ser argentino?”, decía, con ese cinismo chirriante y tan suyo. A diferencia de otros expatriados, como Cortázar o Saer, a él claramente no.

—Las locas ilusiones—
Llegó a la capital francesa con la idea de estudiar teatro, pero, según contaba, durante el primer año “no hizo nada”, un diletante mantenido por los giros mensuales que le enviaba su padre. Fue cuando estos se acabaron que tuvo que buscarse la vida, y se puso a hacer lo que mejor sabía, esto es, dibujar viñetas que vendía por unos francos en los cafés. Así, casi sin querer, llegó a “Le Novel Observateur” con una de las tiras más delirantes que se recuerden: “La mujer sentada”. Pronto ganó popularidad con estos diálogos cargados de humor absurdo y existencialista en los que la señora del título interactuaba con algunos seres que poblaron el bestiario de su niñez.

Mientras esto sucedía, Copi se unió a Jorge Lavelli, Jodorowsky y Roland Topor en el grupo teatral Pánico, promotor de una dramaturgia azarosa y freak, en la que la risa y el terror convergían en alegres estropicios performáticos que bebían de Ionesco y Genet. Copi solo debía rizar el rizo, y comenzó a escribir y actuar en piezas en las que se asentaron las recurrencias de su poética: épater les bourgeois, detectar las grietas del buenismo social y cultural para socavarlo, despreciar el binomio de géneros, las clases, lo dado por sentado; horrorizar a los moralistas incorporando siempre travestis, criminales, cadáveres y el humor más negro posible mientras quebraba la cuarta pared. Poco a poco fue ganándose un nombre dentro del circuito teatral alternativo, hasta que le llegó la hora de ajustar cuentas con el pasado político familiar.

"Poética del desborde", por Dante Trujillo
"Poética del desborde", por Dante Trujillo

En marzo de 1970, cinco años antes de que Andrew Lloyd Weber y Tim Rice se interesaran en el asunto, Copi se metió con el máximo ícono del peronismo. “Eva Perón” es una pieza de un acto –en sus obras todo es trepidante, no hay tiempo que perder– en la que la “jefa espiritual de la nación” se mostraría en su estado más real y salvaje, déspota, corrupta, irrespetuosa hasta con el mal que no le corroe el cuerpo, sino el alma: por ello Copi escoge un travesti (que sale de travesti) para interpretar el papel. Porque un hombre no tiene útero, y menos cáncer de útero. Quien muere, por tanto, es la asistenta. Evita se fuga.

La noche del estreno un grupo de enmascarados irrumpió en el teatro, golpeando al público y haciendo estallar una bomba. Como es de suponer, el éxito quedó garantizado, lo mismo que la estricta prohibición del retorno del dramaturgo a su país hasta la vuelta a la democracia, a fines de 1983.

—Otras voces, otros ámbitos—
Luego de ello Copi, además de entregarse al escándalo y a las relaciones pasajeras en moteles y baños públicos, escribió, dirigió o actuó en una docena de obras más; creó una ópera gauchesca y gay (“Cachafaz”); y dibujó infinitas historietas, pero comenzó también una nueva veta expresiva, la que finalmente lo hizo más popular entre los hispanoamericanos: se hizo narrador. En 1973 publicó “El uruguayo”, su primera novela. Aunque estas y sus cuentarios los escribió en francés –salvo “La vida es un tango”–, todos sus libros fueron traducidos al español por Anagrama: “La Internacional Argentina”, “Río de la Plata”, “El baile de las locas”, “Las viejas travestis” o “Virginia Woolf ataca de nuevo” están ahí, al alcance de cualquiera que sea capaz de dejar de lado los reparos del refinamiento y la corrección para entregarse a placer a sus delirios exaltados.

Tinta
Tinta

Sus libros se reeditan y traducen, sus obras se reponen, su propuesta transgresora está más viva que nunca. Una nueva versión de “Eva Perón” estuvo hasta setiembre en el teatro Cervantes de Buenos Aires, antes de empezar una gira por Madrid, París, Bruselas y Londres.
El 11 de diciembre de 1987 recibió el Premio de la Ville al Mejor Autor Dramático, pero no pudo ir a recibirlo porque estaba hospitalizado. “Soy tan de vanguardia que fui el primero que agarró el sida”, decía entre risas. Su madre, sus hermanos y un grupo de amigos lo acompañaban tres días después, la madrugada en que murió, entre copas y viejas historias. Una leyenda cuenta que fue inmediatamente cremado, y que los amigos se fumaron un poco de sus cenizas confundiéndolas con hachís. Lo que sí es verdad es que su madre tiró el resto en la playa de Dieppe, donde jugaba de chico. No quería tumbas ni misas ni menos lutos. Copito de nieve se burlaba también de la muerte.

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