El escritor peruano Mario Vargas Llosa en su departamento en Manhattan en una foto tomada en octubre del 2010. Fue en esta locación en la que recibió la noticia del premio Nobel en 2010.  (Foto: Richard Hirano/El Comercio)
El escritor peruano Mario Vargas Llosa en su departamento en Manhattan en una foto tomada en octubre del 2010. Fue en esta locación en la que recibió la noticia del premio Nobel en 2010. (Foto: Richard Hirano/El Comercio)
/ RICHARD HIRANO
Carlo Trivelli

El 7 de octubre de 2010 el Perú y el mundo se despertó con la noticia que el escritor peruano había sido galardonado con el . A una década del evento, lo revivimos republicando esta entrevista exclusiva que le hizo El Comercio al autor, publicada el 31 de octubre. En ella el literato habla no solo de su perspectiva sobre el premio - y las reacciones en su patria- , sino también de la importancia de que un escritor latinoamericano participe políticamente.

Entre la política y la ficción

Nueva York. Le espera un programa sumamente apretado en Estocolmo, en la semana previa a la ceremonia de entrega del Nobel el próximo 10 de diciembre. Él lo sabe y lo acepta con la esperanza de que, después de eso, pueda volver a instalarse en su amada rutina de escritor.

Del representante de la Academia Sueca ha recibido una carta que él ha descrito como “muy cariñosa”. “Me dice que hace ya mucho tiempo que yo figuraba entre los candidatos. Una frase general, pero afirmando que no ha sido algo súbito, que ya de alguna manera había sido considerado en el pasado”, justo lo contrario a la sensación que ha tenido el mundo, y el propio Vargas Llosa, que sigue hablando de la sorpresa que significó el que le otorgaran el premio.

Sobre las razones para merecer el Nobel, dice estar de acuerdo con la única declaración de motivos que conoce: “La única razón que he visto es esa frase: ‘la cartografía del poder, la defensa del individuo…’. Pues, bueno, supongo que es cierto eso; en mis libros hay eso también. Yo creo que es una buena síntesis”, dice.

Pero algo parece quedarse en el aire. Intentamos que nos explicara qué piensa más allá de eso, pero con su seriedad y transparencia características dice que para él es un misterio. “Es una especie de secreto tan bien guardado…”, dice, y añade: “y estoy seguro de que tampoco voy a averiguar nada en Estocolmo”.

Pero detrás de ese discurso, en la seguridad de este líder de opinión que ha sido calificado por tantos en estos días como una de las conciencias de nuestro tiempo, uno adivina que es cierta modestia la que le impide plantearse que han sido las apuestas correctas y el compromiso con una manera de entender la literatura (también) como ejercicio cívico lo que ha motivado este merecido Nobel. Es algo que sale a la luz entre líneas, pero que definitivamente está ahí, para quien lea con atención. Es algo que con seguridad se aclarará en el discurso que dé Vargas Llosa en Estocolmo en diciembre, uno que, hasta ahora, no ha tenido tiempo de preparar.

-Y ahora que ya tiene un poco más de perspectiva, ¿cómo ve el haber recibido el Nobel?

Bueno, ha sido una gran sorpresa. Es una cosa que se suele decir de una manera convencional, pero te aseguro que en mi caso no es nada convencional.

-Y más allá de la sorpresa…

Hombre, pues, muy grato. Es un reconocimiento importante y además una gran promoción para los libros. Ha sido muy conmovedor. Sobre todo la cosa en el Perú me ha tocado mucho porque –como me decía Nélida Piñón– al final lo que ocurre en tu tierra es lo que te afecta más, o para bien o para mal (ver recuadro “Nacionalismo”). Pero incluso sabiendo eso, a mí me ha sorprendido la repercusión mediática que ha habido.

-Pero la repercusión también tiene que ver con la figura pública y política que es usted. Con el hecho de que es un Nobel a un escritor de habla hispana, que, además, ha tenido mucho éxito y que hace tiempo que se esperaba que lo ganara.

Bueno, no se daba a un hispanohablante desde el premio a Octavio Paz en 1990… Y como yo he estado metido en política, aunque de eso ya hace muchos años, eso sale inmediatamente a flote.

No sé, la verdad, no me atrevo a darte una opinión sobre eso.

- Me refería a que es usted un escritor con ideas políticas muy claras.

Bueno, yo opino que eso forma parte del trabajo de un escritor. Yo no creo que un escritor pueda exonerarse de algo que es responsabilidad de todos los ciudadanos. Si quieres que en tu país haya democracia, lo menos que se te puede pedir es que participes, que no te vuelvas de espalda frente a lo que está pasando, que opines. En las democracias no, como hay unos canales por donde se expresan las críticas, donde hay una oposición que es respetada, muchos escritores se desinteresan de la política, y eso no les impide hacer buena literatura. Pero yo te diría que en un continente como el latinoamericano, es hasta una inmoralidad que un escritor diga: “Yo no; a mí la política no me interesa nada”.

Yo creo que si tú no participas, no tienes derecho a protestar. En todo caso, es lo que practico haciendo periodismo.

-En sus novelas eso también está presente…

Es que tampoco me gusta la idea del escritor completamente separado de lo que pasa en la calle.

Pero ese es un tema muy controvertido y, además, soy muy consciente de que es peligrosísimo acercar mucho la literatura a la política, porque la literatura se puede convertir en propaganda, en un instrumento para difundir ideas políticas, y eso mata la literatura. Esta debe tener una perspectiva más larga, más ancha que la de la actualidad.

-¿Y dónde marcar la línea divisoria?

No hay línea divisoria; es muy fluida. Hay novelas políticas extraordinarias a las que no se les puede acusar de no ser literarias. Yo recuerdo una de las novelas políticas más impresionantes que he leído: “La marcha Radetzky”, de Joseph Brodsky, un escritor austriaco. Es una novela extraordinaria sobre el fin del Imperio Austro-Húngaro. Él escribió muy claramente pensando en una actualidad y, sin embargo, la novela trasciende esa actualidad y vale para cualquier país. Es un caso interesantísimo. No hay muchos, pero hay algunos: yo admiro muchísimo “La condición humana”, de Malraux, una novela clarísimamente política.

-Bueno, y sus novelas…

Y mis novelas también, claro. Pero yo creo que –digamos– en las novelas más políticas que he escrito, he hecho todo lo posible para que no tengan que ser cotejadas con la realidad histórica para ser entendidas con libertad. Siempre he procurado eso. Yo creo que la novela tiene que tratar de abarcar algo más permanente que la actualidad política.

-Entonces, ¿para salvar la novela de la política hay que darle esa perspectiva totalizante que usted busca?

Exactamente. Tiene que estar la política enlazada con otros tipos de actividades, con la vida social y la del individuo, de las que la política es una parte, a veces importante, pero nunca del todo. Hombre, yo lo que he querido hacer en muchas de mis novelas, como en “Conversación en La Catedral”, ha sido más bien mostrar cómo la política, cierto tipo de política, como la de un régimen dictatorial, se infiltra en las vidas de las personas y las invade, las deteriora, las corrompe y puede llegar a destruirlas completamente.

Y yo creo que es la tragedia de América Latina. Las dictaduras son las que han convertido a América Latina en un continente muy atrasado, que ha estado perdiendo oportunidades con respecto al resto del mundo.

- Esa sensación acerca de América Latina respecto al Perú ha cambiado mucho en los últimos años. ¿Cómo ve al Perú ahora?

Pues con cierto optimismo. Yo creo que el Perú está viviendo una muy buena época, lo cual no quiere decir que no haya problemas. Pero fíjate: ya llevamos 10 años de gobiernos democráticos, de una institucionalidad democrática que está funcionando, de un desarrollo económico muy elevado. Y todo indica que debería mantenerse y crecer, si no cometemos la insensatez de salirnos de ese cuadro: democracia política, economía de mercado, apertura al mundo; eso nos ha traído muy buenos resultados.

-En función de eso, ¿cómo ve las próximas elecciones?

Yo las veo con optimismo. Creo que hay unos consensos en el Perú que no van a permitir que haya una marcha atrás. Tengo la impresión de que eso es lo que está ocurriendo y, por eso, creo que hay que ser optimistas. Sin caer en ninguna forma de complacencia, porque ya hemos visto la historia y las sorpresas que podemos llevarnos. La complacencia es muy peligrosa, siempre; creer que ya llegamos y nos dormimos (sonríe). No hemos llegado, falta mucho.

LA GRAN DIFERENCIA ENTRE PATRIOTISMO Y NACIONALISMO

Luego de los intentos de cierto gobierno por desarraigarlo del Perú y de los infaltables comentarios malintencionados acerca de su vocación universal y su crítica a los nacionalismos, mucho se sorprendieron cuando Mario Vargas Llosa afirmó “Yo soy el Perú”, en la recordada conferencia de prensa en el instituto Cervantes de Manhattan. Aquí, una prístina aclaración del Nobel.

“No hay que confundir el nacionalismo con el patriotismo. La gran diferencia entre patriotismo y nacionalismo Este es un sentimiento generoso, no es un sentimiento contra nadie, mientras que el nacionalismo es un sentimiento hostil contra el otro, que convierte en un valor una circunstancia –digamos– accidental, que es el lugar de nacimiento.

Eso es un disparate, porque las gentes deben valer por lo que hacen y no por dónde nacen, ni por la raza que tienen, y el nacionalismo es una forma disimulada de racismo. Nada ha hecho correr tanta sangre en la historia como el nacionalismo: las guerras mundiales, las carnicerías del Medio Oriente. Ahora, que uno ame al país donde nació, donde creció, el país de sus ancestros, que uno tenga un cariño especial por los paisajes, por una cierta manera de hablar, un tipo de sensibilidad, eso es un sentimiento generoso y desde luego no solamente lo defiendo, sino que también lo vivo, lo siento. Creo que es una distinción que hay que hacer si queremos librarnos de esos estragos que ha causado el nacionalismo”

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