Enrique Planas

La literatura brasileña y mundial están de duelo este 15 de abril con el fallecimiento del escritor de un ataque al corazón a los 94 años. Recordamos a esta ilustre y subversiva pluma con el artículo escrito por Enrique Planas en agosto de 2009, cuando Fonseca visitó Lima para ser distinguido con una medalla de doctor honoris causa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Tras la pista de Fonseca

Sus sobrecogedoras novelas policiales llevan al lector al centro de la violencia cotidiana. El escritor brasileño estuvo en Lima para recibir el grado honoris causa de la Universidad de San Marcos.

Esta no es una entrevista. Es una persecución. Por la mañana del jueves, cuando la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo distinguió con la medalla de doctor honoris causa. O por la tarde, a lo largo de diferentes platos en un sofisticado restaurante de la ciudad, o por la noche, rodeado de decenas de lectores que lo acosan con preguntas y libros para firmar. A sus 84 años, el escritor brasileño Rubem Fonseca se mueve con una vitalidad deslumbrante. Delgado, felino. Es un anciano que renunció a jubilarse del sexo y de la juventud.

Se lo pregunto directamente: ¿Hace cuánto tiempo no da una entrevista? El escritor se toma su tiempo en responder: “Una vez di una... Hace treinta años”.

Después de dos años y medio de gestiones, la editorial Norma y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lograron traerlo a Lima. Hacía muchos años había recorrido el Centro Histórico, aunque no puede calcular cuándo. Solo recuerda a un impaciente Mario Vargas Llosa, quien entonces le servía de guía, que apuraba el paso y no le dejaba distraerse por nuestras calles.

El poeta Marco Martos, quien dio lectura al discurso de orden en la capilla de la Virgen de Loreto, una joya arquitectónica al interior de la casona de San Marcos, apuntó: “Fonseca trabajó como policía. Este hecho, que puede parecer nimio en la biografía de un escritor, se convirtió en algo central en su experiencia de vida, pues le permitió conocer a todo tipo de personas detrás del escritorio en el que resolvía cada conflicto. Más que un policía de la calle, Fonseca fue una especie de juez de paz, de jurista designado para resolver los casos más difíciles”.

Y continúa Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua: “Con su estilo seco, duro, áspero y directo, un cuento de Fonseca vale no solo por lo que nos dice, sino por lo que nos deja pensando”.

Secas y directas, pero también sencillas y sabias, fueron las palabras empleadas por Fonseca para departir, medalla en pecho, con el auditorio. Fonseca habla un portuñol que, a veces, no se entiende. Pero él repetirá sus palabras hasta ser comprendido. Dice: “Yo soy un peripatético: hablo mejor cuando estoy caminando”. En efecto, el escritor se levanta de la silla, evade el atrio de honor y camina mientras lee las tres páginas de su discurso.

Tras agradecer conmovido el honor universitario y animar a las autoridades del Brasil y del Perú para reforzar las relaciones culturales entre ambos países, apuntó al tema central de su disertación: “Cómo me convertí en escritor”.

El literato Rubem Fonseca recibió la medalla de doctor honoris causa por parte de la Universidad San Marcos en agosto de 2009. (Foto: Miguel Bellido / El Comercio)
El literato Rubem Fonseca recibió la medalla de doctor honoris causa por parte de la Universidad San Marcos en agosto de 2009. (Foto: Miguel Bellido / El Comercio)
/ Miguel Bellido / El Comercio

“El escritor comienza su carrera como lector. Todo lector escribe el libro que está leyendo. Después de leer muchos libros, decidí escribir uno yo mismo para que otros lo escribiesen como lectores”, señaló.

“¿Entonces –se preguntó– para que uno se convierta en escritor basta con gustar de leer?” Y continuó: “El filósofo inglés Bertrand Russell decía que las dos virtudes más importantes del ser humano son la inteligencia y la bondad. ¿Inteligencia y bondad son necesarias para ser un escritor? En mi larga existencia, conocí innumerables escritores famosos y de ellos, pocos eran inteligentes”, explicó.

“¿Y es necesario que sea bueno? El romano Horacio afirmaba que la literatura debía ser edificante, benévola, que su fin era perfeccionar espiritualmente al lector. Yo creo que es al contrario: los grandes escritores como Dante, Shakespeare, Dostoievski, para citar solo algunos, llenaron de horror y miedo la mente de sus lectores. Por tanto, si usted quiere ser escritor, no precisa ser inteligente ni bondadoso. Ser poeta, ser un escritor, significa, esencialmente saber ver. Ver significa percibir, entender aquello que ves”, aclaró.

“¿Pero basta saber leer y ver?”, seguía preguntándose Fonseca. “Precisas algunas cosas más: Motivación y paciencia. No la paciencia pensada como una resignación conformista sino como la capacidad de perseverar, de enfrentar las interminables dificultades que se encuentra al escribir. La paciencia de corregir, de cortar textos, de procurar “le mot juste” (la palabra exacta) que decía Flaubert”.

Sin embargo, para el escritor brasileño todo aquello no era suficiente para forjar a un escritor. “Necesitamos algo más: imaginación. Un mal escritor escribe sobre su vida, un buen escritor escribe sobre su vida inventada”, dijo. Finalmente, además detodo, Fonseca añadió lo más importante: “El escritor debe tener coraje. Coraje para decir lo que no puede ser dicho, lo prohibido,lo que nadie quiere oír”.

RAZONES PARA EL SILENCIO

A Fonseca no le hacen gracia los periodistas. “¿Para qué perder el tiempo con ellos? Siempre preguntan lo mismo”, dice. Además, afirma que no lee nunca lo que los periódicos publican de él. “Solo leo las páginas deportivas (recuerdo de sus días como jugador en las divisiones menores del club Flamengo). Y después las de política. Nada más”, me dice durante el almuerzo. Sin grabadoras, sin libretas de apuntes.

Su esposa murió hace doce años. Tiene tres hijos. Y mientras más viejo se hace, más le atraen las mujeres, confiesa. Responde de manera directa cuando le pregunto sobre sus escritores de cabecera: Maupassant, Kafka, Borges, o cómo aprendió a leer sin ayuda a los 4 años. Puedo captar palabras enteras sin tener que dedicarme a leer letras, lo que me hace leer muy rápido. Un promedio de cien páginas por hora”, dice.

Habla de su amiga, la escritora Clarice Lispector. Recuerda haber ido a verla al hospital poco antes de que muriera. “No me dejó entrar porque decía que se veía muy fea”, me dice.

Rubem Fonseca ya no bebe, tampoco fuma. Antes gozaba con los habanos y la cachaza. Pero ya no. Ahora come poco, aunque en el Perú se ha visto obligado a romper su régimen. “A esta edad comer hace daño”, dice mientras el mozo de Astrid y Gastón le explica la compleja carta. Al escritor le gusta oír sus atentas explicaciones. Cada plato le despierta curiosidad infantil.

Igual de curioso se muestra al pasear por Lima. Comentaba feliz el haber conocido el Convento de los Descalzos. “En lugares en que se habla español me siento como en casa”, dice. Curiosamente, hubo una época en la que pensó radicar en Estados Unidos y hacer carrera como guionista. “El inglés es el idioma más fácil”, dice. Fonseca varias veces ha escrito sus cuentos directamente en inglés y luego los ha traducido al portugués. Sin embargo, no se quedó a vivir en ese país porque su esposa le advirtió, terminantemente, que nunca tendría un hijo nacido en Estados Unidos. “Era antiimperialista”, dice. Y ríe.

Sus padres eran portugueses que viajaron al Brasil escapando de la pobreza. “Ahora ya en Portugal nadie migra, pero entonces había mucha pobreza. En Brasil mis padres hicieron fortuna, y yo trabajé mucho con ellos”, recuerda.

Fonseca cuenta que su primera novela la escribió a los 18 años, y cuando se la dio a leer a un editor, a este no le gustó el uso de algunos términos altisonantes (“Vete a tomar por culo”, por ejemplo). “La literatura debe ser edificante”, le decía paternalmente. Luego le pidió que regresara más tarde para devolverle el manuscrito. Lo curioso es que al volver, el joven Fonseca se encontró con un editor enrojecido de vergüenza. Había perdido su manuscrito. “No importa”, le dijo, entonces, lo reescribiré. “Pasó casi 20 años antes de que escribiera un nuevo libro, comenta.

FONSECA Y LA GENTE

Le cuento al escritor que este año Brasil fue el país invitado de honor de la feria del Libro de Lima. “Odio las ferias”, me advierte. “A las ferias van los escritores más imbéciles. Yo no soporto firmar”,dice para provocar. Sus acciones contradijeron sus palabras pocas horas después, durante el homenaje ofrecido en la Embajada de Brasil, en Miraflores. Lo que con otro personaje habría sido un aburrido cóctel literario, con Fonseca resultó un show de ideas: micrófono en mano, se levantó de la mesa y se desplazó a través del público repartiendo bromas y respuestas.

¿Qué personaje femenino le gusta más?, le preguntan. “Me enamoraría de todas”, responde. “¿Cuándo empezar a escribir?”, “Cuando conozco todo del personaje que va a protagonizar la historia. Cuando sé las mujeres que le gustan, cuando imagino cómo camina o cuánto pesa”.

Le preguntan cómo define el sexo. Fonseca pontifica desde la experiencia, la del escritor que nosha dado magistrales ejemplos de erotismo y que no se casó más de una vez. “El sexo es la comunión de lo físico con lo espiritual. Por eso no me gustan las putas. Creo que cada uno, hombre y mujer, tiene que poner de su parte”.

Y cuando un joven aprendiz le pide un consejo para convertirse en escritor, Fonseca será categórico: “El escritor debe ser esencialmente un subversivo. El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”. Así sea.

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