FERNANDO VIVAS (@Arkadin1)
Un juez-coach le dijo a un concursante: “Me he enamorado a primera vista”, y otro juez lo corrigió: “A primera voz”. Creo que fue Kalimba a ‘El Puma’ Rodríguez o Jerry Rivera a Kalimba, pero eso no importa, pues los 4 jueces-coaches, incluida Eva Ayllón, se esfuerzan por ser empáticos y simpáticos. En ese diálogo de jueces está la gracia de “La voz”: el programa se vende con sus reglas por delante de las emociones, como buen formato. Los jueces están de espaldas al amateur, y solo si quieren escogerlo, aprietan un botón que los hace girar 180°. De esa forma, se dramatiza el pase de la voz a la imagen, a diferencia de tantos concursos donde ves todo de sopetón. Me gusta esa peculiaridad del formato y más me gusta otra, la doble interacción entre jueces y ‘eneenes’: el juez escoge aficionados para armar su equipo, pero si más de un juez quiere al mismo aficionado, este es el que escoge.
Tras “Yo soy”, donde el remedo es el jale y no el estilo propio del pobre diablo cantor, un ‘reality’ musical tradicional a lo “Operación triunfo” o “American Idol” no tendría sentido. Por eso “Rojo, fama contra fama” rindió mal. Por eso “La voz” da un paso adelante y subraya el estrellato de los jueces. Ellos mandan y moldearán a los concursantes que, por supuesto, tienen que ser buenos y convocar, en sus pequeños triunfos o fracasos, las emociones sin las cuales no hay formato que valga.
Sobre el debut: el cásting tuvo buenas sorpresas (las gemelas potentes y Manu Carreras), pero faltó definición al papel del conductor Cristian Rivero, a la edición le faltó filo, faltó más información sobre los temas escogidos. Todo eso es fácilmente superable. Suerte.