LUIS PACORA

Emprender un viaje. Tomar la carretera. Observar el horizonte. Encender la radio. Viejas melodías desprendidas desde los parlantes de un Cadillac. O un Mustang. O cualquier auto de los 50. Tal vez sobre la Ruta 66. Desde Illinois hasta Los Ángeles. Atravesar el sur de Estados Unidos de este a oeste acompañado por una voz. Un violín. Algunos silbidos. Tal vez una guitarra eléctrica. La historia musical de los viejos campesinos sureños. Un hombre. O un pájaro. A miles de kilómetros de la tradición, nos invitaría a viajar con él.

Pero antes, un grupo de jóvenes limeños participaría al público su gusto por los sonidos acústicos: las guitarras, mandolinas, el acordeón. Estampas urbanas de la vida en la capital, sazonadas con ingredientes peruanos. No en vano el Hombre o el Pájaro los eligió para abrir su recital en Lima. Kanaku y el Tigre respondió a la altura, salvo por algunos errores vocales, e hizo que el salón de la discoteca Gótica sea testigo de los primeros signos de entusiasmo del público.

Pasada la medianoche, un Hombre o un Pájaro, hizo su aparición sobre el escenario. El aire caliente del lugar otorgaba la atmósfera precisa para recibir sus primeras invocaciones. Tan solo con un violín, Andrew Bird, el cantante de indie folk, el músico de Illinois, el artista de otro tiempo, ejecutó con devoción las intensas melodías de “Hole in the Ocean Floor” y “Why?”, dos sendos homenajes a la mejor tradición folclórica y blusera de su país. La magnífica voz del Hombre alternaba con los correctos silbidos del Pájaro. Entre el público parecía haber caído un encantamiento.

Para “Nervous Tic Motion”, Bird invitó a sus músicos y la celebración se hizo aún mayor. “Desperation Breads”, “Headsoak” o “Orpheo Looks Back” eran la evidencia del profundo respeto de este artista por la música de sus antepasados, de aquellos hombres de campo que cantaban, no con cierta nostalgia, a los dilemas de su vida cotidiana, al pasado oscurantista de la esclavitud o al futuro promisorio que se presentaba en forma de extensas plantaciones o infinitas carreteras. El Hombre, o el Pájaro, que prefirió grabar su último disco en el granero de su casa, continuó el viaje con los acordes de “Imitosis”, “Dark Matter” y “Give It Away”.

Abajo, decenas de jóvenes rostros se multiplicaban en el salón, que resultó pequeño para el nivel de convocatoria de esta sesión. Arriba, el Hombre y el Pájaro arropaban el silencio con sonidos que llegaban desde lejos y que con enorme talento, Bird adaptaba a nuestros tiempos. Teclado electrónico. Loops. Pedales de guitarra. Estrategias de indie rock. Todo aportaba en el conjunto de sonidos que este nuevo héroe del folk americano, de este “científico buscando alguna fórmula empírica aunque falle en hacerlo”, como el mismo declaró alguna vez.

“Tenuousness”, “Three white horses”, “Plasticities” y “Wait” fueron las siguientes paradas en la carretera y la confirmación de que Andrew Bird no es solo un magnífico cantante sino un artista del Renacimiento: aquel que es capaz de multiplicarse y proyectar su creatividad a través de diferentes lenguajes o instrumentos. El Hombre, o el Pájaro, en la voz, en la guitarra eléctrica, en el violín, en el xilofón, en el silbido. El músico que nunca escribe su partitura ni sus letras porque de ser así “no valdría la pena recordarlas”.

“Skin is, My” y “Tables and Chairs” anunciaban que pronto arribaríamos a nuestro destino. Tras la excelente ejecución de su banda, los muchachos de Chicago abandonaron el escenario. El público, que permanecía en el arrullo de Bird, despertó del hipnotismo y exigió con aplausos su regreso. La banda se manifestó y regresó a la tarima para despedirse con las bluseras “Fake Palindromes” y “Dont Be Scared”. El Hombre o el Pájaro, entregado plenamente a su música, agradeció el fervor del público y nos despidió en la estación, como quien intuye que alguna parte del camino nos volveremos a encontrar. Hasta entonces, señor Bird.