(Foto: USI)
Juan Carlos Fangacio

El chirriante sonido de la aguja arañando el vinilo era el preámbulo perfecto para que, desde la rockola de una cantina cualquiera, la agudísima e inconfundible voz de reactivara el melodrama etílico de algún despechado. Llora, llora, corazón. Y que sean dos más.

Rutina masoquista que se ha apagado un poco más desde ayer en la mañana con el fallecimiento de Lara, la dama de los valses tristes. Tenía 91 años y un repertorio de temas desgarradores e imborrables dentro del imaginario local.

Trujillana nacida en 1926 como Julia Rosa Capristán García, la cantante adquirió el seudónimo que la hizo famosa de parte de quien fuera, primero, su profesor de música, y luego el hombre de su vida, Víctor Lara. La leyenda dice que, además del apellido, él la impulsó a usar el nombre de su madre. Diminutivo quejumbroso que conectó rápidamente con el público.

Víctor Lara fue además el padre de sus tres hijos y el acordeón que acompañó sus primeras entonaciones. En buena parte, por ello, artífice de la mitad del fenómeno que consiguieron cuando aún se presentaban a sí mismos como Los Hermanos Lara.

No tardó ella, sin embargo, en adquirir notoriedad propia. Le sobraban decibeles en la garganta e intensidad en el corazón para cantarle a los sentimientos más oscuros y fúnebres de la dimensión humana. Ejemplos memorables son temas como "El árbol de mi casa" ("rencor no guarda mi sufrir/ tan solo pienso perdonar"), "Clavel marchito" ("hoy, sediento de placeres, por otros quereres olvidas mi amor") o "Cementerio" ("cementerio, cementerio, devuélveme a mi madre").

Pero es "Olvídala amigo" quizá la más emblemática de sus interpretaciones: desesperada imploración de una mujer que le recomienda a su compañero dejar atrás a aquella por la que sufre. Un llanto que roza lo patético y que las generaciones actuales calificarían como la más lastimera de las 'friendzones', pero que da en el clavo de nuestro regusto por la tragicomedia amorosa elemental.

TODAS LAS SANGRES
Hay un elemento más para tener en cuenta para explicar la trascendencia de Carmencita Lara: en tiempos en que todavía parecía latente e irreconciliable el cisma (demográfico y mental) entre andinos y criollos, ella fue una intérprete de valses que no tuvo miedo de incursionar en otros géneros como el huaino, la polca o la cumbia. Y paseó esa versatilidad en un recorrido constante y persistente por las provincias del Perú, primer y necesario paso para su posterior consolidación en el espectro radiofónico.

Lara triunfó junto a otros grandes representantes locales de la canción plañidera como Lucho Barrios o Pedrito Otiniano, y extendió su reinado incluso en el extranjero. En Ecuador, por ejemplo, le disputó el cariño del público a un ícono del pueblo como Segundo Rosero. "Él era un tipo poco celoso. Me hizo varios desplantes cuando nos presentamos en el mismo escenario", recordó la cantante alguna vez.

El tiempo, naturalmente, hizo estragos en su voz. Y en el 2015 un infarto cerebral la sumió aun más en el aislamiento en su casa ubicada en Comas, barrio de desborde popular y símbolo de lo que ella misma representó: la pujanza de los provincianos que lograron hacerse espacio en una Lima hostil. Es a ellos a quienes les prestó su voz dolorida. Viéndolo de esa forma, hasta el más exagerado de los sollozos está justificado.

EL DATO
Lara fue velada ayer en su hogar, en Comas. Desde hoy a las 9 a.m., su féretro estará en el Ministerio de Cultura (Av. Javier Prado Este 2465, San Borja).

REACCIONES
Alicia Maguiña - Cantante

"Deja algo muy importante: un estilo. Algo difícil de tener y mantener. Tenía una linda voz y modulaciones propias. No imitaba a nadie".

Eloy Jáuregui - Escritor
"Hoy nos ha dejado para siempre, pero perdurarán su sentimiento y sus canciones".

Eva Ayllón - Cantante
"Muy triste al enterarme de tu partida. Gracias por tu gran aporte a nuestra música. Mis condolencias a su familia y al Perú".

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