Los hermanos Raúl, Pedro y Javier Reyes, junto a Juancho Esquivel: la formación actual de Catervas. (Foto: Difusión)
Los hermanos Raúl, Pedro y Javier Reyes, junto a Juancho Esquivel: la formación actual de Catervas. (Foto: Difusión)
Czar Gutiérrez

Deben andar por los 40, pero parecen de 21 años. Exactamente los que lleva sobre el escenario el trío de imberbes sobrevivientes a la metralla subterránea de los ochenta, cuando los hermanos Reyes distraen las tareas del colegio y se sientan a mirar el programa de rock alternativo del canal 27. Escuchan las audiciones de una insólita Helen Ramos en Radio Miraflores, sintonizan a Emilio Muro en Doble Nueve. Entrañables días musicales que se enredan en kilómetros de cromo y visitas al Blockbuster.

Y cuando la cosa hace crisis, deciden encerrarse en el garage para grabar su primera maqueta, cuyo lanzamiento, allá por 1998, deviene en la primera gran diana de una generación distinguida: Electro-Z, Hipnoascensión, El Aire, Resplandor y Dolores Delirio. Entre esa maraña de electrónica oscura y residual, el sonido de termina siendo el eslabón jamás perdido en el tránsito generacional que va del descubrimiento del Aleph (Internet) a un universo inexplorado, ese que se abre más allá del efecto flanger.

RUIDO GALÁCTICO
"Catervas" (2001), "Semáforos" (2004), "Hoy más que ayer" (2008) y "Lo que brilla en tu paisaje" (2014) son, en efecto, algo más que cuatro álbumes rupturistas en el ya suficientemente accidentado devenir del rock vernacular: sobre océanos de ruido abierto, una guitarra dulce atempera todas las gravedades con nostalgia. Inteligentemente secuenciada, luminosa en su oscuridad y divertida entre lo experimental, cada canción es un fruto jugoso de afinación disonante, acople y feedback.

A cuatro años de su último CD, Catervas acaba de lanzar "Los cielos vuelan otra vez", quinta colección preponderantemente shoegaze que se abre con un verso: "En la angustia/ grito al viento/ que me lleve/ al silencio" ("Incierto"). Le siguen el 'noise' pop "Boomerang" y una metralla de tejidos etéreos con varias capas de 'reverb', oscuridad atmosférica y letras cubiertas de ecos rebotadores ("Desde París") antes del sofisticado crescendo en "Cristal", un poema esmaltado de reflejos destinado a convertirse en clásico instantáneo.

Sigue una crítica feroz a las redes sociales sobre teclados espaciales ("Enter asesino"), un mar de sintetizadores saturados en el sinfónico "Fugaz", la subyugante turbiedad progresiva de “El desorden perfecto”, el ambiental "Porcón", el retrofuturista "Sinfín" bañado de delay, un juego de lujosas variables shoegaze en "Premonición" ("como un vil galope frío/ que nos lanza hacia el abismo") antes de una glamorosa dosis de synthwave en "Soltar". El cierre tenebroso que anuncia "Vértigo en Saturno" se concreta en forma de angustiante marcha militar cubierta en oropeles: "Metrópolis", homenaje a un Fritz Lang que la bailaría temblando.

EFECTO DOPPLER
Desde el paleolítico debut de la banda en el Árabe Pub de San Martín de Porres (1996) –cuando eran una especie de ‘neo punks’ antes de ser 'alternativos' y luego 'indies'–, "Los cielos vuelan otra vez" encaja perfectamente en un mundo delimitado por fronteras cada vez más difusas entre el avant-garde y lo independiente, entre la alta y baja cultura. Y Catervas gobierna su parcela con la sobrecarga de energía que cosecha en sus directos. "A veces cuando se entra al estudio a pasar 'en limpio', muchos temas pierden la esencia de los ensayos. Pero este disco capta a la banda tanto en vivo como en demo", dice Pedro, guitarra y voz.

Es gracias a esa fórmula –golpes de bajo seco jugando en la complejidad de un colchón tachonado de efectos– que subieron a abrir brillantemente los recitales de The Jesus and Mary Chain, The Ocean Blue o Dorian. Es en esa inédita fraternidad –coincidencia musical y equilibrio artístico por consanguinidad– donde Catervas supera cierto tufillo 'arty' de los primeros tiempos y enciende una usina nuclear que no encuentra interruptor que apague su turbulencia. Felizmente.

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