Joaquín Sabina. (Foto: Agencias)
Joaquín Sabina. (Foto: Agencias)
Raúl Tola

«Queridos amigos, estas cosas solo me pasan en Madrid. Lo siento muchísimo». Arropado por Joan Manuel Serrat y sentado en una silla de ruedas, Joaquín Sabina empleó estas palabras para despedirse del público que atestaba las tribunas del WiZink Center. Hacía solo unos minutos que el cantautor español había sufrido un traspiés en pleno concierto, cayendo desde una altura de dos metros a la zona que media entre el escenario y las primeras filas de butacas. Los servicios de emergencia médica intervinieron de inmediato, inmovilizándolo y retirándolo sobre una camilla.

El accidente fue tan repentino y aparatoso que en los instantes que transcurrieron hubo mucha incertidumbre. Esta se disipó cuando la megafonía del recinto anunció que Sabina estaba siendo revisado pero se encontraba consciente y hablaba, y que, dependiendo de su estado, se evaluaría si el concierto continuaba o no. «Me he dado un golpe muy fuerte en el hombro que me duele mucho y hace que tengamos que suspender», explicaría luego el cantante, mientras recibía un cerrado aplauso del público. Durante su despedida, Sabina anunció que el concierto se repetiría el 22 de mayo y que las mismas entradas seguirían siendo válidas.

La noche era especialmente emotiva para un Sabina que justamente cumplía 71 años y que cerraba «No hay dos sin tres», la tercera gira a dúo con su querido y admirado Joan Manuel Serrat luego de «Dos pájaros de un tiro» (2007) y «Dos pájaros contraatacan» (2012). Como en aquellas ocasiones, el espectáculo había viajado por América Latina y España colgando el letrero de «Boleterías Agotadas» en todas sus paradas.

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PACTO ENTRE CABALLEROS

La noche anterior, las cerca de doce mil personas que habíamos abarrotado el WiZink Center habíamos asistido a un espectáculo memorable, en el que Sabina y Serrat habían repasado sus abultadas carreras. El concierto comenzó con un video de animación digital donde los cantantes, convertidos en un par de cuervos trotamundos y ladinos, intercambiaban dardos mientras viajaban en avioneta hacia el lugar del concierto, adonde llegaban gracias a un accidente.

La aparición de la banda fue recibida por una ovación de pie. Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat hicieron su entrada desde ambos extremos del escenario. Sabina iba tocado con su habitual bombín negro y Serrat caminaba sonriente y con paso campechano, mientras los juegos de luces lanzaban ráfagas de colores y tres pantallas panorámicas proyectaban planos cerrados del show.

El concierto se abrió con «Esta noche contigo» del disco de Sabina «Esta boca es mía» (1994) y duró casi tres horas. Durante ellas, ambos cantaron a dúo, en solitario e intercambiaron composiciones, alternándolas con largos diálogos en los que se rieron del paso de los años, de sus eternas noches de parranda, de los achaques de la edad, contaron bromas y anécdotas, y no dejaron de tomarse el pelo, como esos amigos que se encuentran en un bar para continuar la misma conversación de toda la vida.

Serrat recordó el día en que, mientras preparaba el primer disco donde le puso música a la poesía de Miguel Hernández, el argentino Alberto Cortez le cedió el arreglo que acababa de componer para «Nanas de la cebolla». Poco antes había interpretado una versión muy personal de «Una canción para la Magdalena», de Joaquín Sabina y Pablo Milanés.

Sabina le devolvió la cortesía recordando aquellos años en los que malvivía de tocar en los bares más ruinosos de Londres, cuando todavía era un ilustre desconocido. «Entonces yo cantaba las canciones de Serrat», confesó, pasando a entonar «Paraules d’amor», un monumento que su camarada escribió en catalán cuando solo tenía 22 años.

Se sucedieron clásicos de Sabina como «Aves de paso», «A la sombra de un león», «Yo me bajo en Atocha» o «Peces de ciudad» e himnos de Serrat como «Mediterráneo», «Lucía» u «Hoy puede ser un gran día». Los momentos de mayor intensidad llegaron cuando Joaquín Sabina cantó la rumba flamenca «19 días y 500 noches» y la célebre «Princesa», dejando el aire cargado de una electricidad que Serrat recogió con «Tu nombre me sabe a yerba» y «Cantares». La puesta en escena más celebrada fue la de «La del pirata cojo», con ambos cantantes vestidos de filibusteros (incluyendo un loro falso sobre el hombro de Serrat).

La primera tanda se cerró con un medley de «Noches de boda» e «Y nos dieron las diez», que dejó al auditorio de pie y pidiendo más canciones. Sabina y Serrat no tardaron en volver al escenario para un encore que comenzó con «Contigo» y cerró el concierto con la movediza y divertida «Pastillas para no soñar». Desde las tribunas, parte del público comenzó a corear «Las mañanitas» por el inminente cumpleaños de Sabina.

NEGRA NOCHE

No es la primera vez que Joaquín Sabina debe interrumpir un concierto en el WiZink Center. En 2014, luego de contar que había sufrido un ataque de pánico tras bastidores, se excusó con su público y cortó el concierto cuando entraba en su recta final. Madrid es un escenario difícil para Sabina porque vive en esta ciudad, donde se encuentra la mayoría de sus amigos, lo que le supone una responsabilidad especial.

A resultas de un proceso viral, durante uno de los concierto de «Lo niego todo» de 2018 perdió completamente la voz, viéndose obligado a cancelar ésa y las cuatro presentaciones que le restaban a la gira. La salud del cantautor nacido en la localidad andaluza de Úbeda (Jaén) ha sido noticia en más de una oportunidad, sobre todo en 2001, cuando sufrió un infarto cerebral que puso su vida en peligro. Aunque no le dejó secuelas físicas, el episodio le ocasionó una profunda depresión de la que tardaría años en salir.

Todos estos incidentes han ayudado a levantar la leyenda de la indestructible mala salud de hierro de Joaquín Sabina, capaz de reponerse una y otra vez de las peores dolencias y enfermedades, y de emerger de ellas entre aplausos de sus fieles seguidores, con la carcajada a punto, la voluntad intacta y un nuevo puñado de canciones rasposas bajo el brazo. Like a Rolling Stone.


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