“En el Perú solo hay dos bandoneonistas, uno soy yo”
Renzo Giner Vásquez

Nací hace 76 años en Mendoza, Argentina, pero desde los 10 vivo en Lima. Toco el bandoneón desde los 12 años y mi primera presentación fue a los 17. A los 22 años me presentaba en radio Victoria; allí conocí a mi esposa. Tenemos tres hijos: Gisela, Yazmín y Aníbal. Además del bandoneón, sé tocar el acordeón y un poco de piano. Fui maestro de acordeón durante muchos años, pero en el gobierno militar de Velasco tuve que alejarme de la música y monté un negocio de repuestos para automóviles. Soy un hombre muy perseverante cuando quiero algo, aunque a veces busco tener todo bajo control.

Héctor López dice que solo él y Julio Llenta tocan el bandoneón en el Perú, un complejo instrumento que nació inspirado en el órgano y ahora se acopla a cualquier tipo de música. En Argentina lo vincularon al tango y acá López lo usa incluso para la música criolla.

Hace 15 años López desempolvó el bandoneón que se vio obligado a guardar durante el gobierno de Velasco. “En esa época consideraban a los instrumentos como artículos de lujo”, recuerda en medio de su sala.

—¿Cómo fue su primer contacto con el bandoneón?
Antes de venir a Lima nunca había visto un bandoneón. Un día mi papá apareció en la casa con uno. Lo había comprado en un lugar que se llamaba Tacora, donde vendían cosas usadas. Él, desde muchacho, había querido aprender a tocar el bandoneón, pero no había tenido la oportunidad, entonces ni bien lo vio, lo compró. Luego de tener el instrumento debía buscar a alguien que me enseñara a tocarlo. 

—¿Quién fue ese maestro?
En esa época estaba un gran músico, el maestro Domingo Rulo. Él tenía una academia de acordeón en Lima; era una época en la que el acordeón estaba muy de moda por acá. Había varias casas que vendían ese instrumento y la academia de Rulo tenía más de 100 alumnos, incluida Martha Mifflin, actual directora de radio Filarmonía.

—¿Es un instrumento fácil de aprender a tocar?
No, es muy difícil. Recuerdo que la primera vez que fui a la academia de Rulo, me dijo: “¿Estás seguro de querer aprender a tocar bandoneón?”. Yo no estaba seguro pero quería aprender a tocar algo y ya tenía ese instrumento en casa [risas].

—El bandoneón y el acordeón lucen muy similares, ¿pero cuál es la principal diferencia entre ambos?
El bandoneón tiene botones a ambos lados, debido a que el alemán que lo inventó lo hizo con la intención de tener un instrumento que se pareciera a un órgano, porque en la capilla de su pueblo no tenían uno. El bandoneón tiene los sonidos graves y agudos muy cerca, además una misma tecla suena diferente al abrir y cerrar el arco. Acá las notas no tienen ningún orden.

—¿Cómo llegó el instrumento a América?
En la época de la inmigración europea a la Argentina, a finales del siglo XIX, alguien trajo un bandoneón y coincidió con el tango que se estaba formando. Antes de la llegada del bandoneón, usaban guitarras, violines o flautas.

—¿El bandoneón que tiene ahora es el mismo que su padre compró hace años en Tacora?
No, el que él compró era un poco más pequeño. Ese me sirvió para aprender por un par de años. Pero este tiene una historia muy bonita.

—¿Cuál es esa historia?
Este bandoneón era de un señor  llamado Rumichi, que tocaba en Lima. Mi papá quería comprárselo, pero el señor no quería venderlo. Un día llegaron bandoneones hechos en Argentina por la Casa Mariani. Pese a que eran nuevos, no le gustaban a mi papá. Así que le ofreció un trato al señor Rumichi. Por esa época, los bandoneones costaban entre 1.200 y 1.500 soles. Mi papá le dijo que fuera a verlos a la tienda, que él pagaría 2.000 soles por el suyo. Obviamente le gustaron los nuevos, así que hicieron el cambio y hasta ahora lo tengo. 

—¿A cuántos lugares lo ha acompañado?
Me ha acompañado durante toda mi vida. Con él he viajado a Ecuador, a Colombia, a muchos lugares.

—Y ha podido compartir escenario con grandes artistas también…
Como Raúl del Mar. Yo tenía 18 años y trabajamos por cuatro años en radio Victoria; fue una muy bonita época. Allí, entre otras cosas, conocí a mi esposa. También tocamos en radio América y durante los primeros años de la televisión. Hace poco me presenté con Bartola en TV Perú. Ahora trabajo con Víctor Marchand, un pianista que ha viajado por medio mundo junto a Eva Ayllón.

—¿Tiene alguna experiencia que recuerde en especial?
Hay una muy graciosa, pero no fue con el bandoneón sino con el acordeón. Pablo de Madalengoitia tenía un programa concurso en el que dejaban muchos retos. Un día me llamaron. Debía llevar 100 acordeonistas. Había un músico, que también era profesor, que tenía un problema al hablar: era gago. Durante el programa Pablo se dirigió a este músico para preguntarle cosas, fue muy gracioso para todos escucharlo responder [risas].

—¿Cuántos bandoneonistas hay en el Perú?
Sólo dos: Julio Llenta y yo.

—¿Por qué solo quedan dos?
Los músicos que lo tocaban han fallecido. Ahora es mucho más difícil conseguir estos instrumentos, sobre todo los de los años 30. Los bandoneones modernos no logran igualar el sonido de los de esa época. Además, los jóvenes ya no tienen tanto interés por este instrumento, me gustaría que me buscaran para enseñarles. Lo haría con mucho gusto.

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