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Bienal de Venecia
Jaime Bedoya

El disfuerzo en el mundo del arte es proporcional al narcisismo de sus protagonistas. Léase, colosal.

Colosal es la muestra con que el ex niño terrible del arte inglés Damien Hirst, hoy endomorfo cincuentón, reaparece al cabo de trece años en Venecia compitiendo en notoriedad con la Bienal más importante del mundo. Es lo menos que podía hacer quien presentó como obra de arte un tiburón preservado en formol dentro de un contenedor de vidrio. La pieza se llamaba “Sobre la imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo” (1991) y se vendió en 9,5 millones de euros. El tiburón acabó pudriéndose y tuvo que ser reemplazado por otro igual.

Ya en 1997 Mario Vargas Llosa escribió un texto referencial sobre la camada de iconoclastas artistas ingleses –entre ellos Hirst– que aparecieron en la muestra “Sensation”, apadrinados por el publicista Charles Saatchi. “Caca de elefante”, fue el decidor título de ese escrito en el que el futuro Nobel renegaba del tremendismo ávido de escándalo que reunía la muestra: la Virgen María rodeada de pornografía, niños andróginos con cara de falo y excremento de elefante petrificado. Vargas Llosa contaba además que acababa de visitar la Bienal de Venecia por cuarta vez, la cual sería su última. No había ahí visto una sola pieza a la que le hubiera abierto la puerta de su casa así se lo suplicaran de rodillas. Se explicó: “En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces que antes detentaban solo ciertos críticos”. El tiburón de Hirst estaba dentro de la muestra “Sensation”. Vargas Llosa no escribió nada acerca de él entonces.

UN NAUFRAGIO IMPOSIBLE
El actual trabajo presentado por Hirst supone diez años de concepción y de esclavitud laboral ajena, teniendo en cuenta que uno de sus lemas es: “Yo contrato gente para que trabaje por mí”. Es la primera vez que dos de los espacios emblemáticos de la ciudad –el Palazzo Grassi y la Punta de Dogana–, ambos bajo el manejo de la familia Pinault, son dedicados al mismo artista: 5.000 m2 para 189 trabajos, todos rabiosamente a la venta.

Hirst ha inventado un naufragio sucedido tras la mitad del siglo I y el inicio del siglo II d.C., y un rescate del mismo más de dos mil años después, 2008, para exponerlo bajo una visión seudocientífica y antihistórica que se llama “Tesoros del naufragio de lo increíble”. Lo mejor es que la gente se lo cree. Aunque no toda con igual entusiasmo. El crítico de “Artnews”, Andrew Russeth, la ha llamado “una de las peores exhibiciones de arte contemporáneo presentadas en la década pasada”. Hay larguísima cola y tiempo de espera para entrar.

EL TESORO INCREÍBLE
La fábula de la muestra es la siguiente: en el año 2008 una expedición hecha por el Centro de Arqueología Marítima de la Universidad de Southhampton descubrió frente a costas de África el naufragio del Apistos, nombre griego que quiere decir Increíble.

El navío, de aproximadamente 60 metros de longitud, era propiedad de Aulus Calidius Amotan, esclavo liberto conocido como Cif Amotan II, que transportaba su colección personal hacia un templo solar en construcción. Primera pista: Cif Amotan II es un anagrama para I am fiction.

El Palazzo Grassi, que es lugar por donde debería comenzar la visita, recibe al visitante con una reproducción museográfica de cinco pisos de alto basada en “El fantasma de una pulga”, de William Blake. También se le reconoce como Pazuzu, demonio del viento asirio que en “El exorcista” lograra que Linda Blair inaugurase la visión 360. La escultura real, casi a escala humana, supuestamente fue hallada en el naufragio. La obra en Venecia es una versión hecha en resina. La original en bronce no había forma de armarla ahí. Está a la venta por US$14 millones.

Grassi acoge dos minisalas de cine donde se presentan videos de lo que fue el rescate submarino. La verosimilitud de la creación es notable. La ácida crítica de “Artnews” sobre Hirst afirma que lo mejor de esta exposición son las imágenes submarinas.

En el tesoro se van colando referentes históricos imposibles que habrían de evidenciar la simulación de todo este ejercicio. Es el caso del busto de un Faraón desconocido, que tiene el rostro del cantante Pharrell Williams, u otro de Ishtar, que es en realidad la rapera punk Yolandi Vi$$er. O más obvio aún, un Mickey Mouse cubierto de corales que habría estado bajo el mar durante dos milenios.

Pero no todos sus referentes son inocuas referencias pop.
El artista plástico nigeriano Victor Ehikhamenor, que estaba montando su propia muestra en la Bienal, pasó un día por el Palazzo Grassi. Frente a uno de los bustos reconoció la figura de una pieza histórica del acervo de su país, la cabeza de Ife, fechada en el siglo IV y desenterrada en 1938 en Nigeria. Denunció una apropiación sin atribución, polémica solucionada a medias con un crédito en letras minúsculas: fuente de inspiración, colección del Museo Británico, Londres.

LA ADUANA DEL ARTE 
La antigua oficina de aduana veneciana, concesionada a Pinault desde 2007, alberga las piezas de Hirst correspondientes al naufragio.
Entiéndase por esto esculturas gigantescas entre la sátira y la grandilocuencia, cubiertas de falso coral y anémonas de fantasía. Parte del tesoro es el oso Baloo de “El libro de la selva”, pero están los Transformers, Hydra, Joseph Merrick el Hombre Elefante, la Medusa, otro Mickey Mouse acompañado por una estatua del propio Hirst, y una instalación de torsos que habrían estado (via photoshop) en la primera exhibición en Londres, 1936. En sus espaldas se lee Mattel/Made in China. Son Barbies.
Si Donald Trump es presidente de Estados Unidos y Alan García es un ciudadano honesto, esto es una muestra de arte. El agua que rodea Venecia y el rumor de un naufragio que asola al final del día, sostienen la experiencia de contemplar un engaño disforzado y escandalosamente derrochador. Hirst ha gastado en esta exposición una inversión personal estimada en 50 millones de libras esterlinas, según propia confesión a la BBC. Más de tres veces y media la cantidad con lo que Odebrecht presuntamente coimeó a un presidente peruano, obra de arte de otro tipo.

Las piezas se presentan por triplicado: unas corresponden a las piezas reales, invadidas de corales. Otras son el tesoro restaurado. Las terceras son reproducciones museográficas hechas a diversas escalas.

La siguiente entrega, a cargo de Dante Trujillo, será el sábado 27 de mayo.

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