Juan Carlos Fisher y Los Productores se encargaron de la espectacular “Pantaleón y las visitadoras” en el Teatro Pirandello. (Foto: MÓNICA PALOMO)
Juan Carlos Fisher y Los Productores se encargaron de la espectacular “Pantaleón y las visitadoras” en el Teatro Pirandello. (Foto: MÓNICA PALOMO)

En una de las escenas de “+51 Aviación, San Borja”, el dramaturgo peruano-japonés Yudai Kamisato recordaba una interrogante que, aunque vieja, sigue sacando canas a quienes reflexionan y discuten sobre ella. ¿El arte debe dedicarse a entretener, mirar hacia adentro y jugar con sus formas, o es más valioso aquel que se compromete con su momento histórico y revela las taras de la sociedad? Como si se tratara de una cuestión maniquea, sobre el escenario de la Alianza Francesa se vio a un joven actor enfrentándose a un consagrado director, tratando de quitarse las cadenas que encasillaban su creatividad y la ponían al servicio de intereses muy particulares. La pregunta quedó en el aire: ¿acaso no es posible combinar ambas formas de entender las tablas?

Patricio Villavicencio y Andrea Luna fueron la pareja protagonista de “La Celestina”. Detrás, Mayra Najar. (Foto: HUGO PÉREZ)
Patricio Villavicencio y Andrea Luna fueron la pareja protagonista de “La Celestina”. Detrás, Mayra Najar. (Foto: HUGO PÉREZ)
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En nuestra cartelera, durante el año que está por concluir, hubo propuestas que, en efecto, supieron manejar los lenguajes sin descuidar el trasfondo y conservando siempre la atención de la audiencia. Y lo hicieron utilizando diferentes códigos y referentes. “El apellido comienza conmigo” tomó la ilusión de un país que avanza y la combinó con el sentimiento de orfandad y desamparo frente a la delincuencia y los usurpadores de terrenos. Chaska Mori, de la mano del colectivo mexicano Lagartijas Tiradas al Sol, dio forma a una obra documental en la que desnudó su pasado sobre el escenario de la Universidad del Pacífico. En ese mismo teatro también se presentó Alberto Ísola, aunque esta vez dirigiendo una versión de “La Celestina”. Allí, Montserrat Brugué interpretó al clásico personaje, aunque mostrándolo no como una simple casamentera o una anciana que se divierte al complotar, sino más como una mujer de avanzada edad desesperada por encontrar formas para sobrevivir en un mundo oscuro y ajeno. Imposible no relacionar la puesta en escena con la violencia que se ejerce en contra de las mujeres. La crudeza, por tanto, es inherente a la obra y un escenario evocativo no podría ser mejor decisión.

“El apellido comienza conmigo” de Chaska Mori se estrenó en el teatro de la Universidad del Pacífico. En enero se presentará en Santiago a Mil. (Foto: César Campos)
“El apellido comienza conmigo” de Chaska Mori se estrenó en el teatro de la Universidad del Pacífico. En enero se presentará en Santiago a Mil. (Foto: César Campos)
/ CESAR CAMPOS

“La terapeuta” de Gabriela Yepes, aunque con detalles pendientes para desarrollar, también se incluye en el grupo. Alejandra Guerra soportó el peso de un monólogo de casi hora y media en el que evidenció los problemas que las mujeres deben enfrentar. El desenlace fue luminoso y permitió que el personaje enfrentase a los hombres a los que siempre temió, pero desde la comprensión y el amor. La terapeuta que daba clases en penales, y que tuvo que enseñarle a la cúpula terrorista peruana, se sobrepuso a los prejuicios.

La pluma de Darío Fo también se hizo presente: el director Gilbert Rouvière tomó “¿Sueldo bajo? ¡No hay que pagar!” –obra que se disfraza de comedia y se llena de enredos para preguntarse si robar siempre está mal, sobre todo cuando se sufre hambre– y la llevó a escena junto a un experimentado elenco (Lizet Chávez, Manuel Gold, Miguel Iza, Vanessa Saba y Christian Ysla). Por su parte, Alfonso Santisteban recurrió al Bardo de Avon y adaptó –con toques de brillantez y la muñeca que solo la experiencia otorga– “El rey Lear” a la sierra peruana de las primeras décadas del siglo XX. Gamonalismo, muerte y revueltas sociales. “Patrón Leal” nos planteó qué tanto hemos cambiado.

Protagonizada por Alejandra Guerra, “La terapeuta” fue una de las sorpresas más gratas del año. También en la Alianza Francesa. (Foto: gabriela-yepes.com)
Protagonizada por Alejandra Guerra, “La terapeuta” fue una de las sorpresas más gratas del año. También en la Alianza Francesa. (Foto: gabriela-yepes.com)

“¿Qué hacemos con Walter?”, que se presentó en el Teatro Pirandello, tuvo el mismo potencial que las obras antes mencionadas. La obra escrita por el cineasta Juan José Campanella estaba hecha para mostrar, con una comedia, cómo se invisibiliza y maltrata a las personas a partir de sus oficios y procedencias (en este caso, al conserje interpretado por Gustavo Bueno), pero la sensación de que el director pudo haber añadido su impronta, o tomado quizás algún riesgo, se notó. Por supuesto, la propuesta de Juan Carlos Fisher fue óptima y pulcra, como casi todos sus trabajos. Valdría mencionar a “Pantaleón y las visitadoras”, obra del Nobel peruano que en manos del mismo Fisher se convirtió en un musical espectacular que dio prueba del oficio del director y de intérpretes como Emanuel Soriano y Stephanie Orúe. El baile y el canto, en este caso, no distrajeron de la profundidad de la obra.

EL TALENTO INDIVIDUAL

Hubo intérpretes que se ganaron el aplauso del público –de pie en algunos casos– al construir personajes llenos de verdad y dejándolo todo en escena. La transformación de Roberto Moll en “33 variaciones”, por ejemplo, la gama de emociones a las que tuvo que recurrir para dar vida a un Beethoven que, a la par que se hacía sordo, perdía la cordura, fue trepidante. Cerca de él, Grapa Paola hizo lo propio con solvencia y con la sobriedad que su personaje exigía.

De forma similar, Luis Peirano tuvo que atravesar por el proceso de empequeñecimiento de un rey todopoderoso al que el ego le nubla la cabeza. Fue impactante ver cómo se desvanecía la dureza de un hacendado, padre de tres mujeres, egoísta y rencoroso como lo fue en “Patrón Leal”, y él se convertía en un ser ínfimo que vagaba los cerros para buscar la propia muerte. Junto a él, y como el antagonista, Marcello Rivera demostró que hace rato llegó a la madurez del actor y que necesita seguir retándose; su participación, meses antes, en “Camasca” del Teatro Británico fue un aviso de que este sería un buen año para su carrera.

Paloma Rojas y Miguel Iza dieron vida al amor epistolar entre Olga Knipper y Antón Chéjov. Se vio en la Alianza Francesa. (Foto: JOSÉ ROJAS BASHE)
Paloma Rojas y Miguel Iza dieron vida al amor epistolar entre Olga Knipper y Antón Chéjov. Se vio en la Alianza Francesa. (Foto: JOSÉ ROJAS BASHE)
/ JOSE ROJAS BASHE

Claret Quea impresionó como Rengifo, un muchacho que vive en su propio mundo y que, desde su ensimismamiento, es quien más consciencia tiene de que su familia se desmorona. Allí, en “Los elefantes” –tragicomedia de Ronnie Farfán sobre los vínculos filiales y fraternos–, él supo combinar la inocencia y la atribulación propias de un joven que no ha logrado descifrar el mundo sin necesidad de recurrir a conductas exageradas o artilugios, argumentos que revelan que Quea está preparado para un papel protagónico. Tadeo Congrains hizo dupla con él en esa misma obra y dio la talla dando vida a un adolescente genio que siempre está dos pasos más adelante que el resto.

Por su lado, Paloma Rojas conmovió y sacó lustre a su repertorio al dar vida a Olga Knipper, la esposa de Antón Chéjov. Miguel Iza brilló junto a ella en “Tu mano en la mía”, que se vio en la Alianza Francesa. Una conmovedora historia de amor que se sobrepone a la distancia y que, aun en la muerte, logra triunfar.

Alejandra Guerra, en tanto, se convirtió en “La terapeuta”. Su aporte a la obra es tan trascendental que es imposible pensar la puesta en escena sin ella; incluso, si se es honesto, su presencia hace que la obra abandone su carácter perfectible y se convierta en una de las mejores propuestas nacionales de los últimos años.

El dolor de la infecundidad en la vida se reflejó en “Yerma”, apuesta de La Plaza que dirigió Nishme Súmar y protagonizó Urpi Gibbons. (Foto: Hugo Pérez)
El dolor de la infecundidad en la vida se reflejó en “Yerma”, apuesta de La Plaza que dirigió Nishme Súmar y protagonizó Urpi Gibbons. (Foto: Hugo Pérez)
/ Hugo Perez

LOS OTROS, LOS EXTRANJEROS

Como siempre, los festivales sirvieron como termómetro del mundo. Temporada Alta presentó nuevas formas de entender el teatro. “Los acantilados de V”, experiencia de los franceses Laurent Bazin y Line Bruceña, propuso jugar con la visión de los espectadores, primero reemplazando la realidad por la virtualidad de un visor para luego cegarlos. Reflexionar sobre el deseo de una vida mejor en un mundo en peligro y el sacrificio que esto significa nunca fue tan personal.

El Festival de Artes Escénicas de Lima también hizo lo propio, aunque, como acostumbra, fue más conservador en sus propuestas. Aun así, la argentina “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” de Mariano Tenconi Blanco, “Medea electrónica” de Pecho Mama y “Democracia” de Felipe Hirsch fueron gratificantes y retadoras.

Sala de Parto no se quedó atrás. “Macbettu” y su capacidad de trasladar al público a un paraje temible e inhóspito que bien podría ser la más temible Cerdeña o una sangrienta Escocia se sumó a la desfachatada y enérgica “Othelo, termina mal” del ‘clown’ Gabriel Chamé, y a la pluma y brillantez de Manuela Infante y Marcela Salinas plasmada en la extraordinaria “Estado vegetal”. Así se dio forma a un festival que debería seguir alentando a que en el Perú se haga una dramaturgia más libre, una que se atreva a salir de ese molde al que estamos tan acostumbrados.

A TENER EN CUENTA

- “Este lugar no existe” de Alejandra Vieira combinó la crudeza y las ganas de soñar. Se espera que pronto se reponga.

- La Plaza tomó riesgos y apostó por una cartelera distinta. Son pocos los grandes teatros que se animan a hacerlo.

- Preludio y su musical “Madres” refrescó la escena. Siempre es bueno cuestionar lo que se asume como verdad.

- Se celebraron los 50 años del estreno de “El cruce en el Niágara” de Alonso Alegría. ¿Se volverá a montar?

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