Esperando a Godot
Esperando a Godot
Eduardo Lores

Una pareja de vagabundos, Vladimir (Manuel Calderón) y Estragón (Ximena Arroyo), ha llegado al extremo de la inopia y espera el inminente arribo de un tal , que le podría cambiar tan aciaga suerte. Chaplinescos y esperpénticos, Gogo (Vladimir) y Didi (Estragón) se toman la vida a la ligera entre bromas y payasadas; en eso irrumpe en la escena otra pareja compuesta por el estentóreo Pozzo (Percy Velarde), amo y domador de su siervo Lucky (Juan José Oviedo), al que jalonea con una soga y amansa con un látigo.

Pozzo se atribuye la posesión de ese desolado paraje presidido por un árbol cerca del camino (la escenografía es carente en diseño y producción). Prepotente, se hará sentir abusando de su sirviente o dejándole los huesos ya chupados de su merienda a Gogo y Didi. Ellos, que se mueren de hambre, aceptan la dádiva, pero –por principio– no la mendigan. El contraste entre la inocuidad de la primera pareja y la iniquidad conflictiva de la segunda hace pensar en el efecto del ocio y el negocio sobre sus personalidades, los vagabundos solo esperan, mientras que el propietario, explota.

Estragón y Vladimir se sienten tentados de colgarse del árbol, no se sabe si solo como mero juego sexual para forzar una graciosa erección o como intento de suicidio, lo que entre broma y broma los sitúa en una situación límite que contrasta con la “esperanza” de que el desconocido llegue pronto.

Aparece un mensajero para anunciar que Godot postergará su llegada hasta el día siguiente.

Esperan a que amanezca y ven cómo nuevamente llegan el siervo y el patrón, pero ahora Pozzo está ciego, como el Sísifo de Camus, y como él todos deberán cumplir la maldición de repetir lo del día anterior, incluyendo la visita del mensajero que les informará que Godot no asistirá ese día a la cita sino el siguiente.

Una de las características de un clásico como “Esperando a Godot” es que, por su universalidad, no pierde actualidad. El caso tratado recientemente por Mario Vargas Llosa tiene un cierto parecido, se refiere a la españolita atrapada con otras incautas en un lugar desolado, en condiciones lamentables, “esperando” la llegada de alguien que se vende como un Godot, un vividor autodenominado príncipe Gurdjieff, que después de atemorizarlas con la inminencia del fin del mundo les ofrecía salvación entre sus sábanas. No obstante, MVLl defiende el derecho a la “esperanza” de la chica, por indefinible que sea su objeto.

Si bien el tema del absurdo en la filosofía y en las artes tuvo su época de auge a mediados del siglo pasado, no ha perdido vigencia por el simple motivo de que el significado del todo sigue aún velado para el hombre que anda, tanteando en el sinsentido con solo atisbos de verdades, necesitado de convicciones.

Como buen irlandés, Beckett incluye en su libreto líneas bíblicas, aunque disuade a sus intérpretes de la fácil asociación de Godot con God.

Hay que agradecer a la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) por la esmerada y muy profesional puesta de este paradigmático clásico moderno, y apoyarla en su batalla para conservar su antiguo local del jirón Ica.

AL DETALLE

Puntuación: 3.5/5 estrellas
Dramaturgia: Samuel Beckett.
Dirección: Omar del Águila.
Actúan: Manuel Calderón, Ximena Arroyo, Percy Velarde, Juan José Oviedo y Omar Rosales.
Lugar: Centro Cultural Ricardo Palma (Av. Larco 770, Miraflores).
Temporada: va hasta el 12 de agosto.

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