Alfonso Santistevan y Alberto Ísola
Alfonso Santistevan y Alberto Ísola
Redacción EC

La complicidad entre ambos se remonta a 1972, año en que entraron a la escuela de de la Universidad Católica (TUC). Su amistad no es la de dos simples compañeros de promoción: se trata de 46 años de complicidad, de intereses comunes, de confianza y de admiración mutua. En todo ese tiempo, no fueron muchas las ocasiones en que han trabajado juntos. Pocas veces Alfonso Santistevan ha dirigido a Alberto Ísola y viceversa. En unas cuantas ocasiones han coincidido en el escenario. Ambos ‘workahólicos’, uno más optimista que el otro, uno calmo, el otro más colérico, Alfonso y Alberto no recuerdan una sola discusión. Toda discordancia ha sido resuelta por dos viejos amigos capaces de adivinar qué piensa el otro en determinada circunstancia. “Lo nuestro podría compararse con una hermandad, con la diferencia de que los hermanos se pelean más”, comenta Santistevan. No exagera: ambos pueden contar varias anécdotas en las que han sido fraternalmente confundidos.

Es una excelente noticia verlos ahora trabajar en común. El Centro Cultural y la Especialidad de Teatro de la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad Católica, junto a la Fundación BBVA Continental, los respalda en el proyecto teatral “Trilogía”, el cual reúne a tres de las obras más reconocidas de Santistevan escritas entre 1986 y 1994: “Vladimir”, “El caballo del libertador” y “Pequeños héroes”. Tres obras escritas en días difíciles y que ahora volvemos a ver, con la distancia que dan el tiempo y la conciencia del pasado.

—¿Uno piensa que va a escribir una trilogía o la encuentra en el camino, viendo el trabajo realizado?
Alfonso Santistevan: Debo decir que la idea de “Trilogía” es de Alberto. Yo, al menos, no me planteé el proyecto de escribir una trilogía. En el Perú (y más aun en aquella época), con las justas piensas en terminar una obra. Pero sí creo que tiene sentido hablar de trilogía porque son tres obras que concretamente tratan sobre el Perú y los peruanos. Eso lo recalco siempre: una cosa es hablar del Perú alegóricamente y otra hablar de los peruanos, sobre qué les pasa a esas personas, qué sueñan, qué odian o aman. Las tres obras, “Vladimir”, “El caballo del libertador” y “Pequeños héroes”, van en ese sentido.
Alberto Ísola: En realidad es una tetralogía si incluimos una obra como “La puerta del cielo”. En los ensayos, hemos ido descubriendo montones de similitudes y frases que se repiten en estas obras. Lo que me fascina del teatro de Alfonso es que toma momentos muy particulares de nuestra historia y los lleva a la vida de personas que no son ni particulares ni heroicas. Así adquieren un poder metafórico verdadero. Y me gustan también las reflexiones que Alfonso hace sobre lo que significa ser peruano. Y muchas de sus respuestas son muy duras y provocadoras.

—Las tres obras se centran en una década que los peruanos buscamos adrede olvidar. ¿Qué pasa con los años ochenta? ¿Por qué queremos huir de su memoria?
AS: Es curioso, porque a la hora de montar estas obras, uno las repiensa con lo que pasa en el presente. Hoy, uno vive los años 80 a través del informe de la Comisión de la Verdad sobre el conflicto interno armado. Pero los 80 fueron también los años de la peor crisis económica del siglo XX. Lo que pasa hoy en Venezuela es lo que pasaba aquí entonces. Y eso tenía un peso enorme para la gente. En “Vladimir”, por ejemplo, todo el tiempo se habla de dinero. Es el reflejo de lo que vivimos.

—Eran días en que despertábamos preguntando si había subido el dólar...
AS: Todo el tiempo pensabas si te iba a alcanzar el sueldo o no, si tu negocio quebraría o no. Pero, además, vivimos el conflicto interno armado con un desconcierto absoluto. Primero, porque sucedía ‘allá’, en un lugar remoto, del que no tenías muchas noticias. Segundo, porque no sabíamos qué cosa era Sendero Luminoso. ¿Era la revolución que todos habíamos esperado? ¿Era realmente un partido de izquierda? Por supuesto, todo ello sumado a la caída del campo socialista y el muro de Berlín. Era el desconcierto total y absoluto. Por eso, en el teatro de los años 80, el tema no era el terrorismo, sino la identidad nacional.
AI: El tema del terrorismo vino después...
AS: Hacia fines de esa década empiezan a escribirse obras sobre el conflicto interno armado. Al traer estas tres obras hoy, hay varios efectos: el primero, nos sitúa en el pensamiento pre Comisión de la Verdad, ese desconcierto, esa indefinición, la sensación de que la idea del Perú con la que habíamos vivido se resquebrajaba ante nuestros ojos. En el caso de “Vladimir”, se da cuenta del fin de la violencia y del inicio del proyecto neoliberal. Es la historia de una mujer que ya no encuentra lugar en esta sociedad nueva y decide irse del país. Mientras que su hijo tampoco encuentra lugar ni en el país ni en el proyecto de su madre. Tantos años después, lo que vemos es la mayor crisis del gobierno neoliberal. Reponer “Vladimir” tiene un sentido particular, porque nos hace volver a preguntarnos qué estamos haciendo, cuál es nuestro proyecto de nación.
AI: En la versión de “Vladimir” que estamos haciendo, hay un cambio. La obra empieza algunos años después. En la primera versión, el enfoque estaba en la mirada del padre y la madre, aquí está en la mirada del joven. En el año 88, yo estaba haciendo una obra de teatro en la Alianza Francesa con Édgar Saba y Milena Alva. Fue el momento en que Alan nacionalizó la banca. Y de un momento a otro, no teníamos a nadie en la platea. Ese fue el año en el que decidí irme a trabajar a Buenos Aires. No se podía vivir ni trabajar aquí. Dos días después de que me fui, el Instituto Nacional de Cultura me dio el premio Ricardo Roca Rey a Mejor Director. Y Alicia Morales, que agradeció el premio por mí, dijo: “Alberto no esta aquí porque aquí no hay lugar para él”. Sonó muy feo, pero era real. Yo he visto la explosión de Tarata, estaba en la puerta del teatro Larco cuando sucedió. Eran años de profundo desconcierto que es importante volver a mirar.

—“Vladimir” es una obra que confronta el fracaso de la militancia política. En los años 80 no se podría entender el teatro peruano sin esa militancia de izquierda. Hoy todo se ha diluido y el público teatral es ideológicamente incierto. ¿Cómo observan este cambio?
AI: Esa es una pregunta que yo me hago. Quiero ver qué pasa con el público frente a una obra como esta.
AS: Aunque nunca he militado en un partido político, soy una persona que se considera de izquierda. Sin embargo, mis obras no han sido nunca aplaudidas por la izquierda. De una u otra manera, nunca he sido un escritor de izquierda oficial.

—Has sido un aguafiestas…
AS: Soy un aguafiestas porque he escrito sobre el fracaso de la izquierda, algo que hay que reconocer. No solo en términos de su incapacidad de manejar un proyecto, sino de entender lo que pasaba con Sendero, con el conflicto armado, con partidos como el Apra, con Belaunde, etc. En ese sentido, la obra es vigente porque la izquierda no ha cambiado. No ha logrado constituirse en un proyecto. Creo, y esto es una simple intuición, que estamos volviendo a pensar en la necesidad de una militancia, de buscar proyectos distintos al proyecto neoliberal, porque se huele que esto está fracasando. Lo siento en la gente joven, cuando se preguntan por qué fracasan todos los gobiernos, por qué está pasando todo esto. Creo que vivimos una vuelta por el interés en la política y por pensar un proyecto nacional.
AI: Por eso es muy importante que en este montaje de “Vladimir” nos enfoquemos en la mirada del joven. En su momento, quizás la obra se veía como la imagen del fracaso de ciertas ideas, pero también puede leerse como la chispa de un cambio. Yo veo la obra hoy con gran optimismo, porque creo que su lección para toda esa gente joven no se ha perdido. Me emociona muchísimo ver el entusiasmo y el compromiso de toda la gente joven que sale a las calles, por ejemplo.
AS: El rollo neoliberal ha dejado de ser emocionante para la gente, ha dejado de generar esperanza. Por eso, cuando un candidato viene, ya no le crees. Todos los discursos se han agotado. Este es el momento en que se van a generar otros discursos. Y ojo con esto, porque también hay cabida para discursos violentistas y fascistas, y hay que tener mucho cuidado con eso. Por eso es que es muy importante hablar, discutir, poner sobre la mesa los temas. No suponer que las cosas marchan en automático. Hay que tomar al toro por las astas y asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos.

—“Vladimir”, una obra sobre la migración, es la primera obra en presentarse en el ciclo. Coincide con una migración muy actual, la dramática crisis humanitaria de ciudadanos venezolanos en el Perú. Supongo que no es coincidencia...
AI: Entre tantas cosas, viene bien recordarle a mucha gente que nosotros estuvimos en una situación similar.
AS: Y que tres millones de peruanos viven actualmente fuera del país.
AI: En una época, yo me fui a vivir y trabajar en Venezuela. Y no recuerdo ninguna xenofobia. Ahora hay un cambio radical frente a lo que pasó entonces, pues el nivel de desmadre en ese país es enorme. Pero me asombra los actuales niveles de violencia. Es bueno recordarle a la gente cuando éramos nosotros los que nos íbamos. Y entonces nos acogieron con mayor tolerancia y cariño que lo que está pasando ahora.

—Es natural que uno olvide los tiempos en que le fue mal, así funciona el cerebro. ¿Para qué escribir sobre ello, entonces?
AS: Yo llego a la escritura como una extensión de la dirección teatral. De pronto, un día me lancé a la escritura de “El caballo del libertador” con los actores Luis Enrique Mávila y Maritza Gutti a través de improvisaciones. Allí empecé a darme cuenta de que me metía a escribir porque sentía que otras obras de autores peruanos no decían lo que yo quería decir. Yo quería escribir sobre peruanos muy reales, ver el trasfondo simbólico de sus vidas. ¿Qué sentido tiene? Espero que estas obras no sean solo un ejercicio de nostalgia. La idea de presentar estas obras es volver a plantearnos las preguntas que nos hacíamos entonces: ¿quiénes somos? ¿Qué sueños tenemos? ¿Qué perdimos y qué conservamos?
AI: Las obras hablan de la utopía y qué pasó con ella.

—“El caballo del libertador” es una obra protagonizada por un profesor que intenta aislarse frente a la terrible realidad. ¿Crees que tus obras nos hablan también de un necesario mea culpa de los intelectuales?
AS: Eso es fundamental. En mis obras hay una crítica a los intelectuales. En “El caballo del libertador” está muy clara, pues este profesor siente que sus alumnos vienen a buscarlo para hallar una verdad que él no tiene y que no es capaz de descubrir porque ha cerrado los ojos a la realidad. Se ha aislado y ha decidido morir. En la obra hay una crítica al intelectual que no se moja los pies, que no sale a la calle, que ve las cosas con distancia. En el caso de “Pequeños héroes”, los intelectuales también terminan en un fracaso, y en el caso de “Vladimir”, el padre parte a enseñar en una universidad extranjera para nunca más volver. En el caso de “La puerta del cielo” es más claro aún: el protagonista es un funcionario internacional que ve la realidad en las estadísticas que le llegan a su oficina en Washington. Yo creo que uno de los problemas serios del Perú es la ausencia de una conexión entre la producción intelectual y la política. ¡El mundo académico está aislado! Es paradójico que al interior de la universidad no haya discusión política, ni entre alumnos ni entre profesores. ¡Ni siquiera hay crítica! Los peruanos hemos renunciado a la crítica en general. Preferimos llevar la fiesta en paz. Para mí, eso es una tragedia, porque no permite que construyamos algo.

—Y sin pretender ser nostálgico, crítica había de sobra en los años 80.
AS: Hoy eso se ha destruido.
AI: Empezando por el teatro. Cuando nos reuníamos, discutíamos sobre el teatro. Eso ya no existe. Ahora la conversación entre la gente de teatro tiene que ver más bien con cómo te va en Teleticket.
AS: Entonces había la Muestra Peruana de Teatro, estaba el Motin [Movimiento de Teatro Independiente], además de una serie de foros en los que se discutía. ¡Había críticos teatrales! Eso ya no existe.
AI: Felizmente, creo que la crítica está empezando a aparecer entre la gente joven, en las redes sociales, por ejemplo.

—Finalmente, ¿es verdad aquel lugar común que repiten los directores de teatro que dicen que el mejor dramaturgo es el dramaturgo muerto?
AI: [Ríe]. Pues mira, he hecho varias obras de dramaturgos nacionales que no son tan amigos como Alfonso y, honestamente, no recuerdo un solo problema. No pienso en la relación entre director y dramaturgo como una competencia ni una lucha de poder. Alfonso ha sido muy generoso, le he sugerido algunos cambios en sus obras y los hemos hecho porque hay una vocación de diálogo. Tengo amigos que han dirigido obras en otros lugares, cuyos dramaturgos les han hecho la vida imposible. Pero eso nunca me ha pasado. A mí no me interesa el poder, ejercer mi capacidad de director por encima de los actores, peleándome con el dramaturgo. Considero que la persona que más sabe sobre una obra es el dramaturgo.
AS: A mí tampoco me interesa el poder, en eso coincido enormemente con Alberto. Pienso que un director necesariamente hace una reescritura de la obra. Y si no la hace, seguramente su trabajo no es interesante. Como director, también aplico eso.

Más información
Lugar: Teatro del CCPUCP (Av. Camino Real 1075, San Isidro). Estreno: sábado 15 de setiembre.
Temporada: De jueves a lunes, 8 p.m. Hasta el 22 de octubre.
Precio: S/60 y 25.

Al detalle
“Vladimir”
Dirección: Alberto Ísola
Estreno: 15 de setiembre
Lima, 1993: una madre y su hijo adolescente se despiden. Ella migrará a EE.UU. en busca de un futuro que no encuentra en el Perú. Vladimir decide que no la seguirá. Actúan Miguel Dávalos, Alejandra Guerra, Santiago Torres y Janncarlo Torrese.

“El caballo del libertador”
Dirección: Alfonso Santistevan
Estreno: 25 de setiembre
Lima, años 80. Un viejo profesor y una prostituta viven refugiados en una antigua casona del Centro en medio de una guerra que nadie entiende. Actúan Alberto Ísola y Carolay Rodríguez.

“Pequeños héroes”
Dirección: Alberto Ísola y Alfonso Santistevan
Estreno: 27 de octubre
Lima, 1986. Una maestra de escuela cumple 90 años en medio de la violencia extrema. La visitan los fantasmas de su padre, viejo oligarca; de su novio, ex aprista; y de un joven al que crió desde niño y que se hizo senderista. Actúan Alberick García, Alfonso Santistevan, Sebastián Ramos y Sofía Rocha.

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