“Teresa Raquin”: aquí nuestra crítica sobre la obra de teatro
“Teresa Raquin”: aquí nuestra crítica sobre la obra de teatro

La aparición de “Teresa Raquin” en 1867 supuso un tremendo escándalo literario. Calificada por unanimidad como “literatura pútrida”, la novela de Émile Zola comenzaba así su historia en el panteón de las letras. Fue su propio autor quien la llevó a la escena en 1873. Desde entonces, ha constituido un reto para los directores de teatro, cine y televisión, e incluso de la ópera. Curiosamente, Hollywood nunca se animó a adaptarla. Lo que no es casual, porque su argumento lo es todo menos complaciente y para una industria del espectáculo habituada a los finales felices, en esta historia de adulterio, asesinato y culpa difícilmente había material comercial.

“Teresa Raquin” toca aspectos muy oscuros de la naturaleza humana. Oscuros pero no ajenos a la vida cotidiana de los hombres. Tal vez por eso, su camino dramático ha sido tan complicado. En los últimos años Broadway ha producido un par de adaptaciones con resultados bastante desalentadores. Primero el musical “Thou Shalt Not” (2001), con partitura de Harry Connick Jr., que supuso uno de los grandes fracasos en su momento. Y recientemente “Thérèse Raquin” (2015), una costosa producción para el lucimiento de Keira Knightley en su debut teatral en Nueva York. Una fallida experiencia, por cierto.

Son muchas las dificultades que la obra plantea y la principal es la adaptación. En principio no soy de los que creen que el libro es mejor que la película o la obra de teatro: simplemente se trata de lenguajes diferentes. Sin embargo, siempre es emocionante tratar de descubrir lecturas diferentes y puntos de vista sobre una determinada obra.

Carlos Mesta, al frente del equipo del Teatro de Lucía, opta en estos momentos por una versión resumida de la novela. Apuesta con éxito por una composición concentrada en las emociones y libre de excesos histriónicos. Se acerca de esa manera al espíritu naturalista del autor.

Sin embargo, creo que el texto no contribuye a que la obra se desarrolle de la mejor manera. En principio porque nunca vemos los procesos que transforman a sus personajes y que finalmente acarrean su desgracia. A la obra le faltan los tres momentos cruciales para estremecernos: la seducción inicial, el asesinato gráfico y el ataque de apoplejía. Todo esto sucede fuera del escenario, lejos de los ojos del espectador, privándolos de entender el horror de lo sucedido.

De allí que los esfuerzos de los actores no siempre obtengan resultados. Cécica Bernasconi no es la Teresa ideal. No porque sea mayor para el papel, sino porque carece de inocencia e ingenuidad. Tenemos que entender que no es solo la insatisfacción la principal causa de su infelicidad. Teresa cae en las garras de la pasión desenfrenada justamente por su poco conocimiento del mundo. Y en escena, como tenemos una obra tan simplificada, Bernasconi nos ofrece a una mujer que salta de la indiferencia a la pasión y luego a la culpa. Pero nunca entendemos los procesos que la llevan de una emoción a otra.

De manera que tal como está concebida, luce más bien como una mujer fatal y no como esa desesperante y compleja criatura de Zola.

Como siempre, Leonardo Torres es efectivo. Pero su Lorenzo también sufre debido a la adaptación. Nunca llegamos a verlo como un seductor porque cuando la obra comienza, el adulterio ya se ha consumado. De manera que está concebido más bien de manera plana y lineal. Me habría gustado verlo en el papel de Camilo, que ofrece muchas más posibilidades a un actor de tantos recursos.

El resto del reparto se comporta de acuerdo con las circunstancias. Lucía Irurita y Carlos Victoria confieren tablas a la puesta en escena. Le dan solidez a las situaciones y contribuyen a que el drama se mantenga sólido.

Estamos frente una vez más a una “Teresa Raquin” incapaz de llegar a los espectadores con la brutalidad con la que fue concebida. El propio Zola trató de explicar la naturaleza de su creación en el prólogo a la segunda edición de su novela: “Escogí personajes sometidos por completo a la soberanía de los nervios y la sangre, privados de libre arbitrio, a quienes las fatalidades de la carne conducen a rastras a cada uno de los trances de su existencia. Thérèse y Laurent son animales irracionales humanos, ni más ni menos […]. En pocas palabras, mi único deseo era buscar el animal que reside en un hombre vigoroso y una mujer insatisfecha; en no ver, incluso, sino a ese animal; en meter a esos dos seres en un drama tempestuoso y tomar escrupulosa nota de sus sensaciones y comportamientos. Me he limitado a realizar, en dos cuerpos vivos, la tarea analítica que realizan los cirujanos en los cadáveres”.

AL DETALLE
La obra se presenta en el Teatro de Lucía (calle Bellavista 512, Miraflores) hasta el 23 de mayo. De jueves a lunes a las 8 p.m. y los domingos a las 7 p.m.

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