Dependiendo del caso, los apodos pueden ser más cariñosos que otros. Allí está’ Melcochita’ u ‘Orejas’ Flores, a diferencia de Susana Villarán.
Dependiendo del caso, los apodos pueden ser más cariñosos que otros. Allí está’ Melcochita’ u ‘Orejas’ Flores, a diferencia de Susana Villarán.

“¿Cuál ‘Chata’? Yo soy la ‘Diabla’”. La frase amenazante y adornada con un ajo al final se hizo popular meses atrás. La delincuente Estefany Velásquez, ofendida por ser rebautizada con el común ‘Chata’, reclamaba a la prensa mantener su identidad y prontuario. La ‘Diabla’ da más miedo, se excusaba.



Su estate quieto se volvió viral no solo por su naturaleza violenta, sino también porque mostraba a una persona defendiéndose del instinto social peruano que se viste de apodo para destacar y burlarse de las características físicas del otro. El ‘Gordo’, ‘Pelado’, ‘Gringo’, y en su caso, la ‘Chata’. Ella puso el parche y se salvó de ser rebautizada.

Querido por todos, Edison 'Oreja' Flores.
Querido por todos, Edison 'Oreja' Flores.

“Normalmente, el apodo depone a la persona, obviamente, desde una perspectiva subjetiva, buscando algún rasgo del que uno se pueda burlar –comenta el semiólogo Eduardo Zapata–. Puede ser un defecto físico real o imaginario, es decir, es una arbitrariedad absoluta porque está basado en alguna característica que se tiene o que si se atribuye resulta verosímil. Dentro del hampa, sirve para reinventarse en orden a mejorar el posicionamiento social. Pero, finalmente, si eres chato más que diablo, porque no tienes cara de diablo, te vas a quedar con ese apodo. Dicho eso, es también un acelerador de violencia porque para evitar que te digan ‘Chato’ te puedes volver recontraasesino”.

Si bien Velásquez –acusada de ser la cabecilla de una banda de asaltantes de pollerías y vehículos en San Juan de Lurigancho– mantuvo su apelativo, la mayoría está destinado a ser renombrado por el resto. El fútbol está lleno de ejemplos: Carlos ‘Calavera’ Orejuela, Edison ‘Orejas’ Flores, Juan ‘Chiquito’ Flores, Carlos ‘El Murciélago’ Lobatón, Donny ‘El Bidón’ Neyra, Masakatsu ‘El Samurái’ Sawa. Los políticos también brillan: Susana ‘Careca’ Villarán, Luis ‘Chalán’ Nava, Juan Carlos ‘Almohadita’ Zevallos y Félix ‘Taza’ Moreno, son algunos a los que , representante de Odebrecht, habría apodado para llevar mejor las cuentas de sus pagos ilícitos.

Susana Villarán (Foto: Trome)
Susana Villarán (Foto: Trome)
Según Barata, el famoso payaso Careca y la ex alcaldesa de Lima se parecen. De allí el origen del apodo.
Según Barata, el famoso payaso Careca y la ex alcaldesa de Lima se parecen. De allí el origen del apodo.

“Lo interesante del apodo es que etimológicamente viene del latín ‘aputtare’, que a su vez deriva de ‘puttare’, que significa ‘poner en limpio’ –anota Zapata–. Interpretando el término en este contexto político, vemos cómo el corruptor les sonríe a estas personas, las apapacha, las lleva a comer al Club Nacional, las llena de lisonjas. Socialmente es un solo de sumisión. Pero, en el fondo –y por eso los apodos– los desprecia. Para el corruptor, ese señorón al que sobonea es un ser despreciable. ¿Por qué? Porque es un ser inmoral y él solo hace su trabajo, que es coimear. Yo me pregunto, ¿qué sentirán estos grandes señores todopoderosos en sus países al saber que eran despreciados por un NN? Me imagino cómo se sintió Barata cuando Toledo le pedía unos milloncitos más”.

REÍR PARA GANAR
En el humor, digamos, los apodos duelen menos. Por lo menos durante su inoculación. Así lo observa el antropólogo Alexander Huerta en “El chongo peruano”, quien destaca a Pablo Villanueva ‘Melcochita’ y su particular estilo. “[Él utiliza] sendos apodos precedidos por un conciliatorio ‘mi querido...’ o ‘mi estimado...’, que, quizá sin saberlo, le dan tiempo para pensar y regular la intensidad de la ofensa en camino [...]. Me es imposible dejar de conectar esta hábil estrategia con esa suerte de ritual urbano de convivencia nacional que nos construye a cada instante en los ojos del otro”. Las chapas, hay que recordar, vienen con cariño.

Y a veces también con dinero y otros premios. En su investigación, Huerta también cita la chispa de Augusto Ferrando en “Trampolín a la fama”. “Generalmente, los apodos eran construcciones que no tenían mucho sentido, pero que hacían estallar de risa a la concurrencia: ‘faquir de pantano’, ‘pericote goloso’ [...] –anota Huerta–. Si observamos bien, los apodos generalmente son sustantivos acompañados de adjetivos bastante absurdos o asociaciones caóticas que generan risa por la evidente incongruencia. [...] No siempre son precisos, pero siempre hacen estallar al público, puesto que el ambiente de carnaval ya está instalado”. De allí al día a día no hay mucha diferencia.

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